sábado, 14 de julio de 2018

"La Zaragoza" una casa tachirense de cuentos y de encantos | "La Zaragoza": Old Tachiran Country House of Tales and Charms

 



                                                                                                             Foto: Ing. Kevin Vásquez (1998)


Samir A. Sánchez (2018)


Como dijo el poeta: "Sé de memoria los sitios que dan vigencia al recuerdo". Cada vez que paso frente a esta casa en la vieja carretera que une a Lobatera con Borotá, en la aldea Zaragoza, y muy cerca del patrimonial petroglifo de "La Piedra del Indio", mi memoria proyecta las más recónditas imágenes de mi infancia y me vuelvo a ver en ese pórtico, sentado en el pretil, oyendo la conversa y comiendo el bermejo fruto de la tuna de Castilla, que recién había recolectado en los alrededores, no si antes aguantar los pinchazos al desespinar la misma. Junto a la pared y en desgastadas silletas de cuero, la nona y dos de sus mejores amigas y compañeras de juegos de la infancia, María Isolina y María Filomena Durán Zambrano, hijas del próspero comerciante y hacendado Don Pedro Durán y de Doña Rosa Zambrano de Durán. Esta última, nieta de Don Sixto Zambrano quien donó en 1894 la actual campana mayor de Lobatera a su iglesia parroquial, y quien le mandó a inscribir el nombre de "Chiquinquirá" sobre el majestuoso y sonoro bronce fundido en los Estados Unidos de América y traído por la Casa Branger de San Cristóbal.


Cuentos de aparecidos y de espíritus errantes, de entierros de botijas y maldiciones, de invasión de langostas, alzamientos e invasiones de montoneras que provenían de los páramos y atacaban a Lobatera, cantos de molienda, refranes y dichos, piedad religiosa como el canto Mariano de "La corona" que las hermanas Durán entonaban desde el patio frente a la casa, antes de construir la carretera en 1930.

Todo eso quedó grabado en mi memoria, como aquel gracioso refrán o desafío poético que decían cantando a contrapunto en los saraos de matrimonio, de las aldeas lobaterenses: "Lo que hicimos anoche los viejos ya lo supieron, a mi no me han dicho nada y a usted ¿qué le dijeron?". No pude transcribir mucho de esos recuerdos, pero lo poco que he hecho queda como constancia de esas historias familiares y pueblerinas que tenían más valor que aquellas repetitivas de hazañas y guerras en otros lugares, pero de obligatoria memorización para los escasos escolares de fines del siglo XIX e inicios del XX.

La arquitectura de esa casa, la cual no sé si mantiene, era el mejor ejemplo o reflejo del gusto constructivo de los tachirenses de antaño, con materiales de la tierra y ya perdido.
Espero que el eco de la campana mayor de Lobatera, que aún repica con fervor las alegrías y duelos del pueblo de mis antepasados, siga acariciando, tal vez con lágrimas de nostalgia, las tejas cubiertas de musgo que descansan sobre los aparejos en entramado de caña brava, las vigas y columnas de madera encorvadas o curvadas por el peso de los años y las encaladas paredes de blanco cal por las que el tiempo traspasa.





Foto: Darío Hurtado (2011)


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