jueves, 7 de diciembre de 2023

Pensamiento y fuerza: Una meditación sobre los leones de Capacho y la tachirensidad│Thought and Strength: A Meditation on the Signs of the Tachiranness







Foto por Samir A. Sánchez (2010)




Foto por Samir A. Sánchez (2010)


«Leo, fortissimus bestiarum, ad nullius pavebit occursum». Liber Proverbiorum 30:30 - «El león, el más fuerte entre los animales, que no retrocede ante nada». Libro de los Proverbios 30:30.



En el s. XVIII el grupo escultórico que representaba a dos leones, uno en reposo y otro activo o al ataque, tenían el objetivo de simbolizar y manifestar los dos lados del poder del monarca o del Estado: el ejercicio de la autoridad en paz (en reposo) y el uso de la fuerza y control (de pie o activo).

Este fue el caso de los dos leones, ornamentales y a su vez simbólicos del poder, que ordenó Carlos III de Borbón colocar en el tramo final de la escalera principal interior del Palacio Real de Madrid. Estas esculturas fueron realizadas por los artistas Felipe de Castro y Robert Michel.

En el caso que exponemos aquí, por igual, no descartamos la probabilidad que el funcionario que ordenó adquirir estas esculturas ornamentales francesas decimonónicas, de bronce patinado en negro, por orden del Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, Gral. Cipriano Castro, partiendo de querer simbolizar el poder del nuevo Estado y gobierno presidido por los tachirenses, por primera vez en la historia de la nación venezolana, se inclinara también por una representación más cercana a sus afectos y más cercana a su tierra natal: simbolizar a la historia de los dos Capachos, luego de la división del poblado original en 1875. Un león dirige su mirada hacia Capacho Nuevo, el otro mira hacia Capacho Viejo.

El nuevo representado con el vigor y el ímpetu de la juventud, en el león que, de pie, se muestra desafiante. El viejo, sentado, representado en la serena tranquilidad que da la seguridad de la experiencia, aquella a la que sólo se llega con el pasar de los años.

En 1927, otras dos figuras de leones se colocarán en el coronamiento del Palacio Municipal de la ciudad de San Cristóbal que, en 1931, pasaría a ser el Capitolio del Estado Táchira, siendo identificado como: el Palacio de los Leones.

Pensamiento y fuerza

Ya en el siglo XIX se nos puso el mote de: «la leonera» por nuestra característica libertaria y guerrera. Luego, en algo más descriptivo, el ser tachirense se asoció con pensamiento y fuerza. Así lo dejó escrito en prosa metafórica y simbólica el Dr. Vicente Dávila (Capacho, 1874 – Caracas, 1949) en el acto de sepelio del jurista y magistrado Dr. José Abdón Vivas Sánchez (Lobatera, 1863 – Barcelona/España, 1918), al insertar la figura del león en la mentalidad política e intelectual de la época como representación del tachirense, desde la gesta de los ejércitos de la Revolución Liberal Restauradora (1899-1908). Idea que sería continuada en el período político conocido como de la Causa de la Rehabilitación Nacional (1908-1935):

«Un día, las águilas del pensamiento y los leones de la fuerza, abandonando sus cumbres y cavernas andinas, llegaron al pie del Ávila no en son de conquista, sino en pos de sus hermanos para unificar en el seno de la patria la familia venezolana […] ¡Hermano y compañero en la santa religión de una Causa, descansa en paz en la tierra de tus mayores! que si no son rosas del hogar tachirense las que cubren tus despojos, son rosas avileñas, sus hermanas, las que piadosamente te ofrendan tus amigos ¡Adiós!» (Oración fúnebre pronunciada por el Dr. Vicente Dávila en el sepelio del Dr. Abdón Vivas Sánchez, Cementerio General del Sur, Caracas, 20 de diciembre de 1917) [DÁVILA, Vicente, “Abdón Vivas” en Gente del Táchira, recopilación y selección de Anselmo Amado, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, Nº 61, tomo II, p. 242].

Será el Dr. Antonio María Pérez Vivas (Psicología tachirense y desarrollo, Editorial Arte, 1966, p. 11), uno de los referentes clásicos del estudio de nuestra idiosincrasia como pueblo, quien concrete y defina esa característica:

«Vivimos en armonía con nuestros ideales, nuestro destino a la sombra del esfuerzo propio, nos respetamos mutuamente, buscamos que los demás nos respeten y, en consecuencia, perseguimos adueñarnos de nosotros mismos. No son guerreros de oficio los tachirenses, pero saben serlo cuando lo pauta su destino».

Es por todo ello que creemos que quien ordenó las esculturas para el Mercado de Capacho, sin buscarlo, logró y legó algo más, dejar en bronce fundido el símbolo representativo de la tachirensidad, desde 1907.


Samir A. Sánchez (2012)
Fotos: Samir A. Sánchez (2010. Esculturas con el color y pátina original de 1907. 2023, tomada en el Museo del Louvre).





Ejemplo de obras escultóricas sobre leones, en la antigüedad clásica.  Escultura de un león pasante con orbe (del siglo I d. C. aproximadamente y copia romana de una obra griega más antigua) que se expone en el Museo del Louvre (París). Elaborada en basanita verde (león) y mármol amarillo (orbe). Perteneció a la colección de antigüedades de Villa Albani, casa del Cardenal Alessandro Albani (1692-1779) en Roma. Formaba parte de las esculturas antiguas del cardenal que conservaba en el salón de su villa, denominado 'Del rey bárbaro conquistado' (Foto: Samir A. Sánchez, 2023). 


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miércoles, 29 de noviembre de 2023

Los jarrones versallescos del Palacio de los Leones: historia y vicisitudes │ Stories and vicissitudes of some Versailles vases in San Cristóbal City (Táchira State - Venezuela)




Foto: Samir A. Sánchez (2015)


Para todo historiador, conservador y restaurador de arte, mirar en la actualidad la cornisa superior del Palacio de los Leones, el Capitolio tachirense, en la ciudad de San Cristóbal, le resulta en un hecho que parece contrario a la lógica.


La sede principal de los poderes públicos estadales, desde el terremoto de 1981, luce mocha, desmochada. No ha existido interés o voluntad en quienes han ejercido esos poderes, en calidad de representantes de la voluntad e interés del soberano, de retornar la visual monumental de la edificación eustoquiana a su proyecto original.
Opinamos que se debe a que la misma no les resulta algo rentable en lo político. No es un dividendo activo útil para la fluidez de los discursos en las promesas electorales, y para las fotos geniales que sólo se toman en campaña. No obstante sí lo es para los representados soberanos como patrimonio cultural, como símbolo institucional, arquitectónico-urbano y de identidad histórica del pueblo tachirense.


Por ello, es importante recordar que los jarrones del Palacio de los Leones así como los remates perdidos del ático con el escudo nacional, son parte integral de la visual de la casi centenaria edificación, declarada Monumento Histórico Nacional, según la Gaceta Oficial de la República de Venezuela, No. 33.407, en el año 1986.


Estas viejas obras, con alta probabilidad, fueron realizadas por el maestro y alarife Jesús Uzcátegui (nacido en Ejido, Estado Mérida a fines del siglo XIX y radicado en el Táchira desde 1909), a fines de la década de los años veinte del pasado siglo.


Resultan en un trabajo en serie por moldeado y se levantan sobre un plinto de 0,43 x 0,43 x 0,37 cm con una altura de 1,70 m cada uno. Sabemos, por los que quedan, ya desgastados, que están anclados al antepecho de remate del edificio a través de una varilla de hierro.


Poseen la sección inferior gallonada, con panza o centro cóncavo, liso y con guarniciones decorativas renacentistas grutescas, a partir de formas vegetales o guirnaldas, cintas y figuras antropomorfas (putti a cuerpo completo) a modo de asas, laterales, que unían sus extremos superior e inferior, ya desaparecidas la casi totalidad de las mismas.


Son de clara inspiración francesa del s. XVIII, y los modelos artísticos originales se pueden ver en el laminario de grabados "Cahier de Vases" de Jean François Forty (Imprenta de L. Laurent, París, 1775).


El Táchira cuenta con artistas especializados en restauración con materiales modernos y más livianos, y puedo citar, entre ellos, al maestro Homero Parra, quien ya ha trabajado en Palacio, en obras de restauración.
En mi opinión, sólo se requiere de voluntad e interés para que una autoridad competente diga: ¡Que vuelvan los jarrones a Palacio!


Esperemos que algún día esa voluntad e interés, juntos, porsiacaso, lleguen, y los hijos de nuestros bisnietos contemplen el Palacio de los Leones en todo su esplendor arquitectónico original. Una ironía que puede ser cierta si se mantiene el desinterés y noluntad de los últimos cuarenta y dos años.





Artes decorativas. Jarrón o vaso ornamental con figuras de sátiros, del siglo XVII y en bronce, que se encuentra en los jardines inmediatos al palacio real, en Versalles, Francia, Foto: Samir A. Sánchez (2023)


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sábado, 11 de noviembre de 2023

Castro y Gómez en la Batalla de La Victoria (1902): dos tachirenses del siglo XIX que cambiaron y forjaron el destino y la mentalidad política de todo un país hasta el presente │Warriors of the Ancient Táchira. Tachiran Heroic Art. Historic painting honoring General C. Castro and General J.V. Gómez at 'La Victoria' Battle (1902)




Batalla de La Victoria (óleo osbre tela, 200 cm x 300 cm) de Tito Salas (1903). Imágenes venezolanas / Publicación-tríptico / Galería de Arte Nacional, 1998. Reproducción con fines docentes.



Resulta interesante analizar esta pintura pues viene a ser la única representación de carácter académico, histórico-bélico, en gran formato, y realizada por un eximio pintor de reconocidísima trayectoria en las artes nacionales, sobre dos personajes históricos tachirenses que, con mano férrea y déspota, pero -paradójicamente- con sindéresis o claridad de objetivos, cambiaron los destinos y moldearon el rumbo y la mentalidad política de toda una nación a partir de 1899, y sus efectos -podemos decir con seguridad y sin temor a equivocarnos- aún se mantienen en los actuales tiempos.

Cuado la describimos, nos encontramos que el personaje principal es el General Cipriano Castro (1858-1924), primer presidente tachirense de los Estados Unidos de Venezuela.

Con tahalí dorado (correaje o banda para la espada cruzada al pecho), sable en ristre y sin desenvainar, pañuelo al cuello, uniforme gris-cadete, botas granaderas y sombrero morrow blanco, está representado en la acción de dirigir y arengar al ejército nacional y liberal restaurador (conformado por 8.000 hombres de tropa) contra el ejército, superior en número (16.000 soldados), dirigidos por los caudillos y tropas liberales antigubernamentales de la denominada "Revolución Libertadora", comandada por el General Manuel Antonio Matos (1847-1929).

La escena, de tipo épica-idealizada en un definido juego de luces, sombras y matices cromáticos que busca demarcar la transición de una derrota (oscuridad-muerte-inacción) a una victoria (luz-vida-acción) muestra al General-jefe y Presidente (General Castro) en fugaz movimiento ascendente, lanzando un discurso para enardecer o levantar los ánimos militares. 


Todo el movimiento de la obra gira en torno al brazo derecho del General Castro, en alto, como guía, siguiendo la costumbre de los viejos generales y tribunos de la Roma republicana.

A su lado, y de espaldas, presto o atento a las órdenes del jefe y dispuesto a la acción inmediata, un soldado raso andino, desconocido, con el uniforme o vestimenta propia de pertenecer al ejército liberal restaurador: caqui blanco sin teñir, ruana ladeada y sombrero de cogollo de ala ancha y copa alta.

La geografia es real. El autor del cuadro estuvo en los lugares de los acontecimientos haciendo bocetos para luego reproducirlos en el lienzo. El cuadro recibe el nombre de "Batalla de La Victoria" por el nombre de la ciudad del Estado Aragua donde sucedió el hecho. Castro estaba atrincherado en la ciudad y las fuerzas contrarias de Matos la sitiaban o cercaban desde todas las colinas vecinas. La escena representa la exhaltación del momento de la llegada al campo de batalla de los refuerzos comandados por el Vicepresidente, el General Juan Vicente Gómez (personaje junto al enhiesto pabellón o bandera amarilla liberal) quien provenía de Caracas, con mil hombres y municiones (y así elevar a 9.000 el contingente definitivo de las fuerzas del gobierno). Gómez rompe parte del cerco y se une a Castro en la defensa de la ciudad.

Este hecho bélico, dado en la batalla más grande que se ha registrado en Venezuela, por la magnitud del número de hombres reunidos y enfrentados, sucedió el 13 de octubre de 1902, un día después del inició del enfrentamiento campal que sólo finalizaría el día 2 de noviembre de 1902 con el triunfo del Presidente Castro y el ejército nacional y liberal restaurador.

La representación en gran formato y pincelada con tendencia pastosa, larga y dramatizada, color y estilo propio es de carácter bélico-heróico y tiene unas dimensiones de 200 cm x 300 cm. Su autor es el eximio pintor venezolano Tito Salas (1887-1974) quien la hizo en 1903 por instancias del Ministro de Instrucción Pública Eduardo Blanco (1838-1912). El ministro concertó un encuentro entre el General Castro y el joven pintor Salas para que éste último tomara un boceto de los rasgos fisionómicos del primer mandatario nacional.

La obra, que ganó el primer premio de la Academia de Bellas Artes de Caracas en ese mismo año de 1903 y estuvo expuesta allí, pasaría a estar ubicada en la pinacoteca de la Academia Militar de Venezuela en 1910, en su sede de la Planicie (Colina de Cajigal), en Caracas, luego del Ministerio de la Defensa y por último en la pinacoteca del Museo Histórico Militar en 1979.

No obtante, no he podido precisar el actual destino de este magnífico trabajo pictórico, si aún permanece en el Museo Militar de la Planicie o fue reubicada en otro lugar.

Al finalizar sólo resta decir como el poeta: “Que toda la vida es un sueño y los sueños, sueños son” cuando pensamos que bien luciría una copia de este cuadro identitario e histórico, en sus medidas originales, en la pared o muro de fondo del Salón de sesiones del Consejo Legislativo del Estado Táchira, en el Palacio de los Leones de la ciudad de San Cristóbal.



Cuando el actor principal es Gómez... 

Una reproducción contemporánea de la obra de Tito Salas


En 1978, el pintor tachirense Arecio Moncada (n. 1954) integrante del grupo pictórico "Catedral" de la ciudad de San Cristóbal en sus años iniciales, elaboró una pintura en acrílico sobre tela inspirada en la obra "La Batalla de la Victoria", del maestro Tito Salas. Moncada hizo una versión libre de la escena, si bien mantuvo a los mismos personajes representados por Salas. 

En su versión, sobre un terreno llano o plano, Moncada le da a la figura del General Juan Vicente Gómez el rol de actor principal y eje de la composición, al reproducir o captrar el ímpetu del momento cuando los tachirenses rompen el cerco enemigo. Al General Cipriano Castro, lo coloca, a un lado, como espectador exultante. 



"Batalla de La Victoria". Arecio Moncada (1978). 80x60 cm. Acrílico y óleo sobre tela. Colección privada del Economista Fernando Barrientos Sánchez, Caracas (Foto: Fernando Barrientos Sánchez, 2023. Reproducción con fines didácticos).






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viernes, 18 de agosto de 2023

Tesoros de la cocina tradicional tachirense, las recetas de la nona junto al fogón | There are many different ways of getting to know a city or land, and food is one of these: The Traditional Tachiran Cuisine. A Cookbook with Older Styles for Modern Cooks


















Para descargar el libro: Tesoros de la cocina tradicional tachirense, las recetas de la nona junto al fogón [Traditional Tachiran  Cuisine: A Cookbook with Older Styles for Modern Cooks] accione, en la siguiente pantalla, el pequeño recuadro con flecha de salida que se encuentra en el extremo superior derecho:







Abrebocas... La cocina tradicional, aquella donde nuestras abuelas conjuraban los más deliciosos manjares; la de fogones de leña y de paredes ahumadas; de fragantes despensas y desordenadas alacenas, donde la abuela era regente y general de cinco estrellas, pues ordenaba y se hacía lo que ella decía, además de conocer al dedillo todo lo que allí se guardaba. Esa vieja cocina, que fue parte fundamental en nuestra crianza, otorgándonos la saludable gordura, en aquella época, para crecer sanos, fuertes e inteligentes, como era tradición, retorna del pasado al presente con esta obra.

En estos tiempos de globalización, de imitación, con la saturación mediática y de la moda de gourmet, la sociedad ya no recuerda la cocina tradicional de cada lugar. Cocina que está muy alejada de ser un apoyo y fomento para la moderna tendencia estética del palillo femenino y del súper fibroso masculino, donde sus protagonistas son, sólo, vegetales y proteínas. La cocina de la abuela, aquella que se transmitió de generación en generación, por aprendizaje directo o por tradición oral, hoy en día está relegada a eventos familiares muy puntuales, bien porque sus recetas requieren de dos elementos, por igual desaparecidos: tiempo y paciencia o porque son de alto contenido calórico o de grasas, haciendo que sean evitadas o consumidas con moderación.

Estas prácticas han permitido que el paso del tiempo haga de las suyas, y gran parte de esa tradición culinaria esté pasando al olvido. No obstante, siempre hay, en cada familia, alguien que acostumbra a escribirlo todo, a guardar fotos, enseñanzas, recuerdos, reseñas, obituarios y objetos simples pero rodeados de un valor íntimo. Y es una gran fortuna, pues es una manera de preservar la historia familiar y la misma historia de nuestras sociedades. Esa es una memoria a la cual los investigadores, muchas veces, no tienen acceso, por tratarse de historias particulares. En los Sánchez Sandoval, nos hemos encontrado con la imagen de una persona quien tomó ese rol en el tema culinario. La nona, la abuela, regente del fogón y la despensa, también se ocupó en preservar para las futuras generaciones las exquisitas recetas de la más rica y tradicional cocina tachirense.

Hoy podemos disfrutar y recrear cada una de las recetas que este libro comenta y a su vez convertirnos en testigos de la historia que envuelve cada plato. Con sus lecturas, podemos pasar, por un instante, de ser seres globales y tecnológicos para volver a ser los venezolanos que solíamos ser. Aquellos andinos aguerridos, respetuosos y trabajadores que paladeaban un cuarto de arepa, un trozo de cuajada envuelta en hojas de biao, y una sabrosa y caliente aguamiel. En lugar de comernos un rollo de sushi, degustemos por un momento, con todo el orgullo, un par de Indios. Si no tienen idea de lo que aquí converso, los invito a leer y releer esta obra. Que está de más decir, es producto del rescate y recopilación por parte de un excelente y meticuloso historiador, de esos buenos que le gusta divulgar la Historia, pues para eso suceden los hechos, para darlos a conocer y que no mueran en el olvido.

… Si se adentran en esta aventura gastronómica y recrean estás delicias, yo me ofrezco como sacrificada catadora. No se diga más, ¡A encender el fogón!

Sigrid Márquez Poleo

Gerente - Estudios de Diseño Gráfico "El Lar del Cuervo" (San Cristóbal) - ellardelcuervo@gmail.com





La mesa está servida

Henri Matisse (1869-1954)
Óleo sobre lienzo
1897
100 x 131 cm
Colección particular
Reproducción con fines didácticos




Colores del pasado/Colours of the Past. La nona, Doña Maximiana Sandoval Zambrano de Sánchez Bustamante (Lobatera, 1908 - San Cristóbal, 2004), de negro, teniendo en brazos a su hijo Julio Abdón Sánchez Sandoval (San Cristóbal, 1936 - San Cristóbal, 1944). A la izquierda, su hermana Ana Paula Sandoval Zambrano (Lobatera, 1905 - Lobatera, 1978), y en el centro los niños Leonisa Sánchez Chacón (San Cristóbal, 1927 - Caracas, 1979) y Luis Alfonso Sánchez Sandoval (San Cristóbal, 1934 - San Cristóbal, 2019). Foto tomada el 24 de septiembre de 1938, en los jardines de la casona solariega de las Sandoval (construida en 1875 y desaparecida en 1997), en Lobatera (Estado Táchira). Coloreada y restaurada por Bernardo Zinguer/MyHeritage, 2020.






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jueves, 17 de agosto de 2023

Evocando viejos oficios tachirenses: los maestros artesanos de la piedra, del s. XIX │A History of Stonemasonry: Ancient Tachiran Stonemasons and Millstones used for Grinding Sugar Cane

 



Piedra o maza de trapiche de caña tallada en granito. Una de las tres que perteneció al trapiche de los Sandoval en el caserío Pueblo Chiquito, aldea La Molina, Municipio Lobatera, Estado Táchira, y data de fines del s. XIX (Foto: Samir A. Sánchez, El Remanso de Santiago, San Cristóbal, 2007).




Al observar una piedra de molino en un jardín o en una casa de campo tachirense, nos puede surgir la pregunta: ¿Cómo la hicieron? La respuesta resulta por demás interesante.

Es una memoria artesanal olvidada pero necesaria traer al presente y darle un valor, uno que implica justicia, a los arduos trabajos por los cuales pasaron nuestros nonos.
Este es el caso de las piedras de molino en los trapiches de caña de azúcar y/o en los de moler el trigo (molturación), pilones para el maíz y abrevaderos para el ganado y animales domésticos. La técnica de la talla de la piedra que empleaban los pedreros, picapedreros o artesanos del tallado de la piedra, desde tiempos inmemoriales y algunos hasta la década de los años cincuenta del pasado siglo, según ancianos pedreros de Lobatera entrevistados, era la siguiente:

Con la señal de la cruz hecha sobre la piedra y la expresión: "Con la ayuda de San Celestino [a quien consideraban como el santo patrono de quienes labraban piedras] que a esta piedra le demos con tino", como rito inicial, se daba principio a la obra. De seguida, se iba marcando o punteando un patrón circular sobre una roca desprendida (esto es, de río o roca rodada como se le identificaba) o a veces, cuando se buscaban piedras con mayor densidad o más duras, sobre una roca de pared granítica en las montañas de los páramos de La Grita. A partir del patrón marcado, se hacía un canal circular a martillo y puntero o cincel que se iba devastando y profundizando en dicha roca.

Los golpes del cincel y puntero se daban siguiendo otra vieja técnica que era la de identificar la “vena de la piedra”. Esto era algo intuitivo y se aprendía por experiencia. Consistía en ubicar la mejor dirección por donde comenzar a golpearla y así facilitar su corte. Luego de identificar la vena, comenzaban propiamente el marcar o puntear sobre la roca un patrón circular a martillo y puntero o cincel e ir devastando y profundizando ese círculo hasta crear un canal. Una vez obtenido el grosor requerido, en la sección o cara inferior se le hacían muescas a la roca por donde se introducían, a modo de palancas, cuñas de madera o metal para ir levantando y separando el bloque o la rueda resultante.

Cuando la roca resultaba muy resistente se le prendía fuego y luego se echaba agua inmediatamente para fracturarla con golpes secos. Esto tenía el inconveniente de dañar toda la pieza si el pedrero era un aprendiz descuidado en su trabajo. La principal virtud del viejo artesano tachirense de la piedra era la paciencia, atención y el cuidado en lo que hacía. Luego, se agujereaba su centro, por lo general en forma rectangular, para colocar allí el madero que serviría de eje de rotación de las piedras y ruedas.

Finalizado el anterior proceso, con la misma yunta de bueyes de arar la tierra, la piedra de molino era trasladada desde el río o la montaña al lugar de trabajo o casa del pedrero donde la roca era alisada o pulida con agua y arena para su acabado final.

Esta laboriosa obra se hacía en minucioso y lento tallado a mano de la roca de granito fresco [no erosionado, por ser de mayor dureza] u otra piedra de río de similar dureza. Una buena piedra, decían, "si el tiempo ayuda, se termina en poco menos de dos meses". El proceso resultaba similar para obtener ruedas de molino de trigo, por lo general más pequeñas.

Identificación fotográfica: las mazas de las imágenes se hicieron en la aldea Venegará (La Grita, en 1887) y fueron adquiridas en 1895, junto a otras dos, para el trapiche de los Sandoval, en la aldea La Molina (Municipio Lobatera), el cual funcionó hasta 1992. Fotos: Samir A. Sánchez, El Remanso de Santiago, San Cristóbal, 2008. Fuente: Documento privado de pago y transporte a Lobatera de tres piedras de moler ya usadas, acordado en 100 pesos o 400 bolívares, de fecha 21 de febrero de 1895, entre Bruno Inocencio Méndez y Macario Sandoval Mora. Consultado en: Archivo de la familia Sandoval Zambrano, Lobatera, 1995.




Foto: Samir A. Sánchez, El Remanso de Santiago, San Cristóbal, 2008




Foto: Samir A. Sánchez, El Remanso de Santiago, San Cristóbal, 2008.




Antiguo trapiche de los Sandoval (aldea La Molina, Lobatera) antes de su desmantelamiento y desaparición en 1992. Se aprecia el entramado estructural en madera de teca y sinare (también conocido como cinaro o cinare), y las tres piedras de moler caña. Funcionaba por tracción de yuntas de bueyes que se alternaban durante la molienda (Foto: Antropóloga Reina Durán, 1990).




El dulce sabor de la panela... Faena, luego de la zafra y molienda, de preparación artesanal de la panela tachirense (elaborada a partir de la miel o jugo de la caña de azúcar solidificado, realizado desde el siglo XVI). Conocida como “La ambrosía tachirense” por el dulzor y el contenido vitamínico, es preparada en “la molienda” o proceso de moler la caña de azúcar en trapiches con molinos de mazas (de piedra) y cuyos hornos funcionan a través de la quema del "bagazo" o el tallo de la caña luego de ser exprimido al pasar por el molino.

La faena de la molienda siempre comenzaba a las cuatro de la madrugada para beneficiarse de las horas más frescas de la jornada ya que, sumado al calor del fuego del horno, la resolana [efecto de la luz y calor producidos por la reverberación del sol en un lugar que está bajo techo, a la sombra] de las horas del mediodía, en el valle de Lobatera cuando "pegaba un sol hereje" según el decir de los horneros o atizadores del fuego, era agotadora para todos aquellos que trabajaban en el trapiche.

En la imagen podemos observa a un trabajador trasvasando el “guarapo” de la paila “guarapera” a un tanque de enfriamiento. Junto a las pailas se observa la “tacha” o batea de madera para enfriar la miel que está al punto, y se coloca allí desde la segunda paila o “paila mermadora”. A la derecha se aprecia el producto final: la panela tachirense, en las gaveras, moldes de madera para su solidificación. Otro de los productos derivados de la panela es el licor tradicional conocido como "Miche cachimbo" o "Miche callejonero". Este, a su vez, es el producto de la fermentación de la panela dejada en agua, pasándola luego por un alambique o destilador que permite separar el alcohol puro. Se le puede agregar plantas herbáceas como el anis o eneldo, y así se le conoce como "miche aliñado". 

Foto de: Jacqueline González, 1982: Trapiche de los Sandoval, artesanal, caracterizado por producir unidades de panela de 1 kilo, ubicado en el caserío Pueblo Chiquito, aldea La Molina, Municipio Lobatera, Estado Táchira. Bajo la ramada y frente a las hornillas y pailas, el pailero lobaterense José Pastor Rosales Suárez hace el trasiego de la miel, de la paila mayor a la menor, para darle "el punto" a la panela.


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domingo, 13 de agosto de 2023

Nuestra Señora de la Consolación de Táriba a la luz de los documentos históricos: el pasado interrogado y develado │'Nuestra Señora de la Consolación de Táriba': The Past Interrogated and Unmasked. Learning by Researching Historical Documents

 





Imagen reconstruida, sin ornamentos adicionales, con el aspecto original que debió presentar el retablo de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, dado por el maestro pintor en el siglo XIII o XIV, en un estilo propio del románico tardío. Sin la media luna ranversada o exvoto agregado en el siglo XX. Se mantuvieron las huellas de los daños ocasionados a la tabla a través de los siglos. Proceso de restauración de imagen digital (image inpaiting) por Samir Sánchez en 2015 y replanteada luego de una tercera evaluación realizada a la tabla, conjuntamente con el Pbro. Pedro Fortoul, Samuel Carrillo Clavijo, Samuel Carrillo h. y Samuel Trevisi en febrero de 2017. Foto base: Samuel Trevisi, 2010.



Presentación 

Esta cronología ha sido compilada, ordenada y estructurada única y exclusivamente en función de los documentos y data histórica que se conserva en diferentes archivos, los cuales pueden ser consultados y contrastados. 

Todas las conclusiones y teorías atingentes están derivadas de los análisis hermenéuticos documentales y de la evaluación iconográfica e iconológica de la pintura sobre la tabla. 

Por igual, esta relación representa una separata del estudio completo analítico realizado en 2012 y 2017 al retablo original, referenciándose allí todas las notas documentales que soportan la presente sucesión de hechos.



Desde la edad de la espiritualidad...

Develar las huellas de un anónimo maestro pintor medieval -en el retablo de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba-, en un intento por descifrar lo aparente, es el pertinaz objetivo del presente trabajo. Huellas que por igual nos llevarán en un recorrido por vidas, territorios y continentes; por caminos y por senderos, en tierra o sobre naos en la mar.

Desde los ojos de la fe estampada en la tabla -«Quae consolatur nos - Quien nos consuela»-, o del arte universal, presenciaremos el paso de los tiempos como las palabras del salmista «Quoniam mille anni ante oculos tuos tamquam dies hesterna, quae praeteriit, et custodia in nocte - mil años son ante tus ojos como el día de ayer que ya pasó, como una vigilia de la noche. Psal. 90 (89):4». 

Jerusalén, Éfeso, Roma, Bizancio, la Baja Edad Media, Flandes, el Camino de Santiago y América, son sólo algunas de las piedras miliarias que -trabajadas en cuidadosa labra desde las evidencias y desde la lógica de las argumentaciones- encontraremos en este recorrido de amplios horizontes. 

Por igual, el lector coterráneo encontrará aquí nociones sobre su identidad como pueblo y como región. Sobre su pasado histórico, a partir de los acrisolados orígenes del Estado Táchira, cuya urdimbre y unificación se dio -en gran medida- en torno a lo que representó la imagen-símbolo de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba y, como lo relata el magistral himno mariano a la Consolación, "Por ti florezcan siempre la rosa y el laurel..."

Samir A. Sánchez
El Remanso de Santiago, al pie de la sierra de la Maravilla que domina el valle de Santiago y la ciudad de San Cristóbal, a 28 de julio de 2012 


Origen

Siglos XIII y XIV. Entre fines del siglo XIII e inicios del XIV, es pintado al temple, el retablo de Táriba, en un desconocido monasterio benedictino-cisterciense, ubicado en el Camino de Santiago, entre las poblaciones de Puy-le-Velay (sur de Francia) y Santiago de Compostela (norte de España). La pintura reproduce la imagen original de Nuestra Señora de Puy-en-Velay, del siglo XI, cuya festividad se celebraba -y sigue celebrando- el día de la Asunción, cada 15 de agosto. La imagen románica de la Virgen de Puy-en-Velay, escultura sedente o del tipo Trono de la Sabiduría y que representaba el momento de la Epifanía (Mateo 2, 1-12: "Cuando ellos (los magos) vieron la estrella, se alegraron muchísimo. Entraron en casa y vieron al niño con María, la madre [...]"), fue ordenada quemar en la plaza mayor de Puy-le-Velay a fines del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa. Sus características iconográficas se conservaron por varias copias hechas en el siglo XVII y se veneran en otras iglesias de Francia. Está documentado como los peregrinos franceses que iban a Santiago de Compostela (norte de España), provenientes de Puy, en la región de Auvernia (sur de Francia), llevaban consigo copias de la imagen de la Virgen que veneraban en su ciudad de Puy y que dejaban en hostales y capillas de peregrinos como señal o exvoto de su paso peregrino. De allí la abundancia de vírgenes sedentes en todo el norte de España, imágenes que derivaban de la de Puy-en-Velay, y que presentan limitadas variaciones con respecto a la advocación original.  

Fue la orden del Cister, de los monjes blancos (por el color de su hábito) quien, desde el siglo XIIm destacó y tomó la vanguardia en difundir la devoción a la grandeza de la Virgen María y su iconografía entre el pueblo llano. En sus filas destacó San Bernardo de Claraval quien predicaba sobre María como "la casa de la Divina Sabiduría" y a quien, por igual, varios autores le atribuye la autoría de las últimas frases de la antigua antífona mariana de la "Salve Regina", si bien no está probado.


Llegada al Táchira

Siglo XVI. En un galeón o nao de la flota de Tierra Firme, Panamá y Cartagena de Indias, el cual salió del puerto de Sevilla en un año no precisado de la primera mitad del siglo XVI, el que sería conocido como el "retablo de Táriba" cruza el océano Atlántico, en las pertenencias personales de un emigrante peninsular, con probabilidad, como propiedad del capitán Diego de Colmenares, natural del pueblo de Paredes de Nava (Palencia - España), ubicado en la Tierra de Campos, en el Camino de Santiago, e hijo de Diego Sáez de Mazo y Leonor de Colmenares. Falleció el capitán Diego de Colmenares en Pamplona del Nuevo Reino (actual Pamplona, Norte de Santander, Colombia) en 1557 y sus pertenencias personales pasaron a su hija Leonor de Colmenares, quien se casaría con el colono español Alonso Álvarez de Zamora, primer encomendero en el sitio de Táriba.


1565. Alonso Álvarez de Zamora, oriundo de la ciudad castellano-leonesa de Zamora y de los primeros pobladores de la Villa de San Cristóbal que vinieron de Pamplona del Nuevo Reino, para 1561, y ya casado con Leonor de Colmenares, recibe la confirmación, al igual que los demás vecinos de la Villa, de sus encomiendas por parte de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá. El título de encomienda lo poseía de hecho, desde 1562 -dado por el capitán fundador de la Villa de San Cristóbal, Juan Maldonado y Ordóñez de Villaquirán- en los pueblos aborígenes de Táriba y Carapo, al norte de la Villa de San Cristóbal.


Renovación

1589-1591. En un año de este período ocurre la renovación el pequeño retablo en madera báltica pulida por ambos lados, de 31,5 x 21 cm y un grosor promedio que no excede de 1,5 cm, el cual se encontraba desleído por el paso del tiempo y abandonado en el granero de la casa del encomendero Alonso Álvarez de Zamora (en el sitio que ocupa actualmente la Basílica de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba). Hecho que ocurre luego del intento de Jerónimo de Colmenares, sus hermanos y amigos, por partir la tabla y convertirla en una paleta para el juego de bolos. Leonor de Colmenares reprendió a su hijo por intentar quebrar la tabla. Ella le recordó que había sido imagen y le ordenó colocarla nuevamente en el granero, donde, ese día ya perdido de la memoria, a las 4:00 pm, se renovó adquiriendo los colores y la nitidez pictórica que se le aprecia actualmente. Como la imagen renovada no podía asociarse con ninguna advocación mariana ya conocida, se le dio la denominación de Nuestra Señora de Táriba, por el sitio donde se encontró y renovó. La fecha se puede ubicar por cuanto en 1621, el mismo Colmenares testificó tener 42 años para la fecha. Jerónimo de Colmenares falleció en 1635. 

Es de especificar que el juego de bolos  mencionado en la Relación auténtica, para el s. XVI en España y sus provincias y dominios de América y Filipinas, consistía en colocar sobre un suelo plano y arenoso tres, nueve o más trozos de madera labrados, formando tres hileras equidistantes. El juego propiamente consistía en derribar los más que se pudiere, tirando con una bola desde una raya señalada en el piso. La misma era la marca de la distancia entre el jugador y los bolos o trozos de madera. Dependiendo del tamaño de la pelota, para el lanzamiento se podía utilizar como ayuda, para el impulso, una paleta de madera (o pala al estilo vasco y cántabro actual). 



Grabado de un juego de bolos en la Europa del siglo XVI (Foto: Libros antiguos, ss. XVI y XVII. Google Book, 2012. Reproducción con fines didácticos).


Capilla de peregrinación

1602. Está documentada, por primera vez, la ermita de peregrinación de Nuestra Señora de Táriba y junto a ella se establece el pueblo de doctrina de Táriba, el 6 de agosto de 1602, encomendado, en su adoctrinamiento, a los agustinos del convento de San Agustín, de la Villa de San Cristóbal, por orden del Visitador de Naturales de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, Don Antonio Beltrán de Guevara.


1612-1613. El franciscano fray Pedro Simón, de los cronistas mayores de Indias, como superior de la orden franciscana en el Nuevo Reino de Granada, hace la visita canónica a los monasterios de La Grita y Mérida. Pernocta en el sitio de Táriba donde observa de cerca el retablo de Nuestra Señora de Táriba y la describe como: «La devotísima ermita de Nuestra Señora de Táriba, que es el consuelo de todas aquellas provincias circunvecinas, por algunos milagros y socorros que les ha hecho en sus necesidades, esta Santísima Imagen, que es pintada en un lienzo [erróneamente consideró que era tela adherida a una tabla, como era la técnica de la época en la cual vivió] de media vara largo, cuadrada en proporción. Tiénenla en gran veneración en toda aquella tierra, obligados de los beneficios».


Cofradía de Nuestra Señora de Táriba

1635. Fallece Jerónimo de Colmenares y es enterrado en el suelo de la iglesia del convento de San Agustín de la Villa de San Cristóbal, junto a la primera grada del lado del Evangelio. Entre sus documentos se encontró una solicitud que hizo al Arzobispado de Santa Fe para que se le nombrase Mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora de Táriba. Esta cofradía ordena la elaboración de varias copias del cuadro para recaudar el diezmo de dicha cofradía entre los hermanos o cofrades que residían en otras poblaciones y regiones, alejadas de Táriba. De estas copias o pinturas en tabla, a la fecha, sólo se conserva una en la ciudad de Cúcuta (Colombia).


Testimoniales para la Relación Auténtica y Decreto de Jubileo

1654. El 14 de febrero de 1654, el Visitador General eclesiástico del Arzobispado de Santa Fe de Bogotá, Don Juan de Iturmendi, ordena se registren por escrito, los testimonios, recibidos bajo juramento canónico: "por Dios Nuestro Señor y la señal de la cruz formándola al mismo tiempo con la mano derecha" sobre el origen del retablo de Nuestra Señora de Táriba y los milagros y favores [los manuscritos originales se perdieron del archivo parroquial de Táriba, a mediados del siglo XX, y sólo se conservan copias notariadas del siglo XIX]. Asimismo, el Visitador Eclesiástico concedió la celebración de un jubileo en la ermita de Táriba, en los siguientes términos: 

"Nos, el Doctor Don Juan Ibáñez de Iturmendi, examinador general de este Gobierno, por S. Señoría Ilustrísima el Señor Maestro Don Fray Cristóbal de Torres, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Arzobispo de este Nuevo Reino de Granada, predicador de las católicas Majestades Felipe III y IV de su Consejo, etc. Hacemos saber a todos los fieles cristianos de cualquier Prelado, calidad y condiciones que sean, cómo Su Sría. Iltma., cumpliendo con la obligación de verdadero Prelado vigilante, sacerdote, pastor, acudiendo a los paternales y fervorosos deseos, que tiene del consuelo y salvación de las almas a S. Sría. Iltma. encomendadas, las ha impetrado de la Santa Sede Apostólica innumerables indultos y grandiosas potestades, para que las comunique con los fieles de este Arzobispado y fuera de él; entre las cuales una es, que puede conceder Jubileo plenísimo y remisión de todos los pecados […] en cuya conformidad concedemos a todos los fieles cristianos, que confesados y comulgados, visitaren esta Iglesia de Nuestra Señora de Táriba, desde las primeras vísperas de la fiesta de Nuestra Señora de la Limpia Concepción hasta el tercero día, y en ella se rezare lo que tuvieren por devoción, por el estado de nuestra Santa Madre Iglesia, paz y concordia entre los príncipes cristianos y extirpación de las herejías: concedemos indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados y así mismo concedemos indulgencia plenaria a una Cruz de Granadillo, que está en el altar de esta Santa Iglesia. Que es hecho en esta casa de Nuestra Señora de Táriba, en catorce de febrero de mil seiscientos y cincuenta y cuatro años. DOCTOR DN. JUAN IVAÑEZ [IBAÑEZ] DE ITURMENDI. Por mandato del Señor Visitador General y Provisor. Juan Antonio de la Fuente Valdés , Notario”. 

1661. El Cronista Juan Flórez de Ocariz, en su obra "Genealogías del Nuevo Reino de Granada", escrita en 1661 y publicada en 1674, refiere: "Nuestra Señora de Táriba, apellidada así por el nombre del valle donde se encuentra [...] Habrá cien años que de uno de los primeros conquistadores de su distrito hubo esta Santa Imagen una pobre mujer, que asistía en el campo, y en su poder empezó a obrar maravillas […] Ahora ochenta años, en el sitio donde empezó a darse a conocer con beneficios, se le fundó Iglesia frecuentadas de partes distintas.


Relicario y cambio de nombre de la advocación mariana

1687. El 3 de agosto de 1687, Don Gregorio Jaimes de Pastrana y Bazán (San Cristóbal, 1626 – Santa Marta, 1690), Obispo de Santa Marta (en la actual Colombia) dona el artístico relicario de plata sobredorada, obra del maestro mayor de platería, pamplonés, Alonso de Lozada y Quiroga, y cambia la denominación oficial de la imagen a Nuestra Señora de la Consolación de Táriba. Por igual dona su hato de ganados mayores para el sustento de la lámpara eucarística de la Parroquial de San Cristóbal y el mantenimiento de la ermita de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba. El hato, con el tiempo, pasó a denominarse «Hato de la Virgen», en las inmediaciones de la actual población de Capacho Viejo-Libertad. Es probable que, como buen lector, el Obispo Jaimes de Pastrana conociera los libros de fray Pedro Simón sobre el descubrimiento y conquista de la región tachirense y donde describiera a la imagen de Táriba como: "el consuelo de todas aquellas provincias", y de allí tomara la advocación de "la Consolación" para dárselo a la imagen mariana de su tierra, conocida hasta el momento como la "Virgen" o "Nuestra Señora de Táriba".


Primera visita de un Obispo de Venezuela (Caracas) a Nuestra Señora de la Consolación 

11 de marzo de 1717. Primera visita de un Obispo de Venezuela a la capilla de Nuestra  Señora de la Consolación "en el sitio de Ntra Sra de Consolación de Táriba" (según se especifica en el libro de matrimonios de la parroquial de San Cristóbal, 1717). Mons. Francisco del Rincón O.M. (1650-1727), en su carácter de Obispo de la Diócesis de Venezuela-Caracas y Arzobispo metropolitano electo de Santa Fe de Bogotá, en su viaje de Caracas a tomar posesión de su sede arzobispal de Santa Fe, hace una visita pastoral a la Parroquial de la Villa de San Cristóbal, a su paso y estancia en el sitio de Táriba. Hasta allí le son llevados los libros parroquiales que revisa y coloca notas y observaciones y realiza bautismo, confirmaciones y primeras comuniones a "la feligresía que se acercó al sitio de Táriba" (Libro de Bautismos de la Parroquial de San Cristóbal, marzo de 1717).


1767-1787. la capilla de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba es entregada por el Cabildo de la Villa de San Cristóbal (en uso de la potestad que le daban las leyes del Patronato Eclesiástico) a la administración de los frailes dominicos, quienes establecieron un hospicio para peregrinos y atendieron desde allí a los pueblos de misión al sur del actual Estado Táchira (municipios Libertador y Fernández Feo), Apure y Barinas.


1780. En noviembre de 1780 el Arzobispado de Santa Fe de Bogotá, erige en Viceparroquia eclesiástica el sitio de Táriba.


1804. El 16 de marzo de 1804, el Obispo de Mérida de Maracaibo, Mons. Santiago Hernández Milanés, erige la Parroquia Eclesiástica de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba. 

1902 (o posterior). De esta fecha data el primer escrito que relaciona el origen de la imagen de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba con los agustinos del convento de la Villa de San Cristóbal. Se corresponde con una reseña publicada en el periódico "La Abeja" de Bailadores (Estado Mérida) por el Pbro. Dr. Ezequiel Arellano Acevedo (1838-1916) quien estaba vinculado con Táriba por haber ejercido allí su ministerio sacerdotal como cura párroco entre 1878 y 1893. El texto, hecho a manera de narración breve de ficción por cuanto mezcla datos históricos y ficticios, y en prosa piadosa, se titula "Breve reseña de la devoción a la Santísima Virgen de Táriba bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación". Este relato, como texto literiario, bien puede tener el calificativo de "leyenda áurea de la Consolación de Táriba" y se ha mantenido o repetido hasta nuestros tiempos en el imaginario religioso y popular tachirense como el origen de la tabla con la imagen de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba.  


1911. El 13 de enero de 1911, el Obispo de Mérida, Mons. Antonio Ramón Silva, consagra solemnemente, según el Ritual romano, la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, cuya estructura arquitectónica fundamental, permanece en la actualidad. Iniciativa del párroco de la época Mons. Miguel Ignacio Briceño.


Decreto de Basílica Menor

1959. El 25 de octubre de 1959, y a solicitud de Mons. Alejandro Fernández-Feo, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, S. S. Juan XIII expide el Breve pontificio Solacium ad levationem por medio del cual se elevaba a la categoría de Basílica menor la Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Consolación de Táriba (Acta Apostolicæ Sedis, 52-1960), y el 9 de noviembre de 1959, S. S. Juan XIII expide el Breve pontificio Alacres Dei administre por medio del cual se autorizaba la imposición de una áurea corona según las disposiciones canónicas, a la venerada imagen de Ntra. Sra. de la Consolación de Táriba.


1961-1965. Entre el 15 de agosto de 1961 y el 14 de agosto de 1965, en dos etapas, se realizaron los trabajos de remodelación del templo edificado en 1911. La empresa Esfega realizó las obras y supervisó los acabados el Arq. Graziano Gasparini, especialista en restauración de la Universidad Central de Venezuela (UCV).


1963. El 15 de agosto de 1963, Mons. Mons. Alejandro Fernández-Feo, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal consagró según el Ritual romano, el nuevo templo parroquial y Basílica menor.


Coronación canónica

1967. El 12 de marzo de 1967, S.E.R José Humberto Cardenal Quintero, primer cardenal de Venezuela, coronó canónicamente a la venerada imagen de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba. Por tan solemne ocasión, el Cardenal Quintero regaló, como presente votivo a la imagen mariana de Táriba, la réplica de la Rosa de Oro que Su Santidad Pablo VI entregara a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe (Ciudad de México) en 1966, como expresión de veneración y gratitud del Papa a la imagen de la virgen guadaluana. La réplica de Táriba habia sido dada al Cardenal Quintero, en México durante una visita a Guadalajara, por el Cardenal José Garibi Rivera (1889-1972), Arzobispo de Guadalajara. Asimismo, todos los detalles entorno a la coronación canónica, incluyedo la entrega de la Rosa de Oro, quedaron registrados en un libro, atemporal por su calidad de impresión (no igualada o superada hasta la fecha), fotografías y de textos, elaborado por el R. P. Julián León Robuster SJ (Salamanca, España, 1915 - San Cristobal, Venezuela, 1973) titulado: "Un libro para la historia: Coronación de la Virgen de la Consolación de Táriba" (Madrid, 1969).

Santuario Diocesano

1998. Mons. Baltazar Porras Cardozo, Arzobispo Metropolitano de Mérida y Administrador Apostólico en Sede vacante de la Diócesis de San Cristóbal, eleva la Basílica de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba a Santuario Diocesano, el 13 de agosto de 1998 y la ceremonia de institución canónica se realiza el 15 de agosto 1998.



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