martes, 19 de noviembre de 2019

“El nono i la nona tienen la oultima palabra…” Una palabra con sabor a hogar tachirense │'Nono' and 'Nona': A typically Tachiran Homelike Words and their Meaning

 







Regreso de la boda. Óleo y acrílico, 39 x 44 cm. Manuel Osorio Velasco (1983). Pintor costumbrista tachirense. Colección privada de la familia Hurtado Rubio, San Cristóbal, Estado Táchira (Fotografía, cortesía de la Lcda. Bibiana Rubio Maldonado de Hurtado, 2019).


[Texto organizado a partir de actualizaciones y extractos de una conferencia impartida en el Colegio de Ingenieros del Estado Táchira, en el marco de las Jornadas de Identidad Tachirense: El poder y la tachirensidad, organizadas por los estudiantes de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Católica del Táchira, en marzo de 2007].


“El nono i la nona tienen la oultima palabra…”

 Una palabra con sabor a hogar tachirense


Samir A. Sánchez (2019)


Toda lengua está compuesta por miles de palabras, pero siempre hay alguna que sobresale y más cuando está circunscrita al ámbito de los afectos y sentimientos familiares. De allí que, al escudriñar en aquellas pertenecientes a nuestro glosario de identidades tachirenses, buscando las que son un verdadero mainstream, nono y nona están, sin duda, entre las primeras.


Si bien fueron voces -muy propias- empleadas por los tachirenses desde tiempos inmemoriales, han desaparecido o están desapareciendo de la memoria y, en consecuencia, del léxico propio del hogar tachirense. ¿Motivo o causa? los efectos de la globalización y el abrumador desarrollo de las redes sociales de comunicación que, en palabras ya expresadas por Ortega y Gasset en el distante 1926, pero presentes, diluyen todo en un tiempo de masas y de pavorosa homogeneidad.


Así, al hacer referencia al término utilizado por las generaciones que nos antecedieron para llamar o dirigirse, dentro de la familiaridad, a los abuelos, como el nono (abuelo) y la nona (abuela), o en sus diminutivos de nonito o nonita, nos encontramos con una palabra de grato sonido, pero de origen incierto en tierras tachirenses. Su estudio se dificulta precisamente por tener un uso circunscrito sólo al ámbito familiar y no haber quedado registrada en documentos del siglo XIX y anteriores, llegando a nuestros tiempos sólo por la transmisión oral inmediata recibida a través de padres y nonos (abuelos).


¿Qué nos dice la etimología?

Ante la incertidumbre planteada, sólo resta recurrir a la etimología para obtener más luces sobre el origen de la palabra y su empleo en tierras tachirenses. Se tiene entonces que, curiosamente, nos encontramos que la misma proviene de una palabra o raíz originaria latina, que pudo llegar al Táchira por dos vías diferentes, por dos lenguas romances o derivadas del latín: en primer lugar, el ladino o judeoespañol (sefardí) y, en segundo lugar, el italiano. Pero, hasta la fecha, sin poder precisar por cuál de ellas la palabra nono y nona se hizo tan tachirense como el río Uribante, el pan aliñado, el Rubio de tantos puentes y el café sabroso o la cumbre de El Púlpito.


Teniendo en cuenta este origen y vías de propagación se podría afirmar como, cada vez que nosotros [y hago énfasis en nosotros para reforzar nuestra identidad], empleamos la palabra nono o nona, imperceptiblemente nos conectamos con nuestro legado, con las vidas, esfuerzos y valores de las generaciones familiares que nos precedieron. Seguir empleando el término nono y nona es seguir siendo y sintiéndonos orgullosamente tachirenses; nono y nona son parte de nuestra marca de origen y seña indeleble de nuestra tachirensidad e identidad en un mundo globalizado.


Al profundizar en las dos vertientes lingüísticas que nos conducen al posible origen de la palabra nos encontramos con lo siguiente:


La vía del ladino o judeoespañol (sefardí)

Por esta vía, nono y nona serían palabras de tipo relicto. Esto es, aquellas que permanecen en el tiempo, pero tienen un origen en un sustrato lingüístico ya desaparecido. Este primer sustrato pudo ser el ladino, una variedad dialectal del castellano (de allí que se considere lengua romance) que hablan los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica en el siglo XV y que llegó a América y al Táchira, en el siglo XVI, con los conversos o criptojudíos. Aquellas familias o grupos humanos, expulsados de España y Portugal, que siguieron practicando sus costumbres culturales semíticas y su milenaria religiosidad judía, pero, por motivos de supervivencia como nación dispersa o en diáspora, exteriorizando la adopción de las costumbres occidentales y creencias cristianas. Ellos se arraigaron con admirable denuedo en las sociedades hispanoamericanas las cuales, en muchos momentos le eran adversas, más por ignorancia o fanatismo.


En este contexto de la lengua ladina o sefardí y para todo aquel que quiera adentrarse más en el conocimiento de ese legado cultural en tierras del Táchira, y más allá de las voces nono y nona, legado que únicamente se hallará al ir retirando y develando las capas de olvido dejadas por el tiempo que lo ha ocultado, se puede encontrar un sentido a muchas de nuestras inveteradas palabras, tradiciones o costumbres a través de la lectura del libro, primero en su género: “Moreshet, el legado de los judíos en el Táchira” del abogado y académico Bernardo Zinguer (San Cristóbal, 2019).


Allí se nos recordará, entre otras cosas, cómo en los viejos folios de los archivos históricos coloniales de la otrora Santa Fe de Bogotá, sede civil y eclesiástica metropolitana del Nuevo Reino y luego Virreinato de la Nueva Granada, para el caso tachirense, se encuentra la presencia de un judío sefardí converso, Hernando Lorenzo Salomón. Era funcionario por elección de los cabildantes y confirmación real del presidente de la Real Audiencia de Santa Fe, como Escribano Público, de Cabildo y Regimiento de la Villa de San Cristóbal, para 1577. Su esposa Isabel de Borrero, se le identificada como experimentada en medicina y curas.


Asimismo, y a manera de ejemplo de esta lengua ladina o sefardí con su el uso de las palabras nono y nona, lengua hablada aún en la actualidad por reducidas comunidades judías sefardíes de Israel y Turquía, se trae el siguiente verso:


"Salonique se troko de kouando se tsamoucko.
Respectar el padre i la madre quedo.
El nono i la nona tienen la oultima palabra,
I el ermano grande se entremete a la desizion.
Bevamos a la saloud de Julia Sion"[1].


Un dato de interés, por asociar circunstancialmente el empleo de la palabra "nono" con una primitiva comunidad judía tachirense, se tiene en la novela «Ventisca» del escritor y militar tachirense Luis Felipe Prato, nacido en San Cristóbal el 22 de julio de 1909. Esta novela fue publicada en 1938, reeditada en 1953 y traducida al inglés en 1961.

Allí Prato reproduce experiencias de su juventud y de su familia en el Táchira, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX: «El abuelo de mi nono era un judío más hereje que todos los lagartijos [liberales]... ¿Eres godo [conservador], Toñín? ¡Y a mucha honra niña ama! Soy azul de los de pinta en la raíz del pelo […]»[2].

Es de destacar que en esta novela se registra por primera vez, y hasta la fecha, la palabra "Gocho" pero como gentilicio despectivo que se aplicaba a los habitantes de Lobatera a fines del siglo XIX.


La vía de la lengua italiana

En su texto clásico “La Democracia en América”, Alexis de Tocqueville decía: “Los felices y los poderosos no se exilian”. Así, en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, el Táchira recibió varias e importantes oleadas de emigrantes italianos que huían del hambre, la guerra, la ausencia de futuro y las desigualdades imperantes en su Italia natal. Precedidos por su fama de buenos trabajadores y artesanos, ayudaron a erigir el comercio y las instituciones de una joven provincia y luego Estado Táchira [desde 1856] laborando como escultores, ebanistas, carpinteros o comerciantes.

Si bien eran una comunidad reducida, se establecieron a todo lo largo y ancho nuestra geografía y en su lenguaje familiar, era común oírles el empleo de la palabra "nonno" y "nonna" para llamar al abuelo o abuela. Muchos estudiosos de la etimología de la lengua italiana la hacen derivar del término latino tardío medieval nonno (monje) y nonna (monja), con las cuales se hacía referencia o identificaba al monje y/o monja de mayor edad de un monasterio. Luego su uso pasó y se extendió en lenguaje coloquial italiano para designar a las personas mayores o ancianas en un hogar y por último a los abuelos y abuelas[3].


¿Cómo pasó la palabra nono y nona de esas lenguas romances al vocabulario familiar tachirense?

Aún no lo sabemos. Sólo podemos divagar con un ejemplo el cual nos podría dar, de manera indirecta, algunas pistas, aproximadas o indicios, sobre la forma como pudo haber sido, entre múltiples, ese proceso de migración lingüística:

Contaba el primer cronista de Lobatera, Don José del Rosario Guerrero Briceño (1927-2005) que, a principios del siglo XX, en Lobatera, residía la familia Segnini Casanova y el padre, Pietro Segnini Paolini (o Pavolini), natural de la Toscana (Italia), se dedicaba a la carpintería y ebanistería. El hijo mayor se llamaba Pedro Francisco Segnini Casanova (1891-1921). Su padre cuando lo requería por alguna necesidad de ayuda en su taller, a todo pulmón, y por estar el niño jugando con sus amigos en la plaza, lo llamaba por su nombre en italiano, Francesco, pero alargando el esfuerzo de la voz en la penúltima sílaba. Motivo por el cual sus compañeros de juego y contemporáneos le comenzaron a llamar por el mote de “Checo”, y así se quedó.


Epílogo

Es nuestro deseo final, estimado lector o lectora, que no desaparezca la palabra nono y nona de nuestro vocabulario familiar. En el complejo contexto del mundo contemporáneo, la identidad cultural de los pueblos es uno de los eslabones más débiles. Con su ruptura y desaparición, tarde o temprano, se irá, por igual, nuestro legado -valiosa amalgama de culturas y saberes- y el ser tachirense dejará de ser un sujeto histórico-cultural, dejará de reconocerse como parte de un lugar del planeta Tierra, signado por su geografía y por su historia.

Y, así, ya silenciado, dejará de decir, como el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht (1898-1956), "Dem gleich ich, der den Backstein mit sich trug Der Welt zu zeigen, wie Haus aussah"[4] (Me parezco a aquel que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa).


Bibliografía


Bonomi, Francesco. "Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana", 2008.

Gillet, R. y Weiss-Sussex, G. "Verwisch die Spuren!": Bertolt Brecht’s Work and Legacy: A Reassessmen. Nueva York, 2008.

Levine Melammed, Renée. "An Ode a Salonika, The Ladino verses of Bouena Sarfatty" (poetisa sefardí, 1916-1997), verso 178, Indiana University Press, 2013, p. 88.

Prato, L. F. "Ventisca". Ediciones Edime, Caracas, 1953, pp. 184 y 221. Traducida al inglés como 'Windstorm' por Hugh Jencks, en 1961. Editorial Las Américas, Nueva York.

Zinguer, B. “Moreshet, el legado de los judíos en el Táchira”. San Cristóbal, 2019 (edición digital).


[1] Levine Melammed, Renée. "An Ode a Salonika, The Ladino verses of Bouena Sarfatty" (poetisa sefardí, 1916-1997), verso 178, Indiana University Press, 2013, p. 88.

[2] Prato, L. F. "Ventisca". Ediciones Edime, Caracas, 1953, pp. 184 y 221. Traducida al inglés como 'Windstorm' por Hugh Jencks, en 1961. Editorial Las Américas, Nueva York.

[3] Cfr. Bonomi, Francesco. "Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana", 2008.

[4] Gillet, R. y Weiss-Sussex, G. "Verwisch die Spuren!": Bertolt Brecht’s Work and Legacy: A Reassessmen. Nueva York, 2008.




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