domingo, 2 de abril de 2023

La procesión del Santo Sepulcro en Lobatera, una tradición desde el s. XVII o la Liturgia de la Conmiseración: esencia y permanencia de la Semana Santa tachirense | The Holy Burial: The most significant procession of the Holy Week or 'Semana Santa' tradition in Lobatera (Táchira State - Venezuela)







Texto de Samir A. Sánchez (2023)
Fotografías de Cristian Sánchez (1984)



La liturgia de la conmiseración: esencia y permanencia de la Semana Santa tachirense


La escena se erige bajo la inclemencia de un sol reverberante y tenaz, que cincela sombras profundas. El aire, denso y sagrado de la época, se satura con el aroma volátil del incienso, un efluvio místico que se adhiere al azul del cielo.

El solemne y sacro cortejo avanza: la Cruz alta y procesional flanqueada por los ciriales enhiestos, portados por monaguillos menudos, precede a las pesadas andas, cuyo fuste reposa sobre hombros devotos. La muchedumbre piadosa, compuesta por feligreses que desgranan el rezo secular de los treinta y tres credos, marca un tempus acompasado por la melancolía sonora de la Banda Municipal Sucre.

Esta ejecuta, en tonalidad lastimera, las ancestrales notas del motete "Popule Meus", la magna composición para coro, solistas y orquesta del maestro caraqueño José Ángel Lamas (1775-1814). Esta obra se fundamenta en los Improperios (Improperia) escriturales (Miqueas 6, 3-8): "Pueblo mío, que te he hecho, en qué te he ofenduio, respóndeme", diálogos cargados de patetismo que interpelan la conciencia del creyente.

Se configura así una totalidad de reminiscencias barrocas y vetusta espiritualidad, un legado de la Colonia asumido con identidad telúrica por las generaciones precedentes. Esta atmósfera induce un profundo sentido de consternación, compasión y duelo ante la representación de Cristo yacente y el dolor agónico de la Mater Dolorosa, en cumplimiento de la profecía de Simeón: “Y a ti misma una espada te atravesará el alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 22-35).

De esta suerte, la Semana Mayor de Lobatera ha consolidado, a lo largo de los siglos, un espacio cardinal en el calendario del Táchira. Anclada al primer plenilunio que sucede al equinoccio de primavera, esta observancia religiosa impregna la urbe y la aldea con el hálito inmutable de la tradición.


La procesión del Santo Sepulcro en Lobatera: un patrimonio del siglo XVII

Un testimonio elocuente de esta devoción perenne lo constituye la tradicional Procesión del Santo Sepulcro, que preside los Oficios de la Pasión en el Viernes Santo en Lobatera (Municipio Lobatera, Estado Táchira). Desde el siglo XVII, esta población exhibe en su magno desfile los pasos del Santo Entierro, constituidos por antiguas efigies coloniales de madera, escayola o de vestir.

Por la imágenes tomadas por Cristían Sánchez, en la tarde del Viernes Santo de 1984, podemos seguir viendo, como testimonio atemporal, el paso de:

La Santa Cruz de la Pasión o Arma Christi (portando los instrumentos del suplicio).

San Juan Evangelista.

Las Tres Marías (María Salomé, María de Cleofás y María de Betania).

María Magdalena.

La Santa Verónica.

El Santo Sepulcro con Cristo yacente, velado por el sudario y custodiado bajo el palio de respèto.

Y, clausurando la procesión fúnebre, la Virgen de los Dolores o Dolorosa.

Otrora manifiestación de fe y debida liturgia, fue vista, en la primavera andina tachirense de 1958, en el marco de una travesía cruzando Los Andes, por la poetisa y cronista venezolana Jean Aristeguieta (1925-2016), al visitar Lobatera. M
ás allá de la topografía agreste y el encanto bucólico de sus moradas —de patios recoleteros, aleros de teja añeja, y muros encalados que contrastan con zócalos cromáticos—, la autora quedó prendada de la imaginería eclesiástica. Sus reflexiones las plasmó en el siguiente texto:


«Impresiones preciosas que guardamos de Lobatera, población de cielo luminoso y de gente afable. / Guarda la iglesia de Lobatera imágenes que llaman la atención, especialmente las tres Marías, las cuales reproducen en sus rostros los rasgos de la mujer andina y porque están vestidas como mujeres comunes, es decir, no se las aderezó estableciendo simbólicas distancias jerárquicas. Tal vez esta es la razón por la que la gente del lugar las siente tan suyas. / […] Lobatera entre piedras y silencios/con ventanales finos por el tiempo/ como un cristal asume la sedienta poesía/ de ser amor invicto de la tierra» [ARISTEGUIETA, J. (1958). Viaje Maravilloso: Los Andes, p. 18].

Así, tanto para el intelecto creyente como para el escéptico que indaga sus propias verdades, asistir a estos devotos actos —con la misma mirada lírica que Aristeguieta posó sobre ellos— constituye una experiencia trascendental. Permite auscultar el sentido profundo de una tradición que, atisbando a través de los siglos, se adentra en el pasado común del gentilicio tachirense.

Estas manifestaciones de religiosidad popular no son una mera posesión efímera de la generación actual, aunque debemos erigirnos en sus celosos custodios. Ellas pertenecen a una esfera que nos supera, a una dimensión imanente; ellas son patrimonio del espíritu eterno del Táchira.













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