martes, 19 de julio de 2016

Ciudad de San Cristóbal: de ΄torre de niebla΄ fundacional a metrópoli moderna, una visión histórica-urbanística | It takes awareness to raise a city: a memoir for San Cristóbal (Táchira State - Venezuela)









Conferencia leída en el Primer Encuentro de Crónicas de San Cristóbal, organizado por el Dr. Luis Hernández Contreras, Cronista de la ciudad de San Cristóbal, el 16 de julio de 2016, en la sede del Colegio de Ingenieros del Estado Táchira.








Una ciudad ordenada, en la mentalidad medieval hispánica del siglo XV (Dibujo en plumilla de Villa Real o Ciudad Real, Castilla-La Mancha. Foto: Consejería de Turismo del Gobierno de Castilla-La Mancha, reproducción con fines didácticos, 2014)



 
«L'amour pour principe et l'ordre pour base, le progrès pour but» (Auguste Comte, 1798-1857)





San Cristóbal, la ciudad de la 'Torre de Niebla'  
 
Cuando la mirada del transeúnte profundiza -con curiosidad inquisitiva- en el conocimiento de la ciudad, desde las esquinas de las viejas casas o desde las rejas de madera de las últimas ventanas que se resisten a desaparecer, la misma se hace trascendente entre la bulliciosa realidad que lo rodea, por cuanto ahora caminará sus lineales y pendientes calles como quien recorre páginas escritas entre envejecidos documentos.
   


Panorámica, de carácter bucólico, del valle de Santiago y la vega del río Torbes (antiguo Tormes), vista hacia el norte, desde una de las prominencias  montañosas por donde cruzaba el camino nacional que conducía a Rubio. En el centro, se observa la ciudad de San Cristóbal. El momento reproduce el sorpresivo y agradable encuentro de dos alemanes por tierras tachirenses: el dibujante y viajero Anton Goering (1836-1905) y el comerciante Heinrich Joacim Thies (Bramstatdt, 1838-1888), según información aportada por la Sra. Mary Thies, tataranieta de Herr Thies. Dibujo en plumilla del viajero alemán Anton Goering. Plumilla elaborada en 1870. Publicado en Vom tropischen tieflande zum ewigen schnee. Eine malerische schilderung des schonsten tropenlandes Venezuela, Leipzig. Adalbert Fischer, 1892 (Imagen cedida por Doña Nadine Buignon de Cárdenas Becerra, reproducción con fines didácticos).



Si se tratase de resumir el amplio proceso histórico de la ciudad de San Cristóbal, desde la época preurbana aborigen hasta la consolidación del hecho urbano en el siglo XVIII, bastaría con aducir que la permanencia de la misma fue producto de la perseverancia del hombre contra la adversidad: su existencia derivó de un constante desafío frente a todas los infortunios naturales y humanos que condicionaron su crecimiento y su paisaje urbano, en los tres primeros siglos de existencia.



Su geografía, terrazas y colinas, fueron marcadas en tiempos inmemoriales por el arribo de grupos humanos aborígenes alrededor del año 3.000 a.C. Ya, en el siglo XVI, los descendientes de estos primeros pobladores se hallaban en un estadio evolutivo de tipo tribal, en una organización social más definida en relación con lo que podía significar su organización política y económica. 



En lo étnico, formaban parte del patrón poblador andino establecido a lo largo de la cordillera de los Andes, donde el espacio geográfico central tachirense, por su misma geomorfología de fosa tectónica, se convirtió en el principal nudo comunicacional que facilitó la llegada y cruce de diferentes pueblos migrantes como los chibchas y arhuacos desde las tierras altas y los caribes y jiraharas, desde las tierras bajas y el piedemonte.



Luego, cuando nuestro avezado transeúnte, convertido ya en un verdadero peregrino en el tiempo, quiere bosquejar desde el mismo centro de la plaza mayor, el origen de San Cristóbal, comprende que la urbe fue el producto de los sueños, los deseos y los temores de los conquistadores sobre las serranías que le rodean. Fue producto, en primer lugar del propio proceso de ampliar horizontes sobre la Terra Ignota o la tierra desconocida más allá de la tramontana occidental de la Gobernación de Venezuela, proceso iniciado a partir de la fundación de la ciudad de Nuestra Señora de la Limpia y Pura Concepción del Tocuyo en 1545, y de las expediciones pobladoras provenientes del Nuevo Reino de Granada quienes, con un ímpetu similar al de las ciudades-colonias de la antigua Grecia dieron origen a la cadena de ciudades cordilleranas de Santa Fe de Bogotá (1538), Tunja (1539), la Nueva Pamplona en 1549 y Santiago de los Caballeros de Mérida en 1558. 



De los enfrentamientos jurisdiccionales entre estas últimas dos nuevas ciudades americanas, surgirá la chispa creadora de la ciudad de nuestro tiempo. Si bien, San Cristóbal -como idea sobre papel- fue pensada sólo como un sitio de paso de camino o de posada, puesto de avanzada sin términos ni jurisdicción; como una villeta de cristianos, dependiente de las autoridades de la ciudad de Pamplona, en el mismo momento de su fundación se hace realidad  –por decisión personal del capitán fundador, el salmantino Juan Maldonado y Ordóñez de Villaquirán, un 31 de marzo de 1561- como una nueva urbe en el concierto de ciudades del mundo, con pleno poder municipal y con una vasta jurisdicción propia, recibiendo el protocolar nombre de Villa de San Cristóbal del Nuevo Reino de Granada de las Indias del Mar Océano. Así, traza la plaza mayor, divide en cuadras y solares el perímetro urbano, y señala sitio para la iglesia y casas de Cabildo y Cárcel, porque con la ciudad, en medio de la indómita naturaleza de las montañas tropicales, aparece un sitio donde asientan las instituciones nuevas.



Por ello, la ciudad no solo fue lugar de paso o de consolidación de la conquista, la ciudad fue algo más. Se hizo una nueva realidad para la cultura, la humanidad y el derecho universal. Ante el hecho irreversible de la autonomía municipal y pese al contencioso jurisdiccional iniciado con la ciudad madre de la cual acababan de ser separados –pleito que se prolonga hasta principios del siglo XVII–, las familias fundadoras de San Cristóbal, desde su concepción humano-occidental, greco-latina e hispánica, afrontaron con coraje y decisión la enorme tarea de afianzar el pequeño núcleo urbano, pacificar, colonizar y labrar sus entornos así como comenzar a ejercer dominio sobre los primigenios moradores, sobre los ejidos y vastos términos o el hacer respetar la jurisdicción política y judicial asignada. 



San Cristóbal, en sus orígenes, no sólo fue ciudad, fue toda una región. Aun cuando nunca superó su condición de villa, como hecho poblador representó el origen, fundamento y punto generatriz del actual Estado Táchira. Los límites municipales que le asignó el Capitán Juan Maldonado, se extendieron por el norte hasta el río Catatumbo; por el sur hasta las tierras llanas de la provincia de Venezuela; por el este hasta el paso de Pueblo Hondo, frontero con Mérida y por el oeste con el río de los valles de Cúcuta, frontero con Pamplona. Esos límites -con las reducciones del tiempo, son los límites de la región tachirense. 



Así, a todo lo largo del período hispánico, y no sin superar dificultades naturales (consecutivos terremotos) y humanas (ausencia de incentivos pobladores por la escasa mano de obra aborigen, ausencia de explotación de minas de metales preciosos o tierras llanas para el desarrollo de grandes haciendas cacaoteras), la fijación y consolidación de la exigua población en torno a la plaza mayor, respondió a un proceso dinámico de acomodamiento donde contribuyeron factores tanto de orden económico-administrativo como civil y religioso que encuentran su máxima expresión en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se define y consolida el carácter propiamente urbano de la Villa. 



Por igual, el proceso urbanizador también fue extendido por las autoridades españolas a la organización de la población nativa en pueblos medulares o pueblos principales (resguardos de Guásimos y Capacho). Esa organización se fue modelando en un proceso de agrupación y redistribución de la población aborigen en torno a centros de adoctrinamiento; expresión por igual de un urbanismo regional que se desencadena con la fundación de la Villa de San Cristóbal y que replantea una nueva visión del paisaje rural del primigenio espacio tachirense con sus respectivas consecuencias sociales y económicas. De esta época de pueblos de doctrina, sólo nos queda un testimonio urbano, el caserío de Toituna.



Capitán, Adelantado y Maestre de Campo, Juan Maldonado y Ordóñez de Villaquirán (El Barco de Ávila, antigua provincia de Salamanca, 1525 - Pamplona, Nuevo Reino de Granada, 1572). Fundador de la ciudad de San Cristóbal (Estado Táchira - Venezuela), el 31 de marzo de 1561. Óleo de uno de los más reconocidos maestros españoles del retrato, el pintor Antonio Solis Ávila (Madroñera, Cáceres, 1899 - Madrid, 1968), fue realizado por encargo de la Junta del Cuatricentenario, en especial por uno de sus miembros, el Dr. Aurelio Ferrero Tamayo, con la colaboración del historiador Dr. Ramón Maldonado y Cocat, en 1960, para ser entregado al Concejo Municipal de San Cristóbal, en las celebraciones del Cuatricentenario de la ciudad, en 1961. Esta obra fue restaurada por iniciativa del Cronista de la ciudad Dr. Luis Hernández Contreras con la colaboración de la Municipalidad y de dos mecenas del arte tachirense, el Dr. Arturo Branger y el Ing. Fernando Moreno, en enero de 2016. El trabajo de restauración fue realizado por el especialista tachirense Homero Parra (Foto: Dr. Luis Hernández Contreras, 2016)




Ahora bien, si revisamos la cantidad y calidad de las creaciones que moldearon el urbanismo durante los siglos XVI, XVII y XVIII, se tiene que –aun cuando la traza de San Cristóbal se inscribe en el modelo ortogonal renacentista español implantado en América, donde la línea recta representa el elemento básico del trazado generador para los espacios abiertos, plazas, y calles–, los objetos arquitectónicos erigidos sobre ese trazado y cargados de significación para la comunidad (la iglesia mayor con su única torre alta, la ΄torre de niebla΄ de las glosas del Dr. Aurelio Ferrero Tamayo, el convento agustiniano, las casas de cabildo y cárcel y las casas de morada y sus solares) resultaron obras en extremo modestas. 

 

Torre de Niebla, obra de historia en glosa del Dr. Aurelio Ferrero Tamayo, en la cual se presentan los primeros documentos sobre la construcción de la Iglesia parroquial de la Villa de San Cristóbal y su torre en mamposteria, en el siglo XVI. Fue publicada con ocasión del cuatricentenario de la ciudad de San Cristóbal (1561-1961) e impresa en los talleres editoriales «Vanguardia». El dibujo de la portada, en plumilla, fue realizado por el eximio artísta tachirense Manuel Osorio Velasco (Foto: Samir Sánchez, 2016).



Construcciones de techo pajizo, horcones, paredes de bahareque y tierra pisada –mestizaje cultural de técnicas constructivas aborígenes y españolas- predominaron hasta inicios del siglo XVIII, sobre las escasas de techo de teja, paredes en tapia pisada o en sillería, columnas y patios a lo andaluz; todo ello reflejo del medio natural -tierras de aluvión- y de las condiciones económicas de los moradores de la Villa.



En lo productivo y social, el entorno urbano y rural de la Villa de San Cristóbal en la etapa hispánica, mantiene todos los ingredientes propios de las provincias periféricas o menos productivas económicamente de los dominios españoles americanos. Encontramos una dedicación agropecuaria sin exclusividad señalada, una autarquía que buscaba la subsistencia y la propiedad inicialmente distribuida en varias manos pero que, con el proceso de colonización– se va reduciendo a pocas manos generando a su vez una distribución social piramidal, dada la existencia de un mayor número de labradores-jornaleros y ausencia de una burguesía urbana, o clase de comerciantes y mercaderes, emprendedora. 



Los reducidos propietarios –los vecinos principales o encomenderos, especie de terratenientes quienes ejercen el poder político y dominan los medios económicos– conservan una preferencia por residir e invertir en sus hatos, estancias y haciendas del medio rural en detrimento de la consolidación como ciudad de la Villa, hecho que sólo se alcanza a fines del siglo XVIII.

 

Plano urbano de la ciudad de San Cristóbal, para 1883. Archivo Histórico de la Municipalidad de San Cristóbal (Foto: Luis Hernández Contreras, 2016).



Este proceso se logró pasada la crisis urbana del seiscientos, causada tanto por los sucesivos terremotos como por los constantes ataques de grupos aborígenes no pacificados. En este momento, la estructura socioeconómica encuentra el medio adecuado para desarrollarse sin tropiezos, hasta alcanzar, en los últimos años del siglo XVIII, un posicionamiento como el segundo centro más poblado de la provincia de Maracaibo, en la Capitanía General de Venezuela.



Así, el orden y unidad urbanística mantenida entre el siglo XVI y el XVIII, se caracterizó por definir el paisaje urbano de la ciudad de San Cristóbal como un pueblo aislado y de monótona arquitectura –donde los materiales de construcción, simples, adquirieron una singular adaptabilidad en moradas, iglesias y caserones–, como un villorrio esparcido sobre la rígida cuadrícula fundacional rodeada a su vez por un espacio ruralizado y con preeminencia de las labores agropecuarias por sobre la actividad comercial. Actividad que sólo a fines del siglo XVIII, cuando se reconoce su favorable posición geográfica como nudo comunicacional con los llanos de Venezuela y con el Lago de Maracaibo, presenta un incipiente desarrollo al posicionar el excedente de sus productos –ganado, tabaco, café y cacao- en los mercados portuarios de Maracaibo y Cartagena de Indias. 
 

Plano urbano de la ciudad de San Cristóbal, para 1903. Archivo Histórico de la Municipalidad de San Cristóbal (Foto: Luis Hernández Contreras, 2016). 




San Cristóbal, la Metrópoli

Ya, en nuestro tiempo, el transeúnte que nos ha guiado en este recorrido y quien guarda en su mente el recuerdo todo ese orden constructivo urbano, detiene su mirar, absorto, ante la segunda mitad del siglo XX. En ese momento, la bucólica ciudad quedó abrumada por las urgencias del desarrollo y por las presiones de un crecimiento acelerado no previsible, escasamente planificado y supervisado. Ese crecimiento introdujo masivos cambios y transformaciones indiscriminadas, aun cuando algunos de los proyectos fueron acertados y representaron en su momento obras punteras del urbanismo moderno, como fue el caso de la Unidad Vecinal.



El crecimiento de San Cristóbal llegó a desbordar todos los cálculos posibles y su marco geográfico, el valle de Santiago, se convirtió en la morada de no menos de quinientos mil habitantes que, si bien –en lo superficial- parece haber transformado la otrora villa en una metrópoli moderna, ha precipitado a su vez una crisis urbana producto de la alteración de la milenaria relación hombre-ambiente, lo cual se refleja en el agotamiento del modelo de ciudad funcional ordenada y su sustitución por una metrópoli anárquica, fragmentada y cada día menos humanizada. 



La destrucción de las viejas y planificadas estructuras, reconocida como el precio inevitable de la modernidad, devino en nuevas, caracterizadas por la separación entre arquitectura y construcción o lo que es lo mismo entre el arte y la edificación, dando origen a la utilitaria «colcha de retazos» urbanos de la ciudad que conocemos. 



Una de las consecuencias más negativas de esta crisis urbana la encuentra nuestro atisbador transeúnte, en el casco o zona histórica de San Cristóbal. El solar nativo de la ciudad sucumbió ante la pérdida de la capacidad natural para continuar siendo el centro físico de encuentro de sus habitantes y celebración de grandes acontecimientos, el lugar de asiento de los poderes públicos y el espacio para las actividades culturales. 


Un viejo pueblo dentro de una ciudad moderna


En la actualidad, la zona histórica -desde lo humano- semeja más el barullo de una ΄estación de metro neoyorkina΄ de día y una guarida victorhuguiana de la ΄cour des miracles΄ o ΄corte de los milagros parisina΄, de noche. Su aspecto -desde lo construido- devino en una especie de daguerrotipo arquitectónico deteriorado, desarticulado y anárquico, representando la fractura más visible de la continuidad de la raíz histórico-cultural que unía al habitante de San Cristóbal con su hábitat urbano, a lo largo de más de cuatrocientos cincuenta años.



Frente a esta situación de extinción de la memoria y del orden urbano, nuestro transeúnte vuelve su mirada a la historia y se cuestiona ¿qué no hicimos bien? Vuelve a la retrospección de la ciudad y al propio conocimiento de sus raíces, de su identidad y de su legado, y utiliza ese valioso instrumento memorial como herramienta esencial, al momento de plantear soluciones factibles contra esta crisis que afecta a la urdimbre de la ciudad de San Cristóbal. 



Esta vez -definiendo una visión de futuro- dirige su mirada hacia el horizonte para plantearse un gran reto. Reflexiona, y luego se difumina –calle arriba, alejándose de la plaza mayor- entre una multitud que transita ensimismada. No obstante, el eco de su reflexión final nos interroga a nosotros: aquella ciudad hospitalaria de la torre de niebla, la de alegre cielo y apacible temple que subyace tras la vetustez y la colcha de retazos, reclama desde su ruinas -para toda la urbe- una nueva planificación, urgente y ambiciosa, una Renovatio Urbis. Una planificación que, sustentada en su densidad humana y económica, la transforme en la Splendorem Civitatis sin igual del occidente venezolano, en la gran metrópoli, internacional, moderna, funcional, donde hombre y naturaleza convivan en perfecto equilibrio; en una metrópoli de amplios espacios cívicos y de una extraordinaria cartelera cultural, en una metrópoli de ciudadanos comprometidos y guiados por valores humanos y sociales compartidos, en una metrópoli movilizadora de sueños y proyectos. San Cristóbal, nuestra ciudad eterna, se lo merece. Gracias.



Samir A. Sánchez

Colegio de Ingenieros del Estado Táchira, San Cristóbal, 16 de julio de 2016.




Afiche promocional del Primer Encuentro de Crónicas de San Cristóbal 2016. Diseño y diagramación T.S.U. Sigrid Márquez Poleo, 2016.


© Proyecto Experiencia Arte / Experience Art Project 2012-2016. Algunos derechos reservados. Los derechos de autor de los textos y fotografías pertenecen a cada fotógrafo, grupo o institución mencionada.


domingo, 17 de julio de 2016

«La casa del Higuerón» Una histórica casa en Lobatera, pronta a desaparecer │ Historic House and Place in Lobatera (Venezuela)





En un país mnemocida como el venezolano, donde la memoria histórica se desconoce, el valor de las viejas estructuras patrimoniales cae bajo el peso de la indolencia. Así, se desconoce en la historia local y tachirense, que un 17 de abril de 1813 y un 23 de mayo de 1820, El Libertador pernoctó en «La casa del Higuerón».

En Lobatera (Estado Táchira), por la actual carrera 5, entre calles 5 y 4, en la acera oriental, se encontraba la antigua casa conocida como «La casa del Higuerón». 



Foto: Darío Hurtado (2016)

Su nombre provenía de un viejo y corpulento árbol que se levantaba en su patio, el cual, según la Real Academia Española es un: «Árbol de la familia de las moráceas, con tronco corpulento, copa espesa, hojas grandes y alternas, fruto de mucho jugo, y madera fuerte, correosa, de color blanco amarillento, muy usada en la América tropical, donde es espontáneo el árbol, para la construcción de embarcaciones».

Esta casa, si no la mejor por su antigüedad, sí era la más grande del pueblo, por cuanto llegó a ocupar más de la mitad de la cuadra de la carrera 5 y parte de la cuesta de la calle 4. 

De aspecto colonial por su construcción, estaba levantada con paredes, encaladas y zócalos en color azul, gruesas tapias pisadas y de bahareque, y sus espacios estaban recubiertos con un largo, alto y ordenado techo de teja y de caña amarga sin empañetar (sin friso). A dos aguas, su estructura respondía a una armazón de pares, nudillos, limatones y tirantes, sostenida por vigas, columnas y pilares de madera empotrados en bases sólidas de piedra tallada. 

Un amplio portón de madera con herrajes, de dos hojas muy fuertes y de grueso espesor, que daba a la carrera 5, casi a mitad de cuadra, servía de entrada a la casa, a través de un zaguán de casi dos metros y medio de ancho, resguardado por el entreportón o puerta de adentro, de madera con su postigo para reconocer al visitante o quien llamara a la puerta.


Foto: Darío Hurtado (2016)
                                                              

La tranca del portón era un trozo de vara de madera como de un metro de longitud, ya semi combo, el cual estuvo por espacio de más de cincuenta años, desde 1875, detrás de la hoja derecha del portón, presentando en la parte central las huellas del desgaste por el uso, con el paso del tiempo, de las manos que día a día lo asían para apuntalar la puerta.

A mano derecha de donde desembocaba el zaguán, estaban las espaciosas y altas habitaciones o aposentos, salas, comedor y despensa se ubicaban, con sus respectivos ventanales, paralelos a la calle. Las puertas de ingreso a esos espacios estaban junto a un largo y amplio corredor techado, cuya vista terminaba en un tinajero con su piedra mohosa y desgastada. 

A la mano izquierda, continuaba el pasillo que resguardaba la entrada a dos piecitas que cumplieron la función de bodega o almacén de granos y a las cuales también se podía entrar por una pequeña puerta en la pared lateral izquierda del zaguán, que siempre estaba cerrada por un viejo candado.

Al frente, de donde finalizaba el zaguán, se abría un amplio patio en cuyo fondo sobresalía el viejo higuerón, de gruesas raíces y amplio y frondoso follaje. A partir de él comenzaba la pendiente del cerro donde, de cuando en cuando, en tiempos de fuerte invierno, florecían vira-viras (pequeñas plantas silvestres que dan una flor de color blanco) y maravillas (que dan un color amarillo), alfombrando de colores la tierra alrededor del higuerón, y a la cual la nona llamaba: flores del atardecer, por la semejanza con los colores del crepúsculo.

Cerca del árbol y hacia la pendiente de la calle 4, se encontraba la ramada de la cocina. Sus paredes y techos tiznados, resguardaban un sólido fogón. Junto a la cocina, hacia la pendiente, una pesebrera o especie de caballeriza y otras piecitas. El árbol se convertía, así, en el eje de distribución de todos los espacios de la casa.


Foto: Darío Hurtado (2016)

Ese patio principal también tenía tres matas de naranjo, dos dulces y una agria y tres granados.

El suelo de la casa y del espacioso corredor, en forma de L que hacía esquina entre la carrera 5 y calle 4, se componía de viejos y estropeados ladrillos de tablita, en forma de lozas. Las plantas y flores de hierba silvestre llegaron a cubrir los espacios de las losas faltantes, cuando la casa fue quedando sola.

Para 1875 la casa del Higuerón era propiedad de Juan Vicente Sandoval Morales (1834-1910) casado con María Felipa Mora Useche de Sandoval. Luego pasó como sucesión a sus hijos.

El terremoto del 18 de mayo de 1875 o terremoto de Cúcuta, derribó gran parte de la misma la cual fue reconstruida. La casa, posterior a 1925, fue vendida por los herederos Sandoval Mora, siendo fraccionada, dividida y cercada en varias propiedades, quedando como único recuerdo de su antigua grandeza parte del viejo techo corrido, en teja y a dos aguas, del desgastado portón y una ventana tallada en madera.

La tradición oral de Lobatera la ubica como el lugar donde pernoctó El Libertador y su Estado mayor en sus visitas al pueblo, el 17 de abril de 1813 y el 23 de mayo de 1820, mientras el ejército acampó en la plaza mayor, si bien ninguna placa rememora el hecho.

Para 1856, en una descripción de Lobatera y su jurisdicción ya se hace mención a “La calle del Higuerón” (actual carrera 5). Este histórico árbol, sobre el cual los ancianos recordaban que a su sombra descansó El Libertador, se secó a fines de la década de los años 60 del pasado siglo. La Municipalidad del Distrito Lobatera trasladó el venerable y grueso tronco a un sitio especial en forma de nicho, un pequeño altar de la patria que se le construyó para resguardar sus restos, pero el tiempo y el olvido hicieron su trabajo y la madera desapareció, sólo quedando el nicho vacío del cual la mayoría de los lobaterenses actuales, que recorren el parque Pbro. Gabriel Gómez-Los Comuneros de Lobatera, desconocen el por qué está allí y para que se hizo.

En 1989, Don Rafael María Rosales, historiador tachirense, publicó en el Diario La Nación, de San Cristóbal, el domingo 11 de junio, en la edición dominical de Flash (p. 3) un artículo titulado “Bolívar en Lobatera”. Allí recogió las versiones orales tomadas a los ancianos del pueblo, a principios del siglo XX, en especial a doña Cora María Sánchez de Terán y a don Marcos Ovalles sobre la visita de El Libertador y sobre la casa del Higuerón, que hiciera Don José del Rosario Guerrero Briceño, primer cronista de Lobatera, y confirmadas recientemente por el encuentro de órdenes de guerra dictados por El Libertador a su secretario, el coronel Pedro Briceño Méndez, en su visita de 1820.

La descripción de la emblemática Casa del Higuerón de Lobatera, se logró realizar a partir de una entrevista hecha a la Maestra Irma Yocasta Sandoval Zambrano de Noguera (1914-2007), quien recordaba la casa donde nació, un 19 de abril de 1914, y pasó su infancia. Entrevista hecha en abril de 2004. 




Cuando el histórico higuerón se secó, su grueso tronco fue colocado en el nicho cuadrangular que se observa al fondo, tras una reja, en el parque Pbro. Gabriel Gómez- Los Comunero, a fines de la década de los años sesenta del pasado siglos. Tiempo y olvido hicieron que la madera desapareciera. Sólo queda el nicho vacío que los actuales lobaterenses desconocen el por qué se hizo o que función cumplía (Foto: Darío Hurtado, 2016).  







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