martes, 21 de mayo de 2024

Evocando a tres grandes maestros alarifes de la arquitectura tachirense de inicios del s. XX │ Three Great Master Builders from beginning of the 20th Century in Táchira State (Venezuela)




Saxa loquuntur... o cuando las piedras hablan


A propósito de la restauración de la Iglesia de La Ermita.


Próxima a finalizar la restauración del monumental templo de San Juan Bautista de La Ermita, hito arquitectónico urbano en la ciudad de San Cristóbal, viene a la memoria la evocación de los nombres de aquellos alarifes que idearon su forma, su etilo artístico y su ornamentación.


No obstante, ese recuerdo parte desde el olvidado y ruinoso lugar donde uno de ellos, que tantas obras dio a la ciudad y al Táchira, reposa, en plena avenida central del Cementerio Municipal de San Cristóbal.


Hago referencia a la tumba de Juan de los Santos Rangel: el gran alarife de iglesias y capillas del Estado.



Foto de Santiago X. Sánchez (2015)


Su tumba, que una vez estuvo enrejada, y de cuyas rejas sólo se mantienen partes (para 2015), conserva un detallado túmulo clásico en forma de larario romano, con la figura pedestre de un ángel oferente elegíaco ubicado sobre el ángulo superior del remate triangular o frontón del túmulo tipo larario.


Tiene la impronta clásica de haber sido hecho por el mismo Juan de los Santos Rangel, impronta que fue seguida por su discípulo más adelantado, el también maestro alarife Jesús Uzcátegui.



Foto de Santiago X. Sánchez (2015)


Uzcátegui llegó con Rangel, procedente de Ejido (Estado Mérida) y, a diferencia de los otros ayudantes que regresaron a Mérida, se quedó en el Táchira junto al maestro, aprendió y nos dejó obras de gran calado como la fachada del antiguo Hospital Vargas (1926), del Palacio de los Leones (1927), la escultura de Santa Rosalía y el águila en la fachada de la iglesia de Borotá (1918), las desaparecidas esculturas de la Chiquinquirá en la iglesia de Lobatera (1914) o el frontis y capilla del antiguo Seminario Diocesano (1930), hoy biblioteca de la Universidad Católica del Táchira.


El túmulo referido fue construido en 1939, para la tumba de Isabel Mora, según se lee en la lápida en mármol y bajorrelieve la cual está enmarcada o incrustada en el muro frontal del larario.


Presenta –como una singularidad iconográfica funeraria- una palma truncada o cortada en dos por la guadaña de la muerte, un símbolo del heraldo de Átropo. La parca inexorable que marcaba el final de la existencia, en la mitología griega y romana y que, en la madera del mango llevaba grabada la drástica expresión «Nemini parco», que traduce “A nadie perdono”.


Es por igual la sepultura del destacado alarife Don Juan de los Santos Rangel (1 de noviembre de 1868, Mérida, Estado Mérida – San Cristóbal, 11 de febrero de 1941). Era hijo de Saturnina Rangel y casado en últimas nupcias con Juana Rita Rivera en 1925, luego de enviudar de Efigenia Bueno en 1922. Rita de Rangel era hija de Encarnación Rivera e Isabel Mora, todos de San Cristóbal).


Juan de los Santos Rangel, quien vino al Táchira junto a su hijo Jesús Manrique, por invitación y contratación de Mons. Miguel Ignacio Briceño Picón (1863-1957) es autor, entre otras obras, de la Iglesia Parroquial-Basílica de Nuestra Señora de la Consolación, de Táriba (construida entre 1904-1909 y de la cual se conservan –remodeladas- las naves, la cúpula, el primer cuerpo de la fachada y las torres de sólida mampostería romana). Del primer cuerpo de la fachada o imafronte y la escultura de San Juan el Bautista, las naves y cúpula del presbiterio de la Iglesia de San Juan Bautista de la Ermita (en 1922) y de otras obras civiles en la ciudad de San Cristóbal.


Fue el padre del destacado constructor de la ciudad de San Cristóbal, Don Jesús Manrique, maestro alarife autor de la cúpula del imafronte de la Iglesia de La Ermita en referencia, para la cual se inspiró, a su vez, en la dorada cúpula de la Iglesia de San Luis de los Inválidos, bajo la cual se erige la tumba del gran general Napoleón Bonaparte, en París (Francia).



Foto de Diego Nicolás Pérez Villamizar  (2017)


A manera de conclusión

Ante una ciudad que pareciera haberse quedado sin memoria urbana, cerramos esta nota sobre tres de sus más grandes maestros alarifes de principios del s. XX, a manera de reflexión, con las palabras del Dr. Lucas Guillermo Castillo Lara, “La función del historiador es poner a vivir a los muertos para que los vivos no se mueran”.


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