Texto y fotos: Samir A. Sánchez (2012 y 1983)
En una carretera secundaria, de tierra, que une la vía principal de Palmira-Casa del Padre con las aldeas El Oro y Llano Grande del Municipio Lobatera, en la cumbre de la montaña llamada Mochileros, se encuentran o encontraban unos ruinosos pero gruesos muros de carga de tapial o tapia pisada, algunos con bardas, a lado y lado de la vía. Los mismos, elementos arquitectónicos representativos de las construcciones vernáculas tachirenses, ya poco indican de la magnitud de las casas y caballerizas que albergaron, de la historia y de las recias personas -de otros tiempos- que se fueron con ellas.
Nos referimos a la antigua "Posada de los Arrieros" como eran conocidas esas casas. Estaban emplazadas en la ruta de montaña que cruzaba la cumbre y paso o collado de Mochileros a 1.600 m de altitud. Servían para el descanso de los viajeros, viajantes y el repostar de mulas y guarda de mercancías, desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX. Así lo testifican en sus obras los viajeros cronistas como Don Nemecio Parada para 1899 y el Dr. Juvenal Anzola para 1912, entre otros. También se conocieron con el nombre de "Posada de Mochileros" o "casas del alto de Mochileros".
Su importancia estaba en estar ubicadas en el único punto importante de descanso en el camino real (y luego nacional) que unía a la Villa de San Cristóbal con los pueblos del noroccidente del Táchira y con los puertos fluviales de Guamas en el punto de unión de los ríos Lobaterita y Grita y en el embarcadero de Boca de Grita sobre el río Zulia. Red comunicacional de entrada y salida del comercio hacia la ciudad de Maracaibo, puerto nacional e internacional para los productos tachirenses.
Un memorialista tachirense, de fines del siglo XIX e inicios del XX, Don Nemecio Parada, recuerda estas casas de posada:
"De buen humor, ya que mi trabajo con el general Jefe Civil
me falló, me fui a la cercana plaza a escoger mi compañera de
viaje. Había algunas mulas flacas, con mataduras, cabisbajas
como adormecidas por el hambre y el abandono. Me decidí por
la que mejor me pareció y echándole encima un saco de fique
y sobre éste la cobija por montura, a subir cerros se dijo, en el
nombre de Dios, a eso de las cinco de la tarde, a paso de proce-
sión, llevándo por compañeras las tristeza y el temor que a esa
hora inspiran aquellas interminables soledades, hora de recogi-
miento y descanso para otros niños que nada saben de las cru-
dezas de la guerra y aun gozan de la quietud y felicidad del
hogar.
La jaca no me resultaba del todo mala. Poco a poco y sin
apurarla daba rendimiento.
La distancia entre Táriba y Colón, a excepción de dos pue-
blos intermedios era despoblada y atravesaba lugares monta-
ñosos, hondonadas espantosamente oscuras, donde frecuente-
mente ocurrían asaltos a los transeúntes y otros hechos delic-
tuosos. Eran entonces esos parajes los dominios de los Alí-Babá
regionales. Los viajeros procuraban andar siempre en carava-
nas o custodiados por gente armada cuando conducían dinero.
En las alturas de 'Mochileros', entre tupidos y sombreados
cafetales había dos viejos caserones de largos y bajos corredores,
uno frente al otro. Allí sí me apretó el miedo. Yo miraba a los
lados de reojo esperando ver manos que se alargaban a tocarme
o algún fantasma que se montaba en las ancas para hacerme
compañía; pero de pronto me acordaba de esos cuentos infantiles
en que se relata, por ejemplo, que, al viajar de noche y a caballo,
cuando la bestia huzmea y levanta las orejas es signo de que
presiente peligros o espantos; y como la mía iba serena me
tranquilizaba. Por fortuna de algo sirven esos cuentos infantiles.
cafetales había dos viejos caserones de largos y bajos corredores,
uno frente al otro. Allí sí me apretó el miedo. Yo miraba a los
lados de reojo esperando ver manos que se alargaban a tocarme
o algún fantasma que se montaba en las ancas para hacerme
compañía; pero de pronto me acordaba de esos cuentos infantiles
en que se relata, por ejemplo, que, al viajar de noche y a caballo,
cuando la bestia huzmea y levanta las orejas es signo de que
presiente peligros o espantos; y como la mía iba serena me
tranquilizaba. Por fortuna de algo sirven esos cuentos infantiles.
Ese era entonces el panorama de aquellos solitarios parajes,
en contraste hoy con las modernas carreteras y el avance de los
pueblos.
pueblos.
No obstante cuando la seguridad personal requería apoyo
de guardia armada, yo debía cumplir mi comisión íngrimo y de
noche, pero no había más remedio que 'echar palante' como
dicen los animosos.
de guardia armada, yo debía cumplir mi comisión íngrimo y de
noche, pero no había más remedio que 'echar palante' como
dicen los animosos.
A las doce de la noche llegué a Lobatera sin más novedad
que las inquietudes narradas, cansado, hambriento, molido y
con sueño. Fui adonde el nuevo telegrafista don Isidro Chacón,
a que me indicara un hotel donde comer para reparar un poco
las fuerzas. 'Hotel aquí, me dijo, y a estas horas? Ni pensarlo.
Vamos a ver si ño Servando quiere abrir la pulpería'. Después
de mucho tocar la puerta de ño Servando, la abrió cautelosa-
mente. Lo único que había para matar el hambre era unos que-
sos grandes, frescos y esponjosos y el aguardiente llamado 'mi-
che' muy sabroso e incitante por su acentuado sabor a anís.
Le pedí un queso de mediano tamaño y empecé a devorarlo ávi-
damente acompañado de abundantes tragos del sabroso licor,
que las inquietudes narradas, cansado, hambriento, molido y
con sueño. Fui adonde el nuevo telegrafista don Isidro Chacón,
a que me indicara un hotel donde comer para reparar un poco
las fuerzas. 'Hotel aquí, me dijo, y a estas horas? Ni pensarlo.
Vamos a ver si ño Servando quiere abrir la pulpería'. Después
de mucho tocar la puerta de ño Servando, la abrió cautelosa-
mente. Lo único que había para matar el hambre era unos que-
sos grandes, frescos y esponjosos y el aguardiente llamado 'mi-
che' muy sabroso e incitante por su acentuado sabor a anís.
Le pedí un queso de mediano tamaño y empecé a devorarlo ávi-
damente acompañado de abundantes tragos del sabroso licor,
ignorante de que la mezcla de estos dos elementos ingeridos
juntos suele ser tóxica" (Parada, N. El Táchira de mi infancia y juventud,
juntos suele ser tóxica" (Parada, N. El Táchira de mi infancia y juventud,
Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, Nº 42, Caracas, 1966, pp. 118-119).
En los años setenta del pasado siglo XX ese camino, junto a la posada, se amplió para convertirlo en carretera de penetración. Como dato curioso se diría que esa parte del camino dio nombre al cerro por cuanto desde la Villa de San Cristóbal eran visibles los arrieros de paso avivado y mulas aparejadas cargadas con mochilas. Era el camino de los mochileros.
Las fotos, que ya resienten el paso del tiempo y han perdido su color, datan de 1983 y tienen la particularidad de haber estado referenciadas por la nona, quien nos acompañó en ese recorrido y rememoró su paso por ese paraje del camino de Mochileros en 1913, desde Lobatera.
Por igual, antes de terminar el recorrido y al volver a contemplar las ruinas, que más parecía vivirlas junto a la neblina que comenzaba a caer, o tal vez arrebatada en sus recuerdos, nos recitó un poema aprendido en la escuela -cuando las maestras enseñaba la gramática castellana de Juan de Dios Bustamante y poesía de los clásicos españoles e hispanoamericanos- de Francisco de Quevedo (1580-1645): "Miré los muros de la patria mía,/si en un tiempo fuertes, ya desmoronados,/de la carrera de la edad cansados,/por quien caduca ya su valentía".