martes, 2 de mayo de 2017

Iglesia de San José en la ciudad de San Cristóbal (Venezuela), un recorrido por el arte medieval en una arquitectura del siglo XX | Theology in Stone: Reading the Neo-Gothic San José's Church (San Cristóbal - Venezuela)


Samir A. Sánchez (2017)

In memoriam de nuestro primo, Fray Elio Nereo Sandoval Sandoval de la Santísima Virgen del Rosario, ORSA (Lobatera, 1917 - Lobatera, 1985)


«La mejor garantía de conservación de los monumentos y de las obras de arte viene del afecto y respeto del pueblo, y ese respeto asienta sus bases en la educación y en el fomento de su conocimiento» (Carta de Atenas, 1931).




A la Hermana salesiana Rosmelyn Aular Egurrola y María Daniela Patiño Struve, mis alumnas. Su interés por dar a conocer el arte presente en la Iglesia de San José, a través del servicio comunitario universitario, originó el presente trabajo.
 
Foto: Yoser Linares (2017)


Texto: Samir A. Sánchez (2017)
Fotografías: Arq. Jonny Rojas, Prof. Oswaldo Morales, Yoser Linares, Rosmelyn Aular, Daniela Patiño, Fototeca del Diario Católico (San Cristóbal), Johnny Parra (Diario La Nación), Colección fotográfica Familia Sandoval-Zambrano (Lobatera), Santiago X. Sánchez, Samir A. Sánchez, The Yorck Project.
Sumario: Presentación; 1. La fe que erige monumentos (breve historia constructiva); 2. Su trazado sobre la tierra (planta); 3. De materialibus a inmaterialia… nuestra mente se eleva hacia Dios con su ayuda (fachada occidental y torres); 4. El triunfo de la lógica estructural (naves, central y laterales); 5. Edículos de oración (capillas); 6. Una transversalidad imperceptible (crucero); 7. Exaltante misticismo de luz (ábside); 8. Una enérgica armazón (cubiertas); 9. El espacio sacro en dimensiones (medidas). Bibliografía.
Presentación
Para quien entra en San Cristóbal desde la colina del Mirador, la Iglesia de San José resulta una de las primeras construcciones que emergen sobre la urbe y caracterizan, en todo momento, el horizonte de la ciudad. Auténtica representación del espíritu humano que ansía elevarse a las alturas.
Está levantada como la representación del cielo, como la «ciudad de Dios» de San Agustín, en un estilo neogótico, el «novus opus Francigenum». Un estilo de construir convertido en símbolo y carácter innegable de la arquitectura cristiana, para el arquitecto francés Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc (1814-1879) y el estilo más estructural de los estilos históricos, para Gaudí (1852-1926). Por ello, la consonancia de sus partes o proporciones, el cuidado y artístico acabado de sus detalles así como esa profunda y simbólica elevación, hacen de la Iglesia de San José uno de los mayores logros arquitectónicos tachirenses del siglo XX.
Sólo el esfuerzo de una comunidad devota involucrada en su construcción y el talento de su diseñador, el maestro Don Jesús Manrique (1899-1994) -reconocido en su propio tiempo como «el alarife mayor de la ciudad»-, fueron capaces de este logro: edificar una iglesia para que los hombres y mujeres de sentimiento religioso glorificasen a Dios.
Sueños y proyectos de ambos le dieron un perfil inconfundible a la edificación. Llevaron al lenguaje local la monumentalidad del gótico, con lo cual, su silueta -que parece desafiar las leyes de la estabilidad- llegó a dominar el paisaje urbano, en el centro de la metrópoli, cuya prosperidad, y orgullo, anunciaba ser un referente del arte y la cultura en nuestro país.
Lo impresionante de esta estructura no es su altura en sí, sino la calidad de esa altura. Su grandeza reside no sólo en sus formas sino en el despliegue del ingenio de su diseñador, en una audacia constructiva sobre un espacio reducido, motivo por el cual, lo que no pudo superar en longitud lo alcanzó en altura. Bien lo resumen los teóricos de arte británicos: ‘Gothic architectural aspiration was unequivocally bound for the heavens', «La aspiración arquitectónica del arte gótico estaba, inequívocamente, dirigida a los cielos».
Cómo se fraguó con éxito el arte historicista que envuelve a la Iglesia de San José, es un reto a develar atravesando sus espacios, más cuando existe tan escasa documentación escrita al respecto.
Trascendiendo lugar y momento que la vieron surgir, la impresionante y magnificente fachada exterior occidental –de una claridad diagramática y simétrica- con sus escalonadas y elevadas torres que parecen trepar hasta el cielo, en una ordenada sucesión de pináculos puntiformes e inaprensibles agujas -que llegan a tocar los 76 m de altura-, resulta sólo un paso para entender el orden místico de su interior, más sobrio, más recóndito, más para el entendimiento del espíritu.
Orden esparcido en un todo armónico, que desata la imaginación retrospectiva histórica de quien lo contempla. Allí sobresalen las tres naves longitudinales, el luminoso ábside oriental, el altar-retablo de alabastro dorado con policromías, las arcadas ojivales, las bóvedas de crucería nervada en ojiva, los vitrales y ventanales apuntados, el claristorio, las tribunas, las estrechas capillas –como aprisionadas en su naturaleza más intrínseca-, las longitudinales bandas de crestería, de casetones con molduras tetralobuladas y cenefas caladas mudéjares, las galerías, los contrafuertes caseteados y acodados en ángulo recto contra los muros –sin arbotantes- que finalizan en puntiagudos pináculos, así como por los elevados pilares internos, que se prolongan en un vertical ascenso y semejan brotar y ramificarse, desde los muros sobre las arcadas, hasta la piedra clave de las bóvedas.
Es, quizá, el único hito urbano patrimonial de la ciudad de San Cristóbal que resulta imposible de contener en una sola mirada, salvo la de Dios a quien se consagró, si repitiésemos las palabras de Salomón (1 Reyes, 8:29). Es obra de arte que embelesa y cautiva a todos los sentidos, como bien lo describiera la prosa del poeta, en esa única mirada que él descubriera:
«Podemos contemplarla, a todo nuestro talante, con el renovado embeleso de todos los días, con el indispensable detenimiento, desde la esquina sureste de la plaza Bolívar. Nos queda, así, casi al alcance de las manos espirituales. De cuerpo, digamos entero. En la distancia ideal. No tan corta, que se nos escape por excesiva proximidad. Tampoco tan larga, que se nos esfume por obra y gracia de la perspectiva. La distancia justa. La distancia perfecta que impone el corazón enamorado. Nada más. Nada menos. Si lo sabremos nosotros, que en esa esquina solemos detenernos siempre: sólo por mirarla una vez más. Si se lo tendrá sabido ella, que allí mismo, sin moverse, suele esperarnos. Repetimos, pues, la cita y, a pesar de eso, el hechizo no se deshace sino que se fortalece» (Paredes, Pedro Pablo, Pueblos del Táchira, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, No. 80, Caracas, 1982, p. 153: «La torre josefina».
No obstante, aun cuando el ciudadano -quien imbuido en la cotidiana barahúnda del centro de la urbe- en muy escasa medida la reconoce y valora, y ya no encuentran eco en sus bóvedas ni en sus angulosos espacios verticales los límpidos y solemnes sones del Magníficat, entonado por el coro de frailes en vísperas, sí, la creatividad materializada en este edificio, que pareciera asumir en sus muros y torres toda la espiritualidad de una ciudad ya ida –que fue y ya no es-, permite aún que acudamos a ella para recorrer su densidad histórica y pretensión de perennidad.
Permite aún que ensanchemos nuestro conocimiento sobre la sociedad que la produjo y su tiempo, sobre su cultura y religiosidad, materializada en maciza presencia de luminosos y simbólicos pormenores, tanto artísticos como arquitectónicos. Elementos que, en eterna posteridad, le imprimen el carácter de ser una de las obras de arquitectura más trascendentes del genio creador tachirense… «cosas veredes –amigo Sancho- que harán hablar hasta las piedras» (antiguo refrán medieval castellano, adaptado a la tradición quijotesca).

 
Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)


1. La fe que erige monumentos (breve historia constructiva)
Orígenes
El origen de la Iglesia de San José se retrotrae hasta la iniciativa de los RR.PP. Agustinos Recoletos, para tener una adecuada capilla conventual en su residencia monacal (fundada en 1927), en la ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela.
Esta comunidad religiosa tuvo entre sus miembros a sobresalientes oradores y predicadores como lo fueron Fray Florentino Armas, quien luego sería designado obispo de la ciudad de Chota, departamento de Cajamarca, en el Perú, Fray Alfonso Alduán, connotado orador por su dominio de la retórica latina y ciceroniana, o Fray Elio Nereo Sandoval Sandoval (Lobatera, 1917 – Lobatera, 1985), el primer agustino recoleto venezolano así como director espiritual y confesor de la Beata María de San José, entre otros.
Para enero de 1939 ya esta comunidad de religiosos contaba con siete frailes, tres hermanos coristas, tres novicios de coro y tres postulantes, motivo por el cual, fuera de la residencia agustiniana de San Cristóbal, se crea la Casa Noviciado y la Casa de Estudios de «Nuestra Señora del Buen Consejo», en la cercana población de Palmira.






San Agustín en su estudio. Sandro Botticelli, fresco, 152 cm × 112 cm (60 in × 44 in), Iglesia de San Salvador de todos los Santos (Chiesa di San Salvatore di Ognissanti), Florencia, 1480. San Agustín de Hipona, Doctor de la Iglesia, escribió en el siglo IV una regla para la vida monacal, la cual fue adoptada por monjes en el siglo XIII, recibiendo por ello la denominación de 'agustinos' (Foto: The Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei. DVD-ROM, 2002. ISBN 3936122202). 


Ubicación
El terreno donde se levantó la iglesia de San José, emplazado entre las carreras 9 y 10, con calle 8, en el centro de la ciudad de San Cristóbal, fue donado en 1943, para tal fin, por la Señora Teresa Chacón quien tenía su residencia en la carrera 10 con calle 7, cerca de donde se erigiría el nuevo templo. Esta honorable benefactora, no tuvo descendencia si bien formó a tres sobrinas, una de las cuales, llamada igualmente Teresa Chacón (n. en 1942), residió en la antigua casa de la carrera 10, y fue la última familiar –de esa generación- en fallecer, en 2016.
Primera piedra
Los inicios de los trabajos de limpieza y de colocación de la piedra fundacional, que fue bendecida -según lo disponía el Ritual Romano- por Mons. Dr. Rafael Arias Blanco, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, se dieron el 25 de julio de 1943. Por igual, fecha en que se conmemoraba la primera misa celebrada en el valle de Santiago (y en el territorio de lo que posteriormente sería el Estado Táchira), el 25 de julio de 1558. En este valle se fundó la ciudad de San Cristóbal tres años después, en 1561.
El Boletín Eclesiástico de la Diócesis de San Cristóbal (septiembre-diciembre, 1943) reseñaba que la piedra, de forma cúbica, tenía incisas tres cruces en tres de sus lados. Luego de la bendición con el rito del Asperge me y el canto del Miserere, Monseñor Arias, revestido de pontifical, cubrió parte de la misma entonando el Gloria Patri y luego la piedra fue fijada por los albañiles con mortero, para evitar que se corriese. De seguida, procedió a la bendición de los extremos occidental y oriental de la nueva iglesia para lo cual, los sacerdotes y religiosos que lo acompañaban entonaron la antífona O quam metuendus y el salmo Fundamenta, recorriendo el terreno y asperjándolo con el agua bendita.
Finalizado este rito, procedió a celebrar la misa memoria de Santiago Apóstol (de precepto, por ser el día de este apóstol mártir) y de San José (por ser el titular de la nueva iglesia), rezada, frente a una cruz alta y altar portátil preparados sobre el terreno.

Majestuosidad arquitectónica de la Iglesia de San José, San Cristóbal, Estado Táchira. Foto en original a color del fotográfo periodístico Johnny Parra, Diario La Nación, 4 de abril de 2021. Reproduccióncon fines didácticos. Consultada en:  https://lanacionweb.com/regional/tradiciones-e-imaginarios-de-semana-santa-este-domingo-con-una-llanera-en-el-tachira-en-youtube/

Autores del diseño y de los cálculos estructurales
El diseño y los planos fueron una obra del alarife Don Jesús Manrique, quien la proyectó en 1945, en un original e innovador estilo neogótico -estilo que le apasionó toda su vida- . Si bien ya había experimentado en su primera etapa artística (en 1923, como escultor) con una forma tripartita y con el mismo estilo pero en una tendencia más recargada ornamentalmente, que reproducía el gótico flamígero, al realizar –en mampostería y yeso- el altar mayor, tipo retablo con nichos, doseletes y elaboradas agujas caladas, para la Catedral de San Cristóbal.
Obra encargada por el Vicario Capitular Mons. Dr. José Primitivo Galavis, para adecuar la parroquial de San Cristóbal al rango de catedral y recibir al primer obispo diocesano Mons. Tomás Antonio Sanmiguel. Este artístico retablo fue derribado en las remodelaciones realizadas a la catedral, en 1960-1961.




Altar mayor, tipo retablo,  en estilo de neo-gótico flamígero, realizado por Don Jesús Manrique con nichos, doseletes y elaboradas agujas caladas (todo en yeso y mampostería), para la Catedral de San Cristóbal, en el año 1923 (Foto: Colección fotográfica familia Sandoval-Zambrano, Lobatera, 1937).


Los cálculos de cimentación y tensión estructural fueron hechos por el ingeniero italiano Giacomo Moro. Todos los trabajos estructurales se realizaron en ladrillo macizo y concreto armado siguiendo, en parte, un sistema mixto de muros portantes en el primer nivel, y otro de vaciado de muros con ventanales, para el claristorio, a través de la compensación de empujes laterales, en los cuales los pilares-contrafuertes desempeñan un rol fundamental.
Primera etapa, naves laterales y ábside
Para 1947 había finalizado la construcción de las naves laterales con sus terrazas en losas nervadas y el ábside.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Segunda etapa, nave central, crucero y presbiterio
En 1953 se concluía la construcción de la nave central y de sus bóvedas así como el crucero exterior con sus tribunas internas, completándose el presbiterio. El 19 de marzo de 1953, a diez años de haberse colocado la primera piedra, Mons. Dr. Alejandro Fernández Feo, Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, consagraba los espacios del nuevo templo dándole por titular al Patriarca San José.
Tercera etapa, cimentación y construcción de las torres
El 20 de enero de 1956, y como homenaje al patrono de la ciudad de San Cristóbal, San Sebastián, se bendecían los cimientos y trabajos de las torres occidentales y fachada principal.
El 19 de marzo de 1957, el Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, Mons. Dr. Alejandro Fernández Feo, conjuntamente con el R.P. Francisco Frías, ORSA, bendecían la imponente fachada y torres de la Iglesia de San José.



Foto: Archivo del Diario Católico, San Cristóbal (1956)

Altar mayor de tipo retablo
El 13 de agosto de 1961, el Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, Mons. Dr. Alejandro Fernández Feo consagraba solemnemente el altar mayor tipo retablo con trono o dosel de la Exposición del Santísimo Sacramento, elaborado por el eximio escultor y retablista en arte religioso Andrés Martínez Abelenda (n. en 1925) quien en una oportunidad expresó «mis esculturas buscan a Dios». La obra la realizó en su taller, en la ciudad de Burgos (Castilla, España). Como hijo, aprendió el oficio de retablista del también destacado escultor burgalés en arte sacro, Don Valeriano Martínez García (1891-1975). El altar mayor para la Iglesia de San José, lo elaboró -siguiendo lineamientos estilísticos góticos- en alabastro dorado con policromías.
Cuarta etapa, frisado y ornamentación del exterior de la fachada
El 31 de mayo de 1965, concluían los trabajos de ornamentación y frisado del primero y segundo cuerpo de la fachada principal, por cuanto el cuerpo de las torres se había realizado en obra limpia, de concreto armado prefabricado, no requiriendo friso. Los trabajos fueron dirigidos por el maestro y pintor  Juan Ferrer [pintor y escultor español, realizó por igual el mural de «La confesión de Santo Domingo y la orden dominicana» en el ábside de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán (El Ángel), y talló el monumental «Cristo Crucificado», diseñado por Fruto Vivas, que se encuentran en la Iglesia del Divino Redentor de la Unidad Vecinal, en San Cristóbal].
Creación de la parroquia eclesiástica de San José
El 29 de mayo de 1966, el Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, Mons. Dr. Alejandro Fernández Feo, expedía el decreto episcopal por medio del cual creaba la Parroquia Eclesiástica de San José, con un territorio jurisdiccional segregado a las parroquias de El Sagrario Catedral y de Nuestra Señora de Coromoto, y convertía en iglesia parroquial a la capilla conventual de San José de los RR.PP. Agustinos Recoletos, otorgándole los privilegios que le corresponden, según las disposiciones del antiguo Código de Derecho Canónico. La misma se inauguró solemnemente, con la presencia del Vicario General de la Diócesis Mons. Marco Tulio Ramírez Roa (delegado del Obispo, quien se encontraba enfermo), el 14 de agosto de 1966 y fue designado como su primer cura párroco Fr. Jacinto Frías, ORSA, para la época padre superior de la residencia conventual de San Cristóbal.


Foto: Prof. Oswaldo Morales (1970)

Quinta etapa, conclusión de todos los trabajos de ornamentación

El 25 de julio de 1971 se dieron por concluidos los trabajos de ornamentación exterior de la fachada y por igual se concluyeron todos los trabajos del templo. La supervisión de dichos trabajos fue realizada por el Ing. Fernando Porcarelli.


Vitrales
El 27 de marzo de 1983 se bendijeron los vitrales policromados del ábside, del gran rosetón (torre central) y de la fachada (torres laterales). Estas vidrieras fueron encargadas y elaboradas en la Casa Vitrarte, de la ciudad de Medellín (Colombia).
Proyecto de revitalización urbana del centro de la ciudad de San Cristóbal
El 31 de marzo de 1986 se inauguraban –en el espacio que ocupara desde fines del siglo XIX el Mercado Cubierto- las torres del Centro Cívico de la ciudad de San Cristóbal, frente a la Plaza Bolívar, la cual quedó integrada a estas. El proyecto original fue iniciativa de los arquitectos Henry Matheus, Rafael Rojas y Eduardo Santos, entre otros, siendo asumida por entes públicos (Instituto Nacional de la Vivienda, INAVI; Fundación para el Desarrollo del Táchira, FUNDATÁCHIRA y el Concejo Municipal del Distrito San Cristóbal, en 1978) que entendían, en su momento, el futuro de la ciudad como el de una metrópoli moderna. Este proyecto comprendía por igual la revitalización del casco urbano en una poligonal limitada por, al norte y sur, la calle 8 y la calle 2; al este, con la carrera 11; al oeste con el Pasaje Cumaná, y en una extensión de 128 hectáreas en doce cuadras o manzanas.
Con el objetivo de generar zonas de esparcimiento, recreación, vegetación y fácil tránsito humano en el centro de la ciudad y destacar la arquitectura de la Iglesia de San José como ícono urbano, un área de esta iniciativa comprendía la realización de un amplio paseo peatonal o boulevard en sentido este-oeste, que se denominaría «Paseo de los Presidentes tachirenses» y «Parque del gentilicio tachirense». Su extensión iría desde la fachada de la Iglesia de San José hasta la 7ma avenida, frente al Centro Cívico y la Plaza Bolívar. Este proyecto quedó sólo en los planos y nunca llegó a ser realizado.

El reconocido arquitecto Fruto Vivas, evocó este innovador plan de reordenación urbanística en los siguientes términos: 


«Tuve la oportunidad de proyectar con este maestro del paisajismo [Arq. Rafael Rojas] el Parque del Gentilicio Tachirense, donde integrábamos unas doce manzanas del casco urbano de San Cristóbal para crear espacios, tales como integrar la Catedral a una Plaza Mayor que había yo diseñado hacía más de cuarenta (40) años, con un espacio para el patrimonio arqueológico del Táchira, monumento a la gesta heroica de Bolívar que se llamó la Campaña Admirable. El nuevo mercado artesanal, ya que el antiguo mercado fue incendiado por manos criminales; la gran Aula Magna para las graduaciones y actos académicos de los institutos educativos de la ciudad; una concha acústica para la juventud, un centro en homenaje al trabajo de los tachirenses, a sus inventores y artesanos, al maíz, al café, a su caña de azúcar y al trigo; y un arboretum con un mercado de flores en una de las quebradas de San Cristóbal. Este proyecto está aún pendiente de ser realizado y él trabajó y dirigió todo el programa paisajístico del parque» (VIVAS, Fruto, "Rafael Rojas, jardinero de la esperanza" en Diario La Nación, San Cristóbal, edición del 3 de diciembre de 2004).




Boceto ideado y dibujado por el arquitecto y paisajista tachirense Rafael Rojas -el jardinero de la esperanza en palabras del Arq. Fruto Vivas- para el proyecto Boulevard de los Presidentes tachirenses y Parque del Gentilicio Tachirense (proyecto desarrollado en conjunto con el Arq. Fruto Vivas), en 1980. Consistía en arboledas, caminerías, fuentes y túneles de comunicación peatonal subterráneos, abiertos o con transparencias superiores, que permitían observar la monumentalidad de la Iglesia de San José. Foto tomada al dibujo original por el Arquitecto Jonny Rojas (1995). 

Administración parroquial diocesana
En 2014, concluía el convenio estipulado entre la Diócesis de San Cristóbal y la Orden de los Agustinos Recoletos, pasando la rectoría parroquial a ser dirigida por el clero diocesano. Así, se cerraba una segunda etapa de presencia en la ciudad de San Cristóbal. La primera se inició en 1593 y finalizó en 1794, cuando cierra el convento de los agustinos ermitaños, denominado «Convento de San Agustín» (calle 4, entre la 5ta avenida y la carrera 6, cuadra o manzana norte). La segunda, con la llegada de los primeros agustinos recoletos, en 1927, finalizando en 2016. Si bien, su presencia en lo religioso y pastoral continúa en la población de Palmira (Municipio Guásimos – Estado Táchira), en el Seminario agustiniano de «Nuestra Señora del Buen Consejo».
2. Su trazado sobre la tierra (planta)
Cuando su diseñador, Don Jesús Manrique, proyectó en su mente la traza de una nueva iglesia para la ciudad, retrocedió ocho siglos atrás y esbozó la forma de una planta de iglesia francesa, del siglo XIII, siguiendo el modelo geométrico definido por los arquitectos medievales como una obra «Ad quadratum».




Dibujo didáctico elaborado y actualizado a partir de un plano de distribución de planta levantado por los arquitectos MARÍN, Dulce; NARANJO, Hilda; OROZCO, Enrique, en «Retrospectivas de las tendencias tecnológicas aplicadas e las obras de Jesús Manrique en San Cristóbal. Dos casos de estudio». Ponencia en la Semana Internacional de Investigación organizada por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, de la Universidad Central de Venezuela (Caracas), entre el 29 de septiembre y 3 de octubre de 2008 [TC (Tecnología constructiva)-11, p. 5 (Plano 1, planta de distribución de la Iglesia de San José).

Así, la Iglesia de San José, en la ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira (Venezuela), se erigió, neogótica, sobre una planta de traza francesa, en forma rectangular de cruz latina no perceptible arquitectónicamente desde su interior, sólo desde sus líneas exteriores, y sin deambulatorio o girola, todo en sentido oeste-este.
Trazó una nave central o mayor, de imponente altura, y dos laterales o de baja altura denominadas litúrgicamente «Nave de la Epístola» (sur) y «Nave del Evangelio» (norte). Las naves las alineó presididas por el espacio o módulo del presbiterio, la central, y por capillas absidales las laterales.
Insertó un crucero rectangular (perceptible sólo en el exterior), sin cimborrio, que cubre el altar mayor en dos módulos y como muro de cerramiento oriental de la obra, creó un ábside radial pentámero, de menor altura. El ingreso al recinto lo pensó a través de tres puertas en la fachada principal y una en el muro de cerramiento norte.
Todo ello sin descontextualizar su conocimiento del gótico, como un estilo o diseño que surgió en la baja Edad Media. Él sabía que en su tiempo, el constructor medieval entendía la obra de una forma diferente a la nuestra; constructor y contemporáneos la comprendían de forma simbólica, anagógica. La edificación sólo se podía entender, tanto en su sentido de trabajo manual de construcción como de proceso espiritual de instrucción y experiencia palpable de fe.
De allí el estricto contexto teológico de las formas arquitectónicas que transportó Don Jesús Manrique a su iglesia del siglo XX. Tal vez, recordando las palabras del poeta alicantino Gabriel Miró (1879-1930), allí «todo ha de parecernos santo».
Allí, todo tendría un sentido más allá de su utilidad material: la planta en forma de cruz latina simbolizaba la redención; los pilares –prolongados hasta las claves de las bóvedas- que se levantarían sobre ella, representaban a los apóstoles y profetas cuyo testimonio elevaría la mente del creyente y la asamblea hasta la altura de la contemplación divina; Jesús, señor del cielo, de la tierra y del tiempo, era la piedra angular, la unión de muros y paredes; las bóvedas nervadas, rosetones y claristorio, el lugar de donde provenía la luz de Dios que lo llenaba todo, la patria celestial a la cual todo cristiano aspiraba retornar, una vez finalizara su peregrinación en la tierra. 



Foto: Yoser Linares (2017)

3. De materialibus a inmaterialia… nuestra mente se eleva hacia Dios con su ayuda (fachada occidental y torres)
Ya conocidos sus orígenes, y habiéndonos adentrado en la mente de su autor, su presencia nos impone mayor cercanía. Desde la distancia, observamos que su imafronte o fachada da hacia el occidente, tal y como lo prescribían las antiguas rúbricas de la arquitectura religiosa.
La traza del alzado responde al modelo geométrico igualmente definido por los arquitectos medievales como «Ad triangulum». Su organización espacial resulta del tipo armónica, es decir, presenta una disposición en tripartito, tanto horizontal como vertical: tres módulos o calles verticales, siendo las laterales más estrechas que la central, y tres cuerpos horizontales que se elevan macizos hasta el segundo cuerpo, disminuyendo a su vez los volúmenes en la medida que ascienden.



Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Toda una lectura teológica-arquitectónica que, desde San Agustín, interpretaba el pasaje de Salomón, escrito en el libro de la Sabiduría: «Tú has ordenado todas las cosas en la medida, el número y el peso» (Sabiduría 11:20) y que Santo Tomás de Aquino aplicara al definir las tres características de la belleza, entendida esta como la perfección misma del acto contemplativo: armonía, luminosidad y contraste o, en sus propias palabras:
«Ad pulchritudinem tria requiruntur. Primo quidem integritas sive perfectio: quae enim diminuta sunt, hoc ipso turpia sunt. Et debita proportio sive consonantia. Et iterum claritas; unde quae habent colorem nitidum, pulchra esse dicuntur (Summa Theologiæ, 1, q. 39, a.8 c.)/Para la belleza se necesitan tres requerimientos: Primero, integridad o perfección, pues lo inacabado por ser inacabado, es feo. También se requiere la debida proporción o armonía. Por último, se precisa la claridad, de ahí que lo que tiene nitidez y de color sea llamado bello» (De Aquino, Tomás, Suma Teológica, Parte I: Introducción general, tratado de Dios uno, Cuestión 39, artículo 8, 1).
Todo esto, es repetido en ese sentido de división tripartito ascendente y longitudinal desarrollado en la fachada de la Iglesia de San José, donde se reprodujo el gótico y medieval entendimiento de una aplicación de esa concepción del arte religioso, a lo creado, a lo construido. De un simbolismo que, en el caso específico de las fachadas, venían a ser la representación del dogma trinitario, del Dios uno y trino, la consubstancialidad de un solo Dios, en tres personas distintas, como la más acertada forma estructural de entrada a la «Casa de Dios».
 
Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Primer cuerpo
Tras un atrio de ingreso, escalonado y cerrado por una galería con balaustres formados por pequeñas arcadas ojivales, accedemos al primer cuerpo. Este consta de tres portales con una única puerta cada uno, que dan a las tres naves. Sobre este se desarrolla otro cuerpo, el intermedio y, sobre este último, se alza el tercer cuerpo conformado por las torres aisladas. Los tres portales presentan los característicos abocinamientos o derrames hacia las puertas, con columnas y arquivoltas ojivales, en un estilo muy homogéneo, y sin esculturas ornamentales.
Estos pórticos manriqueños, de elegantes arcos apuntados escalonados hacia las puertas, resultan –como en las catedrales góticas medievales- en el simbólico preámbulo y en la traducción en ladrillo y obra limpia en concreto, de los misterios de la fe que se develarán en su interior. 


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

El pórtico central es más ancho que los laterales. Contiene el marco de la puerta mayor de la Iglesia, la cual está cerrada con batientes de madera torneada y tallada que, en artística labra, reproduce la forma de un ventanal ojival geminado, con óculos tretalobulados, tracería y parteluz.
La temática, en relieve, desarrollada en esta puerta, se inicia con un marco en forma de escudo apuntado, donde se tallaron los símbolos o atributos del titular de la iglesia el patriarca San José: vara florecida, instrumentos de carpintería y la cruz de la redención, en su forma latina.




La estructura de la Iglesia de San José en su contexto urbano inmediato, para 1985. (Foto: Diario Católico, San Cristóbal, 31 de marzo de 1985).

En el cuarterón (nombre de cada una de las divisiones internas de una puerta) superior del batiente derecho (izquierda del observador) de la puerta mayor, y bajo un doselete neogótico (ya desaparecido), se ubicó la talla del grupo escultórico de «Nuestra Señora de la Consolación y Correa» (con San Agustín y Santa Mónica). En el cuarterón del batiente izquierdo (derecha del observador) y bajo doselete (que se conserva), una talla en relieve con la escena de «San José con el Niño Jesús en el taller de Nazaret». En los cuarterones inferiores se colocaron formas ornamentales de redes romboidales con traza gótica.
Toda la obra en madera, fue elaborada y tallada por maestros ebanistas del Centro Jocista «Mons. Sanmiguel». Desaparecida y productiva institución fundada, en 1937, por Mons. Ángel Parada Herrera en la población de Independencia-Capacho Nuevo.

Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

En lo estructural, el vano de entrada y puerta mayor está conformado por jambas en derrame, a partir de tres estilizadas columnas adosadas con capiteles en follajes, y sobre el dintel una serie de molduradas arquivoltas exentas, producto del escalonamiento o derrame de los arcos ojivales o apuntados.
Siguiendo el alzado del muro, y sobre el ángulo superior de las arquivoltas de la puerta mayor, destaca el gran rosetón de formas columnarias - columnillas radiales unidas por nervios o pequeñas arcadas ojivales- y sobre este, donde finaliza el muro, una cornisa ornamentada por una cenefa calada ciega o cerrada, con dentellones resaltados y estilizados.
Este gran rosetón, que recibe la luz de los tonos rojizos del sol declinante, simboliza la medieval representación de Jesús y María y su relación con la ecclesia, la iglesia, que era considerada la esposa del cordero pascual. El símbolo empleado era la luz y la rosa. La luz que atraviesa la vidriera multicolor del rosetón e ilumina el interior del templo y a los fieles, representa a Cristo glorioso y la forma concéntrico-radiada a María, como la «Rosa mística» de las letanías Lauretanas, a través de la cual Cristo se encarnó en la humanidad y se hizo «Dios con nosotros».
En el centro del remate de este primer cuerpo, y precedido por una angosta terraza con galería (denominación de la balaustrada en el estilo gótico), calada con formas en aspas y elevados pináculos puntiagudos con cardinas flamígeras, en una sección más retrasada de la fachada –de donde arranca el segundo cuerpo-, se encuentra la única escultura o figura que ornamenta el exterior de la iglesia.
La misma se corresponde con una imagen –de bulto redondo y vaciada en obra limpia- que representa al patriarca San José con el Niño Jesús. De aproximadamente 2,4 m de altura, se levanta, gallarda, sobre un elevado pedestal prismático. El sentido medieval de estas imágenes, en el exterior de las iglesias, en sus fachadas, torres o remates era lo que sus constructores denominaban «para que defiendan la catedral de las asechanzas del maligno».

Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

A lado y lado de la puerta mayor, encontramos los pórticos laterales. Los mismos están conformados por puertas rectangulares de madera, y sobre su dintel un hipetro (designación artística de los ventanales ojivales conformados en su interior por estilizados parteluces –o pequeñas columnas alargadas con arcadas ojivales, y tracería lobular calada en la sección superior, con óculo, que se colocaban, directamente, sobre las puertas).
La temática de estas puertas menores o laterales, expone en los cuarterones superiores de sus batientes de madera, los siguientes relieves: en ventanal ojival geminado, con parceluces, y en el centro de un óculo tetralobulado, el escudo de la provincia agustiniana recoleta de San José (cuarterón superior del batiente izquierdo, derecho del observador). En el cuarterón derecho (izquierdo del observador), sobre las mismas características ornamentales, el escudo de la orden de los agustinos recoletos.
Como marco arquitectónico de los ventanales y puertas menores, se colocó sobre las mismas un elaborado piñón en arimez (gablete muy alargado –con una roseta central cerrada en sus tímpanos-y sobresale de su conjunto), notoriamente visible a la distancia, que se prolonga hasta una altura que alcanza la mitad del segundo nivel o cuerpo.
Enmarcan verticalmente toda la longitud del primer cuerpo, cuatro elevados contrafuertes cajeados y ornamentados con tracería- que finalizan en pináculos –de menor altura en las puertas laterales y de mayor altura en la central-. Los mismos flanquean las puertas de entrada y dividen verticalmente los portales y el alzado, en todos sus ángulos.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Estas formas exteriores de contrafuertes ornamentales, se encuentran adosados y ocultan la estructura ordinaria que recibe el peso vivo y muerto de los tres cuerpos de la fachada. Aquí, se conoce -cuando nos adentramos en el interior de la torres- que el tipo de estructura desarrollado fue el de vigas bidireccionales, conformadas por gruesos soportes verticales o pilares en concreto armado y muros de ladrillo macizo, unidos igualmente por gruesas jácenas y vigas de arriostramiento o elementos diagonales y conexiones rígidas. Todo un complejo y adecuado entramado para una edificación que se levantó sobre suelos con un alto riesgo de sismicidad, como lo son los terrenos cuaternarios de los Andes.
Así, sumado a cumplir una función de separación visual, estos contrafuertes encuadran sólidamente los tres pórticos y su estructura interna refuerza la estabilidad de los muros y torres. Se prolongan en verticalidad, finalizando en elaborados pináculos (los dos que enmarcan el módulo central, sobre la puerta mayor, terminan en cruces ensanchadas, caladas). Todos los contrafuertes ornamentan los tres cuerpos y calles de la fachada, marcando el paso o transición de los mismos y generando un acertado efecto visual de proporción, altura y profundidad.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Segundo cuerpo
El segundo cuerpo de la fachada está conformado por una sólida estructura en concreto armado, de planta rectangular, que cumple la función principal de base y unión para las tres torres superpuestas sobre él. Presenta por igual, en cada ángulo o esquina un contrafuerte finalizado en pináculo, que genera a su vez el efecto más impactante de la altura de la edificación.
En esta sección, desde su interior, se puede apreciar como todos sus elementos ornamentales, incluyendo los ventanales moldurados, pináculos y gablete, fueron prefabricados -en concreto armado-, y luego montados o adosados a los gruesos muros y pilares de sustentación, proceso que se tradujo en una reducción del trabajo a pie de obra, el tiempo y los costos de la construcción.
Estos, con probabilidad inspirados por las formas de los ventanales del segundo cuerpo de la fachada de la catedral gótica de Reims (Francia, s. XIII), están conformados por tres alargados vanos, uno por cada calle del cuerpo, abocinados o con derrame, y con terminación rectangular las de la sección lateral y terminación ojival en arquivoltas la central (de mayor luz o dimensión horizontal que las laterales).


Foto: Arq. Jonny Rojas, 2017

Cada vano o ventanal presenta columnas estilizadas (tres en la calle central y dos en los laterales) que forman parteluces, arcos ojivales y tracería superior trilobulada, finalizando la del módulo o calle central en un amplio gablete, el cual encierra un círculo mayor con molduras tetralobuladas en su centro y tres círculos menores moldurados en sus respectivos ángulos. Remata el gablete, en su ángulo apuntado, una cruz de brazos iguales, ensanchada y calada.
Como singularidad, se puede observar un moldurado listel que cruza transversalmente todos los ventanales, en su nivel superior. Acertada forma ornamental de encubrir los tirantes horizontales que, unidos a los pilares de sustentación, aseguran la estabilidad de la estructura.
Cuatro marcados pináculos en las secciones laterales y cuatro pináculos peraltados en la sección central –que finalizan en una cruz-, sobre los remates de este segundo cuerpo, señalan o indican el arranque de cada una de las emblemáticas torres de la Iglesia.



Tercer cuerpo
Aquí la vista se nos pierde en la altura, y la visión de los cuatro horizontes de la ciudad desde el último habitáculo de la torre, traen a la mente las mismas nostálgicas miradas que Quasimodo diera a su París medieval, desde el campanario de la iglesia catedralicia de Notra Dame, donde él vivía, sin salir de sus muros, pues ese lugar había sido su cuna, su hogar, su país, su universo (Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, capítulo III, ΄El campanero de Notre Dame').


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Donde nos encontramos, las pesadas líneas de construcción de los dos cuerpos anteriores, desaparecen y se transforman en verticalidad ascendente a través de un admirable programa decorativo. Aun cuando mantienen una planta cuadrada en todos sus niveles, los muros se diluyen prácticamente y sólo un haz de finas columnas agrupadas y varillas simulan sostener todo el entramado de las desafiantes agujas.
Así, este último cuerpo quedó conformado por las torres propiamente, las cuales le imprimen la señal de identidad al edificio y marcan su altura con respecto al entorno urbano. Las mismas están estructuradas en un único prisma o nivel cuadrangular (las dos laterales, de idénticas características o geminadas) y dos prismas o niveles cuadrangulares escalonados superpuestos (la central).
Sus muros de cerramiento se presentan casi vaciados, cenceños, abocinados en seis molduras acodadas, hacia alargados ventanales calados, en sus centros. En las torres laterales (estructuradas en tres niveles o habitáculos) y en el último cuerpo de la torre central, los vanos están entre-cerrados por medio de piezas ornamentales en forma de peltas (antiguos escudos griegos) invertidas, con volutas contrapuestas. Las peltas fueron ordenadas verticalmente, una sobre otra.
Los cierres de los vanos del cuerpo central de la torre, muestran un haz de columnas agrupadas en forma de alargados y estilizados parteluces, que cruzan los cinco niveles o habitáculos internos de este cuerpo de la torre, y finalizan en cuidadas trazarías de mameles (figuras caladas con caprichosas formas geométricas, originadas de la prolongación entrelazada de los arcos mixtilíneos que salen de las columnas o parteluces).


Dentro de este cuerpo se encuentra el habitáculo del campanario –al cual se asciende por medio de escaleras tipo molinero, construidas en concreto armado. Conserva dos campanas de bronce con sus badajos, ancladas a una de las vigas de riostra de la torre, por medio de un sistema de travesaños metálicos. Una de ellas tiene inscrito en su panza los siguiente «Donación/Dian/Puerto Cabello/1974». Forma abreviada de exponer que la donación fue hecha por la Dirección de la Aduana Nacional de Puerto Cabello (Estado Carabobo).
Como cornisamento, que remata cada una de las terminaciones de los cuerpos de la torres -central y de las laterales-, se colocaron cenefas ornamentales, caladas con dentellones en forma de tréboles pendientes y por remate a los ángulos del cuerpo de la torre, le fueron agregados cuatro pináculos puntiagudos y de pedestal calado, unidos por una galería o barandal con formas de aspas, caladas, que se repite en el remate de todas las torres y, además de generar tres recortadas terrazas en forma del belvedere, cumplen la función de marcar una ordenada transición visual entre el cuerpo de la torre y las agujas.
Agujas
Coronan las torres laterales dos pronunciados y macizos chapiteles o agujas, las agujas manriqueñas. Su soberbia calidad nos habla del cuidado que puso su autor en la realización. En forma de grumos (nombre que recibe en el arte gótico las formas ornamentales vegetales que reproducen los brotes de hojas que arrojan los árboles, denominados igualmente cogollos o macollas), resultan en una forma cónica octogonal ascendente y están conformadas por formas flamígeras, que reproduce hojas de apio ornamentales, con tres radios de vástagos en su sección superior, más cardinas o frondas en su sección inferior, distribuidas en cinco partes. Ambas secciones separadas por un nudo octagonal. Todas, realizadas en un sistema constructivo de concreto armado prefabricado. 


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Y por último, donde la mirada ya se difumina en el cielo, y cerrando el conjunto de la imponente estructura de la torre central, que desafía la altura al alcanzar los 76 m de altura, se encuentra la aguja o chapitel principal, verdadera estructura insignia de la iglesia. Está conformada por dos florones flamígeros en su sección superior y cardinas flamígeras en la inferior –separadas igualmente las secciones por un nudo octagonal-. Remata a la aguja, una imponente cruz foliácea, calada, encuadrada a partir de una circunferencia.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Si nos ubicamos en cualquier habitáculo de esta torre campanario y redirigimos la mirada en línea recta hacia el oriente, podemos entender la razón de la monumental proporcionalidad de la fachada. Esta responde a una relación arquitectónica entre la sobreelevación de la nave central y su cubierta, y la elevación de las bóvedas de terrazas continuas de las naves laterales o bajas.
Por ello, y generando un ordenado efecto visual de división longitudinal, de continuidad, y sin perder el sentido de elevación estructural, ambas (nave central y laterales), fueron enmarcadas por galerías (o barandales) caladas con formas de aspas y con cuarenta pináculos puntiagudos con pedestal cajeado, que realzan las naves.



Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

4. El triunfo de la lógica estructural (naves, central y laterales)
Luego de traspasar los umbrales de la puerta mayor o de las menores, ingresamos al interior de la Iglesia. Aquí, el visitante pisa un solado formado por piedra de granito en taracea (incrustadas), sobre una superficie de colores verdes, blancos y rosa, formando diagonales en redes romboidales, separados por flejes de bronce.
Al dejar el umbral, notamos sobre el piso –en taracea de granito entallado- la figura del escudo de la Orden de los Agustinos Recoletos, en cartela renacentista con los atributos de San Agustín (un corazón ardiente y un libro) enmarcado por una guirnalda con eslabones triangulares y flordelisados, circundada por festones verdes estilizados.
De seguida, se presentan dos inmensas pilastras compuestas, de grosor considerable, por estar formadas por una pilastra central y en su derredor un haz de columnas adosadas. Su presencia impone y las mismas integran, en parte, los cuatro grandes soportes verticales o pilares de sustentación de la torre central, y su alineación, repite la de los pilares de la nave central, que encauzan la mirada hasta el fondo de la iglesia, hasta el altar mayor bajo el ábside. 


Foto: Samir A. Sánchez, 2017


Las referidas pilastras, se cierran a su vez en cuatro arcos apuntados (uno de ellos visible desde el interior del templo, en el muro de cerramiento occidental, sobre la cantoría o coro). Su forma apuntada permite direccionar con mayor facilidad el empuje y peso de la torre hacia los grandes pilares.
Sobre el espacio comprendido entre estas pilastras y la pared de cerramiento occidental, al nivel del gran rosetón, se construyó el coro para la cantoría, con galería (o barandales) formados a partir de una moldurada y elaborada banda con crestería (en su sección superior), casetones con molduras tetralobuladas (sección central) y cenefas caladas mudéjares (sección inferior), de cuidado acabado.
Ya, detenido frente a la nave central, el visitante podrá admirar la majestuosidad del recinto que, con propiedad, puede ser denominado «La petite Chartres» (la pequeña Chartres). Altura, luminosidad y severidad de estilo hace que nos sintamos por igual respirando el sutil y místico aire que se encierra bajo las bóvedas de la catedral de Chartres (Francia, siglo XIII), no obstante, su sencillez ornamental evoca el estilo del interior de la Catedral de Santa María del Fiore (Florencia, Italia, s. XV). 
El cielo de este recinto lo conforman siete crujías o módulos de bóvedas ojivales, con nervios, claves y yesería como plemento (elementos ligeros de relleno entre los nervios); perfecta solución medieval por cuanto el trazado ovijal o apuntado, se aproxima a la línea de la magnitud de presión o fuerza derivada del descenso natural de las cargas. Las bóvedas de la Iglesia de San José fueron realizadas siguiendo la técnica de la geometría ideal con cañones perfectamente cilíndricos. 


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

Así, estas bóvedas, de sección cuatripartita, lunetos y arco apuntado con crucería nervada en tramos separados por arco perpiaños o fajones (que van en dirección norte-sur) ojivales, se mantienen estructuralmente estables. El diseño de las bóvedas de los tramos de la nave central, se ve replicado en las bóvedas de las naves laterales o bajas.
En cuanto a la organización del alzado interno o de sus muros laterales, la nave central presenta arcadas formeras ojivales (que van en dirección este oeste) o en arco apuntado, que tienen su imposta o inicio de los arcos, en la base de los ventanales del claristorio. 


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Un longitudinal listel moldurado separa el muro de las arcadas de las bóvedas y ventanales. A su vez, estas arcadas están sostenidas por esbeltos pilares formados a partir de un haz de columnas agrupadas, de fino fuste, astrágalo y capitel troncocónico invertido exento. Se prolongan y elevan, internamente, hasta las diagonales de los nervios de las bóvedas de crucería. Esos nervios, que se cruzan a una prodigiosa altura, parecen brotar y ramificarse desde el muro, por cuanto el artífice le dio un delicado equilibro que matiza cualquier separación que pueda haber entre estructura y apariencia.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

Cada parte visible de todo el ascendente entramado, cumple por igual tanto la función de sostén estructural que desafía perennemente la gravedad, como la de separar la nave central de las naves laterales o bajas en hileras hexástilas -seis pilares exentos marcan esta separación a lado y lado-, generando la sensación de máxima elevación y verticalidad del espacio interno. Un todo que constituye la expresión más intrínseca del estilo arquitectónico en el cual se construyó la Iglesia de San José.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

Sobre los muros de las arcadas longitudinales, fue ubicado el amplio claristorio. Este se eleva hasta las bóvedas y acristala cada crujía con alargadas ventanas, a lado y lado. Cada una de estas ventanas está conformada por un parteluz y fina tracería geométrica, arco apuntado, óculo (en forma de cruz lanceolada, de la denominada en heráldica como la cruz de Santiago) y vidrieras en sereno cromatismo, para que la mirada descanse en el tamizado azul y verde de esos cristales.
Sus particiones, en forma de tornavoz, permiten una continuidad en la circulación del aire caliente del interior de la nave hacia el exterior, con lo cual se logra que aire fresco y renovado entre por las puertas, en momentos cuando la iglesia está llena de feligreses.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017
En cuanto a las naves laterales o bajas, su elevación sólo se limita al nivel de las arcadas ojivales y muros de cerramiento que presentan las molduras de ventanales ojivales ciegos o cerrados, especialmente hacia el muro exterior. Marcas de ventanales que nunca se abrieron ni se le colocaron vitrales.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

Ochenta bancas distribuidas en una serie de dos hileras, en la nave central, y una hilera en las laterales, trabajadas en madera tallada con formas tetralobuladas y caladas en sus respaldares, sirven de asiento a la asamblea de fieles en la recepción de los sacramentos, las celebraciones litúrgicas o en los momentos de oración.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

5. Edículos de oración (capillas)
Frontalmente, a izquierda y derecha del observador, desde la nave central, y separadas de las naves laterales por arcos ojivales torales menores, se encuentran dos capillas menores que presiden cada una de las respectivas naves laterales. Cada capilla está cubierta por una bóveda ojival y radial poligonal (pentámera, o que consta de cinco lados), y tres peanas.
Para la fecha de la consagración de la Iglesia (1953), la capilla de la nave del Evangelio (norte) se designó como de «San Nicolás de Tolentino» (Sant'Angelo in Pontano, 1246 - Tolentino, 1305), santo italiano intercesor por las almas del purgatorio y primer fraile agustino canonizado. Su imagen, artísticamente tallada, se encontraba sobre la peana central [por cuanto este santo era el patrono de la provincia agustiniana a la cual pertenecía la comunidad de agustinos recoletos de San Cristóbal, cuando llegaron a la ciudad en 1927], y la capilla de la Epístola (sur), se designó de «Nuestra Señora de la Consolación y Correa», advocación mariana protectora de la orden agustiniana, con imagen en talla que la presidía, desde la peana central.


Foto: Santiago X. Sánchez, 2017

La nave de la Epístola cuenta con siete capillas laterales, que resultan menos visibles por su reducida profundidad y dintel rectangular, y cuya única ornamentación es la banda con crestería, casetones con molduras tetralobuladas y cenefa calada que recorre toda su sección superior. Están cerradas por canceles metálicos de fabricación industrial.
De éstas, la única que cuenta con una entrada en arco ojival; espacio absidal radiado o de cuarto de esfera, ornamentado con una banda con crestería, casetones con molduras tetralobuladas y cenefa calada; columnas agrupadas, exentas y geminadas; gablete ornamentado y rosetón ciego en su tímpano, es la central. La misma está dedicada a «Nuestra Señora de Coromoto», patrona de Venezuela, y arquitectónicamente es la contraparte visual, en la nave sur, del marco de entrada y puerta de acceso lateral de la nave norte.


Foto: Satiago X. Sánchez, 2017

Estas capillas de la nave de la Epístola tienen la salvedad de ser un espacio en el cual -hasta la presente fecha- podemos notar que presenta una alteración o desarticulación de la idea original del proyectista. Unas perdieron su función de capilla y se transformaron en sedes conciliatorias cerradas por vidrios transparentes, al desaparecer los dos únicos antiguos confesionarios, exentos, trabajados en madera con los que contaba la iglesia. Otras apiñan en su interior a las imágenes que perdieron sus nichos, por esta modificación funcional.
Por igual, presumimos que una de estas capillas, en el diseño original, estuvo destinada al bautisterio por cuanto es el único elemento de la iglesia que no ha podido ser precisado y documentado –hasta la fecha- en la historia de la edificación.


Foto: Santiago X. Sánchez, 2017

En cuanto a la nave del Evangelio, por dar con el muro de cerramiento norte (calle 8), está exenta de capillas laterales. En su exterior se evidencian –y quedaron como testigo- las molduras de unos proyectados ventanales de arco apuntado, que –como se dijo- permanecen inacabados, tapiados o ciegos, por cuanto nunca se abrieron ni recibieron sus respectivos vitrales. Iguales formas y molduras se replican, ciegas o cerradas, en el exterior de la pared de cerramiento sur (de la nave de la Epístola).
El muro de cerramiento norte cuenta por igual con una puerta de acceso lateral al templo. Sus batientes están trabajados en madera tallada y enmarcados por un vano de arco apuntado sobre el cual se eleva un moldurado gablete con rosetón radial y ciego en su tímpano.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

6. Una transversalidad imperceptible (crucero)
No se ve, pero está allí. Separado de la nave central y laterales por un moldurado y remarcado arco toral ojival mayor y dos menores respectivamente, existe un espacio rectangular sobre el plano, definido sólo exteriormente, que se extiende perpendicularmente o cortando en ángulo recto a la nave central y a las laterales.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Su aspecto, desde el interior, resulta imperceptible al observador por cuanto le fueron colocados muros de cerramiento -en la sección que da a las naves laterales- dando origen a una pared de fondo que, en forma absidal, crea el espacio para las capillas que presiden dichas naves.
En las paredes exteriores del crucero (muro sur), como ornamento, aún se pueden observar las arquetípicas formas góticas de tres ventanales de arco apuntado, siendo el central de mayor tamaño. Todos están moldurados y cerrados o ciegos.
Hacia el altar mayor, se cerraron igualmente los espacios de este crucero con paredes, dando origen, en un primer nivel, a las áreas para la sacristía mayor (derecha del presbiterio) y menor (izquierda), a las cuales se accede luego de cruzar elevados vanos de arcos apuntados y abocinados o con derrames.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

En un segundo nivel, destacan dos elaboradas tribunas ornamentadas, con techumbre, tres vanos con columnas estilizadas, celosías caladas [un elemento decorativo originado en el gótico castellano o de Castilla, de reminiscencia andalusí y mudéjar, ensayadas en la Catedral de Burgos hacia el año 1220] que, con balcones guarnecidos con barandales, crestería y cenefas caladas mudéjares, daban hacia el presbiterio.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)


Y en un tercer nivel del crucero, se colocaron dos ventanales ojivales, cerrados por vidrieras policromadas, sin figuras, que reproducen las formas de los ventanales del claristorio.
En cuanto a la funcionalidad del espacio arquitectónico de las tribunas, creado para el uso privado o interno de la comunidad de frailes agustinos recoletos, era la de servir de coro monacal o lugar desde el cual se podía recitar el antiguo Oficio Divino u Officiium Divinum, «Deber divino» (serie o colección de himnos y oraciones desde el siglo IV d.C.) ante el sagrario.
Este oficio comprendía el rezo y salmodia de las Horas Canónicas, de cumplimiento obligatorio para los monjes –según la antigua disciplina religiosa tridentina-, y dividía en nueve momentos o tiempos de oración el día: Vigilia (a medianoche); Maitines (al alba); Laudes (al amanecer); Prima (6:00 am); Tercia (9:00 am); Sexta (12:00 m); Nona (3:00 pm); Vísperas (6:00 pm) y Completas (9:00 pm). Las mismas, reformadas y simplificadas, pasaron a denominarse «Liturgia de las Horas», a partir de las disposiciones del Concilio Vaticano II.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

7. Exaltante misticismo de luz (ábside)
En el extremo este de la iglesia, donde se levanta el altar mayor antiguo o de tipo retablo, encontramos el ábside. Presenta en su parte exterior una elegancia de construcción que sobresale del rectángulo y cabecera de la Iglesia, en forma poligonal (pentámero). Su solado está conformado por un trazado granítico, decorado con escaques (que repite la forma de un tablero de ajedrez), donde destacan los colores blanco y negro. Un amplio y moldurado arco toral apuntado, el más distintivo de toda la edificación, diseñado en una delineada forma de ojiva, marca la separación estructural entre el espacio del presbiterio y el inicio del ábside.



Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

Está conformado por dos niveles que arrancan de un retallo (especie de escalón que se forma en un muro cuando este disminuye su espesor) ornamentado con cenefas cerradas o ciegas. A su vez, los dos niveles están separados por la banda ornamental general a toda la iglesia, realizadas en yesería, con crestería, casetones con molduras tetralobuladas y cenefa calada, cuidadosamente trabajada. La misma se repite en las capillas que presiden las naves laterales, para marcar sus niveles y respetar la articulación horizontal de sus muros, sin llegar, de esta forma, a alterar nuestra visual de verticalidad de las pilastras, que se elevan hacia las bóvedas del ábside y de las capillas.


Foto: Samir A. Sánchez, 2017

En el nivel superior del ábside, cinco ventanales apuntados cumplen la función de iluminar el presbiterio con la mayor luz natural directa y coloreada posible, especialmente la luz del amanecer y la de la mañana. Su simbolismo parte de la interpretación de la epístola de San Juan: «Et hæc est annuntiatio, quam audivimus ab eo, et annuntiamus vobis: quoniam Deus lux est, et tenebræ in eo non sunt ullæ. - y este es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos: Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna» (Primera carta de San Juan 1:5).
En consecuencia, estos ventanales fueron cerrados –en su sección superior- por vitrales policromados con escenas de la Redención, percibiendo así esta luz divina a través del ejemplo de la vida y obra de Jesús. Los vanos están separados o divididos por una serie de estructuras de apoyo conformada por estilizados pilares formados por un haz de columnas que replican la forma de los pilares de las naves, cumplen la función de contrafuertes y se elevan hasta los nervios y clave de rosetón de la bóveda de crucería, que cubre el ábside.


Arq. Jonny Rojas (2017)

En su exterior y sobre la forma poligonal (pentámera), el conjunto repite la decoración con pináculos, ornamentados con elaboradas cardinas flamígeras o frondas, y barandales calados –a la manera de crestería- que realzan la estructura y le imprimen una marcada verticalidad, dando la impresión de una constante ascensión visual.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Altar mayor tipo retablo (en alabastro dorado con policromías)
En el centro del área del ábside y elevado a poco menos de dos metros del nivel del piso de las naves, se ubicó –de forma aislada o separado de la pared oriental de cerramiento, el altar mayor original de la iglesia, único en su estilo en el Estado Táchira.
Contemplar este altar-retablo requiere de un tiempo especial, por cuanto el mismo resulta en una plenitud teológica y artística que desborda los sentidos, en arte y devoción.


Foto: Santiago X. Sánchez, 2017
De una gran riqueza ornamental y cromática, resulta por igual una verdadera obra de arte del trabajo en alabastro pulido, al presentar, en clara unidad simbólica y de estilo, toda una plenitud teológica y artística. Replica, en cierta medida, la estructura y verticalidad de la fachada de la iglesia, reproduciendo un estilo que se aproxima al desarrollado en el gótico tardío, conocido como flamígero, de marcado ímpetu ascensional.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Elaborado como tipo retablo, según la tradición litúrgica tridentina, responde al siguiente orden estructural: desde su sección inferior a la superior, está conformado por una tarima; pedestales y marmolejos (columnas pequeñas) y un trapezóforo (pie de mesa central, artísticamente trabajado reproduciendo una forma humana); un banco o predela de flancos calados, en cuyos extremos se colocaron, en medallones sobredorados, los escudos de la orden agustina recoleta (derecha del observador) y de la provincia agustiniana de San José (izquierda del observador); único piso de retablo; elementos de coronación o remate que se corresponden con una fina y cuidada tracería de doseletes, gabletes, pináculos y ventanales apuntado, en un todo calado; un ático central el cual está rematado por una elevada aguja calada que finaliza en florón y le imprime una considerable sobrelevación a la obra.
En este ático, en forma de dosel (camarín gótico), se encuentra el nicho que guarda la imagen del titular del altar y de la iglesia: el Patriarca San José, al cual el escultor Andrés Martínez -en su libertad artística y apartándose del canon de la iconografía cristiana tradicional- le imprimió una imagen idealizada, dándole cierta juventud. Junto a San José, colocó la imagen, igualmente idealizada, de un Jesús joven, ambos esculpidos en alabastro y representados con vestiduras propias de la labor de los carpinteros.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

El único piso o cuerpo que posee el retablo se desarrolla horizontalmente. Consta tres encasamentos (particiones o divisiones internas del retablo), donde quedó tallado el programa escultórico de la obra. Los encasamentos están divididos por tres calles verticales, separadas por entrecalles formadas por estilizadas columnas geminadas con tracería trilobulada, pináculos y agujas caladas. El encasamento central se corresponde con el espacio litúrgico para el Crucificado y el manifestador.
El primero, el Crucificado, resulta en una obra de arte de la escultura en alabastro- y el segundo en un sobredorado dosel para trono de exposición del Santísimo Sacramento, cuando, en custodia radiada, se colocaba para la solemne adoración en los Jueves Eucarísticos, los primeros Viernes o en las domínicas de la Minerva (tercer domingo de cada mes), según la antigua devoción y espiritualidad preconciliar.


Foto: Santiago X. Sánchez, 2017

Dos artísticas esculturas de figuras de ángeles, en formas y siluetas estilizadas que parecen ondular en el aire y descender con ímpetu hacia un acto de coronación angélica, con una corona abierta (símbolo de la realeza de Cristo en la eucaristía) en sus manos, se encuentran sobre el trono expositor. En la sección posterior del retablo se ubicó una escalera construida a partir de cuidadas formas y pasamanería, que permitía ascender hasta la puertecilla del trono expositor.
En el encasamento lateral derecho (izquierda del observador), desarrollado para que el creyente visualizaran fácilmente y en diálogo silente ciertas escenas del evangelio vinculadas con la misa, el autor realizó o representó en relieve, la Ascensión del Señor, rodeado por una mandorla en forma de hostia radiante, símbolo del sacramento eucarístico que representa su permanencia real –luego de la Ascensión- en medio de la comunidad cristiana, en la reserva eucarística o sagrario.
En el encasamento lateral izquierdo (derecha del observador), la Última Cena como preámbulo al sacrificio de la cruz que se dibuja en un segundo plano. Todo el programa iconográfico está enmarcado por la simbólica representación, escultórica, de la escena de la Anunciación, desde los extremos laterales del retablo.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Por igual, la acabada policromía del retablo lo convierte en una de las obras más destacadas de este tipo de representaciones en alabastro dorado policromado y pulido. En su visual, sólo dominan dos colores: oro y crema o castaño claro (color natural del alabastro), que le imprime una belleza única y difícilmente repetible a este retablo.
En los espacios de las polseras (denominación de los marcos, guardapolvos o resguardos laterales del retablo) el autor colocó una alargada columnilla –a cada lado- que finaliza en repisa, formada por follaje, con una imagen sobre esta. La columnilla de la izquierda del retablo (derecha del observador) sostiene la imagen del Arcángel San Gabriel, y la columnilla de la derecha (izquierda del observador), la Virgen María de la Anunciación.


Foto: Santiago X. Sánchez, 2017

Sobre el banco descansan la credencia o repisa donde se colocaban los objetos necesarios para la misa (Missa Sacramentorum) según la antigua prescripción tridentina –cuando el celebrante se colocaba frente al altar y de espaldas a la asamblea-, a fin de tenerlos a mano), la losa rectangular no friable de la mesa del altar y el sagrario, el cual fue elaborado en formas góticas talladas, sobre alabastro pulido.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

8. Una enérgica armazón (cubiertas)
Ya, concluyendo este recorrido por la Iglesia de San José, en los exteriores de la edificación, podemos observamos como toda la magna y vertical estructura de la nave central fue techada, como en las catedrales medievales, con dos cubiertas superpuestas.
La primera, conformada por bóvedas nervadas de yesería que se cruzan en claves ornamentales, en forma de rosetón, visible sólo desde el interior. La segunda –a diferencia de las antiguas catedrales donde era una armazón en madera- por un entramado de vigas, cerchas o cimbras y láminas metálicas, en doble vertiente, apuntada, visible sólo desde el exterior.
En cuanto a las cubiertas de las naves laterales, por las cuales se puede deambular, responden o son del tipo de cubrición conocida como de terraza continua. Todos los contrafuertes exteriores que las enmarcan –tanto de la nave central como de las laterales, están peraltados en su exterior con pináculos caseteados de superficie apuntada y cardinas flamígeras que le imprimen elegancia a la estructura, sirviendo de contrapeso a su vez a los pilares, pilastras y columnas interiores.
En el espacio más oriental de la iglesia, el del ábside, encontramos que está cubierto en dos niveles. Un primer techo, abovedado y radial, que resulta visible sólo desde el interior. Un segundo techo, o cubierta exterior de pronunciada pendiente, formada por una armazón metálica semi-piramidal, que divide en dos áreas descendentes todo el recorrido de las aguas pluviales.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)

9. El espacio sacro en dimensiones (medidas)
Las medidas de la Iglesia de San José, son:
Longitud de planta
● Longitud exterior: 42,24 m
● Longitud interior: 39,24 m
● Longitud de la nave: 25 m
Ancho de planta
● Anchura de la nave central: 7,50 m
● Anchura exterior: 15,00 m
● Anchura de cada una de las naves laterales: 3,75 m
● Anchura de la nave central con las dos laterales: 14,75 m
Longitud y ancho del crucero
● Longitud del crucero (exterior): 15 m
● Longitud interior del crucero: 7,50 m
● Ancho del crucero: 5 m
● Alturas de naves, ábside, tejados y torres
● Altura de la bóveda de la nave central: 25 m
● Altura bajo la bóveda de las naves laterales o naves bajas: 18 m
● Altura exterior del tejado a dos vertientes: 27 m
● Altura de la torre campanario-central y flecha: 76 m [el equivalente a la altura de un edificio de 25 pisos o plantas]
● Altura del último habitáculo de ascenso a la torre del campanario-central, 70 m
● Altura de las torres laterales y flechas: 40 m
● Altura del ábside: 20 m
Otros
● Intercolumnio o distancia entre los pilares (de oeste a este): 3,75 m
Cimientos (muros de cerramiento, pilares de arcadas y torres): entre 1,70 m y 5,75 m

● Superficie cubierta: 633,33 m²


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniela Patiño (2017)

Vitrales
● Ábside: escenas de la Redención. De izquierda a derecha del observador): La Anunciación; el Nacimiento de Jesús en Belén, la Crucifixión, la Resurrección; la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico y María santísima.

 
Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniel Patiño(2017)
● Ventanal interno de la torre norte (nave del Evangelio): Nuestra Señora de la Consolación y Correa, con San Agustín y Santa Mónica.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniel Patiño(2017)

● Gran Rosetón (sección interna de la torre central, cantoría o coro): El Espíritu Santo en gloria.


Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniel Patiño(2017)

● Ventanal interno de la torre sur (nave de la Epístola): La Sagrada Familia de Nazaret.

Foto: H. Rosmelyn Aular/Daniel Patiño(2017)

Estatus patrimonial cultural
La Iglesia de San José, es Bien de Interés Cultural de la Nación, por resolución No. 003-05 de fecha 20 de febrero de 2006 del Instituto del Patrimonio Cultural e incorporada al Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2006, TA-23, Municipio San Cristóbal, Estado Táchira, pp. 30-31.


Foto: Arq. Jonny Rojas (2017)


Bibliografía
AZCÁRATE, José María, Arte gótico en España, ediciones Cátedra, Madrid, 1990; Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2006, TA-23, Municipio San Cristóbal, Estado Táchira, pp. 30-31; Boletín Eclesiástico de la Diócesis de San Cristóbal (septiembre-diciembre, 1943); Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouer, Bilbao, 1976; Biblia Sacra juxta Vulgatam Clementinam, editio electronica, Londini MMV; DE AQUINO, Tomás, Suma Teológica, Parte I: Introducción general, tratado de Dios uno, Cuestión 39, artículo 8, 1, Biblioteca de Autores Cristiano, texto latino de la edición crítica Leonina con traducción y anotaciones de Francisco Barbado Viejo, Madrid, 1950, p. 616; Diario Católico, San Cristóbal, archivo general deel periódico, fototeca, 2016; GARCÍA GABARRÓ, Gustavo, “Gaudí y el neogoticismo” en La cátedra de Antonio Gaudí, estudio analítico de su obra, ediciones Universidad Politécnica de Cataluña, 1998, pp 79-86;  LENIAUD, J. M., «Les flèches néo-gotiques» en Le Mont Saint-Michel, l΄Archange, la flèche, París, 1987, pp. 17-29; Revista de los Agustinos Recoletos de Venezuela, especial 50 años en San Cristóbal, 1927-1977; MARÍN, Dulce; NARANJO, Hilda; OROZCO, Enrique, «Retrospectivas de las tendencias tecnológicas aplicadas e las obras de Jesús Manrique en San Cristóbal. Dos casos de estudio». Ponencia en la Semana Internacional de Investigación organizada por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, de la Universidad Central de Venezuela (Caracas), entre el 29 de septiembre y 3 de octubre de 2008 [TC (Tecnología constructiva)-11, p. 5 (Plano 1, planta de distribución de la Iglesia de San José); SANTANDER RAMÍREZ, Gilberto, Historia Eclesiástica del Táchira, tomo II, San Cristóbal, 1986, pp. 1060-1063; VÍCTOR HUGO, Nuestra Señora de París, capítulo III, ΄El campanero de Notre Dame', Nueva York, Random House, 1941; VILLAMIZAR MOLINA, J. J., Ciudad de San Cristóbal, viajera de los siglos, ediciones de la Municipalidad de San Cristóbal, San Cristóbal, 1992, pp. 406-407 y p. 535; VIVAS, Fruto, "Rafael Rojas, jardinero de la esperanza" en Diario La Nación, San Cristóbal, edición del 3 de diciembre de 2004.



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