Texto: Sasmir A. Sánchez (2015)
Fotografía: José Antonio Pulido Zambrano (2025)
Al cruzar el umbral de las narrativas populares y las leyendas que tejen historias de pasadizos secretos para los jerarcas del gomecismo, la evidencia constructiva de San Cristóbal, capital del Táchira, revela una verdad más pragmática y no menos fascinante: la existencia de una notable obra de ingeniería hidráulica. Popularmente conocido como "Los túneles de Eustoquio Gómez" o "Alcantarillado de Don Eustoquio," este sistema de infraestructura no fue un arcano de escape, sino el cimiento de la modernidad.
Esta magna obra de drenaje pluvial fue concebida y ejecutada durante la administración del general Eustoquio Gómez como Presidente del Estado Táchira, abarcando los años cruciales entre 1914 y 1925. Contrario a la idea del secreto, su técnica constructiva, el método de zanja a cielo abierto (cut-and-cover), obligaba a excavar, construir el conducto y luego rellenar. Tal procedimiento no admitía el disimulo ante los ojos de los transeúntes de la época, por ello llegaron a compararlos con los drenajes del París de Georges-Eugène Haussmann quien, como Eustoquio Gómez, no era urbanista, ni arquitecto, ni contaba con formación específica en diseño urbano, pero ambos rendían culto al orden (incluido el social) y la monumentalidad.
Así, este sistema de alcantarillado emerge como un vestigio material significativo del proceso de desarrollo y modernización urbana que experimentó la capital tachirense a principios del siglo XX. Sin embargo, su intención u uso original se ha disuelto y hoy su existencia oscila entre la vigilia y el ensueño, una frontera difusa —entre lo fantástico y lo real, como la diferencia borgeana entre el soñar y el vivir— que lo mantiene vivo en el imaginario colectivo, siendo una de las leyendas urbanas más magnéticas de San Cristóbal.
Estructura y testimonio material
Uno de los fragmentos mejor preservados y documentados de este vasto sistema se extiende discretamente en el corazón de la ciudad. Su extremo occidental ancla en la esquina suroccidental del imponente Palacio de los Leones (intersección de la calle 4 con carrera 10), mientras que su extremo oriental culmina —o se ve truncado— en el patio posterior de la Casa Biagini (intersección de la calle 3 con carrera 9), en lo que debió ser una especie de regard o abertura para el acceso humano al alcantarillado.
La inspección in situ de este túnel nos ofrece un revelador corte transversal de la maestría constructiva de principios del siglo XX:
Refuerzos y cubierta: Se aprecian arcos de medio punto de ladrillo macizo dispuestos de forma alternada, funcionando como vigorosos contrafuertes para una cubierta de tipo salón o plana. Esta configuración sugiere, inequívocamente, el empleo del método de zanja abierta.
Cimentación y acabados: Los arcos se hallan sólidamente anclados y empotrados en muros de mampostería, revestidos con un friso o revoco de cal hidráulica. Se observan pequeñas oquedades cuadrangulares en los muros que actúan como sumideros o drenajes perpendiculares, especie de bouche d'égout o abertura horizontal, destinados a conducir al túnel principal las aguas acumuladas en sus márgenes.
Solado: El piso del conducto revela cascajos y fragmentos parciales de baldosas o losetas de ladrillo cuadrado fino, material conocido regionalmente en la época como 'ladrillo tablita'. Este solado, aunque parcial, facilitaba tanto el drenaje eficiente como las labores de limpieza ante las crecidas de la cercana quebrada de San Sebastián.
Ecos coloniales y técnica constructiva
Desde una óptica arquitectónica, esta obra resuena con los paralelismos de la ingeniería colonial. Se asemeja, por ejemplo, a los sistemas de alcantarillado implementados por los españoles en América, como el notable alcantarillado colonial de Santo Domingo (República Dominicana), con el que comparte una robustez y un diseño funcional que ha permitido su conservación parcial a través de los siglos.
El sistema de Eustoquio Gómez exhibe un sello técnico y arquitectónico distintivo:
Anatomía de la obra
Estructura y materiales: La construcción se erigió sobre una mampostería robusta de piedra local. Para garantizar la vital impermeabilización, los muros internos fueron revestidos con la denominada 'mezcla real': un revoco o friso a base de cal hidráulica, arena y tierra. La cobertura se protegió mediante una bóveda de salón (techo plano) y, en tramos específicos como el cercano a la Plaza Bolívar, mediante una bóveda de cañón con arcos de medio punto, dotando al conjunto de gran solidez estructural.
Funcionalidad y diseño: Estos túneles subterráneos se edificaron mediante el sistema de zanja abierta y su función era elemental, la canalización de las aguas pluviales de las quebradas que atravesaban la ciudad como la de San Sebastián y la del Pueblo, cuyas aguas, en tiempos de lluvias intensas, arrastraban desechos sólidos. Los mismos eran drenados directamente en la quebrada La Bermeja y el río Torbes, visibles en el primer plano urbano de la ciudad, de 1883. Por igual, la estabilidad del sistema, garantizada por la adición estratégica de arcos de ladrillo macizo, resultaba en un testimonio de la ingeniería previsora.
Planificación del trazado: El proceso constructivo se ceñía a una planificación dimensional rigurosa. Se definía la dirección de la excavación marcando puntos de control sobre el nivel del terreno, estableciendo la pendiente o desnivel previsto —del más alto al más bajo— para garantizar el flujo.
Ejecución de los conductos
La excavación se realizaba manualmente desde ambos extremos con la meta de un encuentro central preciso. El avance era seguido de cerca por el refuerzo del suelo y del techo para prevenir colapsos. Una vez finalizada la excavación del tramo, se procedía al revestimiento permanente: una bóveda o estructura plana de ladrillos, losetas o piedras, crucial para la sustentación del túnel y la eficiencia del flujo hídrico.
Además, el sistema integraba estratégicamente sumideros y rejillas de ladrillo o piedra, diseñados para conectar la red de drenaje lateral con el conducto principal, facilitando la evacuación de las aguas perimetrales.
Impacto urbanístico y legado
La edificación de estos túneles trascendió su función hidráulica y tuvo un impacto fundamental en la morfología urbana de San Cristóbal. Fue esencial para la nivelación de los terrenos que, poco después, albergarían hitos como el Parque Sucre (inaugurado en 1915) o la Plaza Bolívar (donde parte del alcantarillado fue redescubierto en mayo de 1977 al cimentar la Torre E). En el segmento estudiado, la obra de drenaje antecede incluso a la construcción del Palacio de los Leones.
Hoy, sus canales no llevan aguas pluviales y sí algo de aguas servidas, y aunque el acceso a la totalidad del sistema es restringido, algunas secciones ofrecen una visión de su recorrido, exhibiendo una cierta iluminación y ventilación natural que permite apreciar la solidez y la inteligencia aplicada a esta infraestructura.
Ante la ausencia, hasta ahora, de registros fehacientes de la época, no tenemos elementos nítidos para hopotetizar sobre la fecha exacta de construcción, no obstante la datación más plausible la podemos situar en el contexto de las obras preliminares de saneamiento y canalización de las aguas pluviales de San Cristóbal, concebidas como trabajos preparatorios para la edificación del acueducto principal de la ciudad. Dicha aproximación temporal se fundamenta en la orden emitida el 27 de mayo de 1915, que dispuso el inicio del estudio del proyecto de acueducto y las consecuentes obras de saneamiento (Cfr. Memoria y Cuenta del Ministerio de Obras Públicas de los Estados Unidos de Venezuela, Tomo I, Editorial del Ministerio de Obras Públicas, Litografía y Tipografía El Comercio, Caracas, 1916, p. 141).
Por todo lo expuesto, estos túneles de alcantarillado no deben verse sólo como una obra utilitaria. Son, en esencia, la memoria pétrea de la modernización, un valioso patrimonio cultural y arquitectónico de San Cristóbal, cuya preservación se alza como un imperativo para comprender el ADN de nuestra ciudad cordial.