Foto: Ing. Kevin Vásquez (1998)
Samir A. Sánchez (2018)
Cuentos de aparecidos y de espíritus errantes, de entierros de botijas y maldiciones, de invasión de langostas, alzamientos e invasiones de montoneras que provenían de los páramos y atacaban a Lobatera, cantos de molienda, refranes y dichos, piedad religiosa como el canto Mariano de "La corona" que las hermanas Durán entonaban desde el patio frente a la casa, antes de construir la carretera en 1930.
Todo eso quedó grabado en mi memoria, como aquel gracioso refrán o desafío poético que decían cantando a contrapunto en los saraos de matrimonio, de las aldeas lobaterenses: "Lo que hicimos anoche los viejos ya lo supieron, a mi no me han dicho nada y a usted ¿qué le dijeron?". No pude transcribir mucho de esos recuerdos, pero lo poco que he hecho queda como constancia de esas historias familiares y pueblerinas que tenían más valor que aquellas repetitivas de hazañas y guerras en otros lugares, pero de obligatoria memorización para los escasos escolares de fines del siglo XIX e inicios del XX.
La arquitectura de esa casa, la cual no sé si mantiene, era el mejor ejemplo o reflejo del gusto constructivo de los tachirenses de antaño, con materiales de la tierra y ya perdido.
Espero que el eco de la campana mayor de Lobatera, que aún repica con fervor las alegrías y duelos del pueblo de mis antepasados, siga acariciando, tal vez con lágrimas de nostalgia, las tejas cubiertas de musgo que descansan sobre los aparejos en entramado de caña brava, las vigas y columnas de madera encorvadas o curvadas por el peso de los años y las encaladas paredes de blanco cal por las que el tiempo traspasa.
Todo eso quedó grabado en mi memoria, como aquel gracioso refrán o desafío poético que decían cantando a contrapunto en los saraos de matrimonio, de las aldeas lobaterenses: "Lo que hicimos anoche los viejos ya lo supieron, a mi no me han dicho nada y a usted ¿qué le dijeron?". No pude transcribir mucho de esos recuerdos, pero lo poco que he hecho queda como constancia de esas historias familiares y pueblerinas que tenían más valor que aquellas repetitivas de hazañas y guerras en otros lugares, pero de obligatoria memorización para los escasos escolares de fines del siglo XIX e inicios del XX.
La arquitectura de esa casa, la cual no sé si mantiene, era el mejor ejemplo o reflejo del gusto constructivo de los tachirenses de antaño, con materiales de la tierra y ya perdido.
Espero que el eco de la campana mayor de Lobatera, que aún repica con fervor las alegrías y duelos del pueblo de mis antepasados, siga acariciando, tal vez con lágrimas de nostalgia, las tejas cubiertas de musgo que descansan sobre los aparejos en entramado de caña brava, las vigas y columnas de madera encorvadas o curvadas por el peso de los años y las encaladas paredes de blanco cal por las que el tiempo traspasa.
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