With this first work of archaeological research of Proyecto Experiencia Arte - Experience Art Project, we acknowledges the Lobatera nation, the old custodians of the land on which Lobatera Town stands. We pay respect to Aboriginal Elders past and extend that respect to other Tachiran First Nations people.
Un viaje en el tiempo... Encontrando antiguos pueblos perdidos: Lobatera, el paisaje de los espíritus
Texto de Samir A. Sánchez (2012)
Un resumen en audiovisual se puede ver en: "El Sueño del Hechicero", la Piedra del Indio en Lobatra (2015 y 2022, editado por Yoser Linares en 2024).
Un resumen de ste trabajo, en texto (PDF) se puede ser descargado en: "El Triskelión, lecciones de arqueología tachirense │ Triskelion: Teaching and Training in Tachiran Archeology, Lessons & Activities" (Colecciones Proyecto Experiencia Arte, Nº 9, 2024).
"Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia" (José Saramago, escritor y premio Nobel, 1922-2010).
Con esta frase queremos iniciar la presentación de este estudio, el primero de Proyecto Experiencia-Arte, si bien resulta en un verdadero réquiem a cuatro voces por un patrimonio que desaparece bajo el peso de la indiferencia y la humana vorágine constructiva y destructiva, sobre los espacios históricos. Con el tiempo, y de no cambiar esa actitud, de esos bienes culturales sólo permanecerán las imágenes aquí captadas y el recuerdo de lo que una vez existió.
El sueño del Hechicero. Una recreación histórico-pictórica del sitio arqueológico de la Piedra del Indio como lugar de culto o centro ceremonial mohánico (de mohanes o farautes hechiceros). Foto de la obra La Piedra del Indio del artista tachirense José Gregorio León Duque, acrílico sobre lienzo, 41 x 33 cm, 2015 (Foto: Darío Hurtado, 2015).
In Memoriam
Prof. Dr. Gerson O. Berríos Malpica
(San Cristóbal, 7 de abril de 1966 - Maracaibo, 5 de febrero de 2018)
Profesor titular e investigador de la Universidad del Zulia
Compañero de aulas universitarias y fraterno amigo. Era la mente lógica y matemática en nuestros trabajos de campo.
Proyecto Experiencia Arte expresa su agradecimiento a Carlos Alviárez Sarmiento, Cristian Sánchez, Natalia Chacón, Darío Hurtado y Anderson Jaimes por la invaluable colaboración prestada para la realización de parte importante del presente trabajo con la salida de campo del sábado, 3 de octubre de 2015.
Sumario
Lobatera,
una cultura milenaria; 1. Orígenes perdidos en la noche de los tiempos; 2.
Estación rupestre de La Piedra del Indio (estudio descriptivo); 3. El sueño del
Hechicero; 4. Antiguas plantas alucinógenas; 5. Figuras geométricas y
clasificación de la cultura Lobatera; 6. Antiguos sitios que el tiempo ha olvidado... Estaciones rupestres de la Piedra del
Coconito, Piedra del Cometa, Piedra del Observatorio, Piedra de los Sacrificios
y La ciudadela (muro de contención de terraza) en los sitios arqueológicos de
Zaragoza y El Coconito, Lobatera; 7. Patrimonio cultural del Municipio Lobatera
y Bien de interés cultural de Venezuela; 9. Huellas de una oralidad perdida
(mito y leyenda Indo-hispana); Bibliografía.
Lobatera aborigen, la huella que quedó en un lugar y en una escritura cargada de memoria o un soliloquio con la desmemoria
En la antigüedad clásica, los romanos hablaron en sus tratados históricos sobre el 'Locus Memoriae' o lugar para la memoria, entendido como un objeto o lugar, iconográfico o topográfico, que contaba o contenía en sí mismo la historia de una tierra o de un país.
Así, desde los pocos 'Loci Memoriae' (lugares de nuestra memoria) que sobreviven al paso de los tiempos, nos encontramos que, desde las brumas remotas de una milenaria antigüedad, los primeros pobladores de la región de Lobatera, en el Estado Táchira, en una narrativa en imágenes, con símbolos universales y un código comunicacional ya perdido, dejaron indicios de su humano deseo de trascendencia, de sus creencias, de su conocimiento de la astronomía y de sus formas de relacionarse con la naturaleza, con lo sagrado y con lo profano, tallando sobre rocas trazos figurativos y abstractos los cuales, al desaparecer la tradición oral que les había dado sentido, perdieron su significado, y pasaron a tener un carácter enigmático.
Las rocas talladas en su inclinada superficie, probablemente siguiendo el patrón de la tenue luz de las constelaciones, resguardan parte del legado cultural de estos antiguos pueblos de América. Las mismas, junto a la ya perdida tradición oral, les permitieron a esos seres humanos transmitir sus pensamientos así como su milenaria sabiduría desde su aventura vital: la creación de la tierra, el recorrido de los astros, los fenómenos naturales, símbolos con efectos apotropaicos y el orden jerárquico de convivencia, temas que muy probablemente rigieron su mundo y la interacción con sus semejantes.
Por ello, estas figuras sobre la piedra, verdaderas conceptualizaciones de su mundo, vienen a ser las huellas de la singladura de este pueblo aborigen en el tiempo: con probabilidad, un poderoso símbolo reflejo de lo material o de su vida cotidiana con lo espiritual o sus creencias en seres superiores o entes con poderes que cruzaban múltiples mundos. Un vestigio absolutamente excepcional. Son, en palabras del catedrático y humanista José Olives Puig, "Ideas-fuerza, grabadas desde la antigüedad en la piedra y en la madera, cantadas y dichas en el mito con inspirada gracia y escenificadas en el drama perpetuo de la naturaleza y los símbolos".
De allí que nosotros, moradores del siglo XXI, saturados de información e imágenes que nos presentan una visión múltiple de la realidad, estas cápsulas del tiempo en rocas talladas e incomprensibles nos impelen "migrar a la memoria de los demás", como lo expresara el filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005). Sólo así comprenderemos que, para ellos, los moradores preshispánicos de Lobatera -desprovistos de ese caudal de información que tenemos- estas figuras y formas resultaban la proyección de su única realidad, así como el conocimiento y el reflejo de un tiempo que fue su presente, registrado en unas imágenes limitadas, que no excedía de aquellos datos de conocimiento que le aportara su naturaleza, su entorno humano, y de las visiones y frases apotropaicas chamánicas de sus mohanes o farautes.
Debemos construir nuestra propia "piedra Rosetta" para poder acercarnos y comprender esos símbolos, en un intento por aproximarnos a su intelección, antes que se desvanezcan en la profunda oscuridad de la noche de la desmemoria.
No obstante, si la incuria, no conservación y no valorización de la memoria prehispánica andino-tachirense predomina sobre las acciones de conservación, valorización y difusión de la misma, cuando ya estos petroglifos no existan, Lobatera perderá el último eslabón de conocimiento que conectaba a sus antiguos pueblos con su mundo real, espiritual y astronómico. Sumado a lo anterior, no debemos olvidar que el tiempo actúa en contra, sin detenerse hace su lenta labor erosiva. La posición de la cara frontal de la roca y su inclinación facilitan que el agua de lluvia corra con fuerza sobre la superficie, degradando las figuras talladas o permitiendo el crecimiento de materia orgánica en los surcos, ocultándolos.
Hoy solo podemos formularnos preguntas vitales sobre los rasgos y valores que los originaron y especular, por igualso, sobre el significado real de esas figuras, no obstante el presente trabajo intenta descifrar, en la medida de lo posible, ese geosímbolo, esos geosímbolos, los cuales, en palabras del geógrafo francés Jöel Bonnemaison (1940-1997), son puntos de referencia sobre el territorio, son 'la huella en un lugar de una escritura cargada de memoria'.
¿Serían las manos de María Francisca Rojas, las últimas guardianas o custodias de la piedra? No lo sabemos. Lo que sí se conoce de ella, es el haber sido la última aborigen de la cual se tienen registros en los libros sacramentales de Lobatera. Falleció el 10 de julio de 1810 y el cura párroco escribió en el acta: “Di sepultura eclesiástica al cadáver de María Francisca Rojas, india, no se confesó ni comulgó por vivir en el campo y no hubo quien llamara al cura. Fue entierro de fábrica y de limosna”. Por igual, su historia de vida parece envolver una tragedia humana. El 29 de julio de 1810 era enterrada una niña de nombre María Tomasa, hija de María Francisca, especificando el párroco que no tenía más datos "pues ya no habían indios que dieran razón” y el 31 de julio fallecía el último hijo de María Francisca, de nombre Silvestre, otro párvulo sobre el cual "nadie dio más datos".
Con su desaparición, la muerte se llevó al abismo una milenaria memoria zurcida por cicatrices y la cubrió de olvido. Se rompía, de forma violenta, la transmisión oral y el legado cultural y libérrimo de los pueblos más antiguos de Lobatera. Para ellos solo quedarían las palabras del rector mexicano José Vasconcelos: "Por mi raza hablará el espíritu" (Archivo parroquial eclesiástico, Libro de Entierros 1805-1828, f. 38vto. y 39, actas 238, 241 y 242).
1. Orígenes perdidos en la noche de los tiempos, en búsqueda del arte rupestre de Lobatera
Textos: Prof. Samir A. Sánchez
Mediciones: Prof. Gerson Berríos (trabajo de campo, 11 de agosto de 1988)
Las primeras noticia, documentadas, sobre el petroglifo conocido como la "Piedra del Indio", sólo datan de los primeros años de la década de los cincuenta del pasado siglo (1953). Su ubicación, apartada de los caminos reales de la época española hizo que pasara desapercibida su existencia. Aún a fines del siglo XIX, al abrirse y pasar un camino vecinal cerca de ella para comunicar a las poblaciones de Lobatera y Borotá, el cual fue ampliado a carretera de tierra en 1931, siguió siendo desconocida.
Será con la apertura (entre 1948 y 1949) y puesta en funcionamiento (en 1954) del tramo lobaterense de la Carretera Nacional Nº 1 igualmente conocida como carretera Panamericana (actualmente Troncal Nº 1), la cual se trazó frente al petroglifo, que este testimonio del pasado aborigen tachirense comience a ser conocido, incorporándose a su patrimonio cultural.
Sobre ese patrimonio cultural aborigen tachirense, los primeros estudios con carácter científico fueron las prospecciones realizadas por el Departamento de Antropología de la Gobernación del Estado Táchira, dirigidas desde 1976 por la Dra. Reina Durán Lara. Las mismas permitieron identificar una cadena de petroglifos que se extienden por la vertiente norte de la cordillera de los Andes tachirenses, comprendiendo los municipios Lobatera, Ayacucho, Michelena, Seboruco y Jáuregui.
La "Piedra del Indio", ubicada a 1.040,12 m de altitud, no es un elemento aislado, improvisado. Su ubicación la contextualizan los recientes vestigios encontrados de una aldea aborigen en su entorno próximo (2015), si bien hasta la fecha estos vestigios y arte rupestre han sido esquivados o soslayados por arqueólogos, antropólogos y especialistas regionales, por lo que ameritan un estudio científico en profundidad.
La "Piedra del Indio", ubicada a 1.040,12 m de altitud, no es un elemento aislado, improvisado. Su ubicación la contextualizan los recientes vestigios encontrados de una aldea aborigen en su entorno próximo (2015), si bien hasta la fecha estos vestigios y arte rupestre han sido esquivados o soslayados por arqueólogos, antropólogos y especialistas regionales, por lo que ameritan un estudio científico en profundidad.
El petroglifo estudiado es lo más visible o alcanzable de esos vestigios, de esa antigüedad originaria Así, los primigenios artistas de la época aborigen dejaron en rocas una estela de míticos lugares, en cuyas superficies las figuras abstractas de lo que -probablemente- consideraban sagrado, quedaron como evidencias mudas de sus creencias, de sus vivencias y de su forma de ver y observar el cosmos, y de relacionarse con el mundo natural, el de lo profano o de lo cotidiano.
En este contexto arqueológico, antropológico y artístico, se ubica el área arqueológica de Zaragoza, a 1.000 metros de altitud, donde destaca la mole rocosa del petroglifo denominado Piedra del Indio, junto a la carretera de salida (o entrada) de la población de Lobatera, Municipio Lobatera, Estado Táchira. La misma resulta una de las mayores rocas (por sus dimensiones) con una diversidad de figuras y signos por lo general ininteligibles, grabados en su superficie, que se conserva en el Estado Táchira.
El continuum de la naturaleza (con su diaria acción de meteorización y lixiviación de óxidos, éstos últimos producto de los repintes de los cuales ha sido objeto) así como la degradante e irracional intervención humana (mnemocidio patrimonial), están haciendo que esas figuras y señales se pierdan para siempre.
De la obstinada presencia de estos testigos pétreos, única huella de la raza primigenia de los Lobateras, los milenarios hijos del sol y de la bruma, resulta el texto descriptivo que se expone a continuación.
2. Estación rupestre de La Piedra del Indio (Lobatera - Estado Táchira)... Un museo de piedra entre las montañas tachirenses
Estudio y análisis descriptivo
En este contexto arqueológico, antropológico y artístico, se ubica el área arqueológica de Zaragoza, a 1.000 metros de altitud, donde destaca la mole rocosa del petroglifo denominado Piedra del Indio, junto a la carretera de salida (o entrada) de la población de Lobatera, Municipio Lobatera, Estado Táchira. La misma resulta una de las mayores rocas (por sus dimensiones) con una diversidad de figuras y signos por lo general ininteligibles, grabados en su superficie, que se conserva en el Estado Táchira.
El continuum de la naturaleza (con su diaria acción de meteorización y lixiviación de óxidos, éstos últimos producto de los repintes de los cuales ha sido objeto) así como la degradante e irracional intervención humana (mnemocidio patrimonial), están haciendo que esas figuras y señales se pierdan para siempre.
De la obstinada presencia de estos testigos pétreos, única huella de la raza primigenia de los Lobateras, los milenarios hijos del sol y de la bruma, resulta el texto descriptivo que se expone a continuación.
2. Estación rupestre de La Piedra del Indio (Lobatera - Estado Táchira)... Un museo de piedra entre las montañas tachirenses
Estudio y análisis descriptivo
Petroglifo la Piedra del Indio, estado de conservación para 1988. Lobatera, Municipio Lobatera, Estado Táchira, Venezuela (Foto: Cristian Sánchez, 1988). |
El paisaje o entorno geográfico del petroglifo la Piedra del Indio (hexágono rojo). Las tierras en torno al petroglifo lobaterense y toda su estación arqueológica (asiento que fue de antiguos pueblos originarios: los lobateras), muestra los efectos de la devastación forestal, producto de la irracional acción de las personas en los últimos cincuenta años. Ortofotografía en 3D: Google Earth 2022 (reproducción con fines didácticos). |
Sus orígenes y aantigüedad.. Si no hubiera sido vandalizada
Si este petroglifo no hubiera sido vandalizado o intervenido con pintura y consecutivos raspados y lavados de la piedra desde la década de los años cuarenta del pasado siglo hasta los tiempos actuales (con política, mensajes religiosos (Ej. "Cristo viene" o resalte en pintura roja sobre fondo blanco de los glifos [en 1953]), se hubiese podido obtener una antigüedad estimada para la misma, por métodos científicos.
El microclima del área arqueológica, caracterizado por el predominio de vientos secos que descienden por flanco norte o lado de sotavento (efecto Foehn) de la fila montañosa de Los Letreros, facilibaba su datación. Esto es porque el contacto entre las aguas de lluvia y los minerales de la roca van formando capas o costras carbonatadas en cada alternancia estacional o período seco y lluvioso. Analizando las capas que existían en la superficie de la roca no intervenida y la intervenida por los aborígenes (surcos de las figuras de los petroglifos) por medio de tests de radiocarbono, se hubiese podido calcular la diferencia entre las capas y la antiguedad estimada de los glifos. Al respecto solo nos queda presentar hipótesis sobre su origen a partir de una reconstrucción secuencial de la historia sobre la presencia de los pobladores más antiguos del Municipio Lobatera y sus rutas de penetración.
Según las investigaciones de la antropóloga Dra. Reina Durán, el poblamiento originario de las tierras del Municipio Lobatera, al igual que el norte tachirense, se puede aproximar entre el 5.000 a.C a 1.000 d.C. (Período Meso-Indio y Neo-Indio).
Los primeros grupos humanos o avanzadas aborígenes, ocuparon las tierras altas o montañosas del Municipio y probablemente pertenecían a grupos de filiación andina (protochibchas). La última oleada correspondió a grupos humanos de filiación lacustre (probablemente arawak o caribe), provenientes de sur del Lago de Maracaibo, quienes se asentaron en las depresiones, valles, mesetas y tierras bajas fluviales del Municipio Lobatera.
A esta última oleada corresponde la posible máxima datación de los petroglifos andinos del valle de Lobatera (en los caseríos El Coconito y Zaragoza, de la aldea Zaragoza). Estos grupos humanos que, al momento de la conquista fueron conocidos y registrados en documentos con el nombre grupal de Lobateras, desaparecieron poco después de 1642, cuando fallecen los dos últimos aborígenes de esta tribu, ambos llamados -ya cristianizados- Francisco y de apellido Lobatera, quienes se encontraban en el pueblo de Resguardo de Guásimos (actual Palmira), fundado en 1627.
En el cambio de época que marcó el proceso de conquista y colonización de los territorios de América en el siglo XVI, se ubica la primera crónica española que documenta el encuentro de los conquistadores españoles con los aborígenes Lobateras. Allí queda registrado el nombre y topónimo (con idéntica grafía) de «Lobatera», el cual data de junio de 1561, cuando se narra el encuentro entre la expedición del Capitán Juan Maldonado, fundador de la Villa de San Cristóbal (31 de marzo de 1561) y los pobladores de la aborigen Lobatera:
En el cambio de época que marcó el proceso de conquista y colonización de los territorios de América en el siglo XVI, se ubica la primera crónica española que documenta el encuentro de los conquistadores españoles con los aborígenes Lobateras. Allí queda registrado el nombre y topónimo (con idéntica grafía) de «Lobatera», el cual data de junio de 1561, cuando se narra el encuentro entre la expedición del Capitán Juan Maldonado, fundador de la Villa de San Cristóbal (31 de marzo de 1561) y los pobladores de la aborigen Lobatera:
Es importante acortar que en determinada bibliografía tachirense, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se comenzaron a emplear los términos Ubateras o Lobatos para identificar a los aborígenes Lobateras. Ambas grafías resultaron y son incorrectas. Proceden de una transcripción o lectura errónea -de documentos del siglo XVII- del nombre y topónimo Lobatera ya documentado en el siglo XVI.
«[...] Al tiempo que Maldonado con sus soldados llegó a cierta población de indios llamada Lobatera, en esta tornavuelta halló que los indios de aquella población, que estaría cuatro lenguas de la villa, le estaban esperando con las armas en las manos, los cuales tenían puestas de antes sus espías, porque sabían que por allí habían de volver forzosamente los españoles; y así los recibieron con muchas rociadas de flechas que contra ellos tiraron, con que hirieron muchos indios del servicio de los españoles y algunos soldados; pero como los arcabuceros tuviesen lugar de disparar los arcabuces, y los jinetes de armarse a sí y a sus caballos, dieron en los indios e hiriendo y matando a muchos, los ahuyentaron y echaron del camino y prosiguieron su camino hasta llegar a la Villa de San Cristóbal» (Fray Pedro de Aguado, OFM, Recopilación Historial de Venezuela, tomo II, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1963, p. 480).
Una segunda referencia al nombre Lobatera, se encuentra en los procesos de la primera encomienda que se conoce -otorgada con documento notarial- en jurisdicción de la Villa de San Cristóbal, y data del 15 de diciembre de 1561.
El paisaje de los espíritus. Restos de una antigua cultura americana próximos a desaparecer por la acción de la incuria y la ignorancia supina
Una vez sometidos los
aborígenes Lobateras que no dejaron sus tierras, por cuanto la mayoría se retiró a refugiarse en las selvas
del Zulia y Guaramito (al norte del actual Estado Táchira), éstos fueron incorporados al nuevo régimen político, económico, social y
cultural de la figura de la encomienda.
El 15 de diciembre de 1561, el capitán fundador Juan Maldonado, encomendaba a los aborígenes Lobateras en la
persona del vecino de la Villa de San Cristóbal Alonso Durán el Viejo, y el nombre
de Lobatera (con idéntica grafía) vuelve a quedar registrado por segunda
vez:
«[...] Alonso Durán presentó un indio para tomar posesión de su encomienda, quien dijo nombrarse Periure y ser del pueblo llamado Lobatera, que los españoles llaman el pueblo de los Corrales» (Archivo General de la Nación, Bogotá, Caciques e Indios, tomo 66, f. 547vto.). El acto de toma de posesión de la encomienda se efectuó en el Cabildo de de la Villa de San Cristóbal el 11 de abril de 1562.
El paisaje de los espíritus. Restos de una antigua cultura americana próximos a desaparecer por la acción de la incuria y la ignorancia supina
En cuanto a la geografía o paisaje del sitio arqueológico de Lobatera, se tiene que el mismo se encuentra ubicado en un recortado recodo al pie de la fila de Los Letreros, en la cordillera andina tachirense, donde confluyen tres corrientes de agua: la quebrada La Molina, la Cangreja y la Cedrala.
Fue, por la evidencias encontradas, un territorio tanto de hábitat en comunidad como de territorio demarcado por las antiguas culturas prehispánicas lobaterenses al encuentro con los espíritus de sus antepasados y al seguimiento de los astros en el cielo nocturno. En específico, un lugar sagrado, en un paisaje que consideraban vivo, donde gestaron su propia historia, su cultura y sus creencias.
Si bien ya sus autores y custodios tradicionales de las tierras donde se emplaza desaparecieron y solo quedan huellas de su espíritu, aún sobre ese territorio que fue mítico para ellos se yergue, como relictus o testigo pétreo de ese pasado, la Piedra del Indio. Petroglifo monumental y emblemático del Municipio Lobatera (por ello su representación al natural sobre fondo en gules o rojo ocupa el primer cuartel del escudo oficial del Municipio Lobatera).
Su ubicación -en términos actuales- está junto a la Carretera Nacional o Troncal Nº 1 (Panamericana), en el punto de intersección del ramal estadal Nº 25 (carretera Lobatera - Borotá), en la aldea Zaragoza, en las proximidades de la población de Lobatera.
Fue, por la evidencias encontradas, un territorio tanto de hábitat en comunidad como de territorio demarcado por las antiguas culturas prehispánicas lobaterenses al encuentro con los espíritus de sus antepasados y al seguimiento de los astros en el cielo nocturno. En específico, un lugar sagrado, en un paisaje que consideraban vivo, donde gestaron su propia historia, su cultura y sus creencias.
Si bien ya sus autores y custodios tradicionales de las tierras donde se emplaza desaparecieron y solo quedan huellas de su espíritu, aún sobre ese territorio que fue mítico para ellos se yergue, como relictus o testigo pétreo de ese pasado, la Piedra del Indio. Petroglifo monumental y emblemático del Municipio Lobatera (por ello su representación al natural sobre fondo en gules o rojo ocupa el primer cuartel del escudo oficial del Municipio Lobatera).
Su ubicación -en términos actuales- está junto a la Carretera Nacional o Troncal Nº 1 (Panamericana), en el punto de intersección del ramal estadal Nº 25 (carretera Lobatera - Borotá), en la aldea Zaragoza, en las proximidades de la población de Lobatera.
Su cara frontal, con la casi totalidad de los petroglifos mira al horizonte del noroeste y la cara posterior al sureste. Una alineación en torno a un eje imaginario que se aproxima al trazo que forma la Vía Láctea sobre el cielo lobaterense, trazo que se extiende de este a oeste. Las estrellas, nubes oscuras de polvo cósmico y el resplandor del centro galáctico eran totalmente visibles para los pueblos aborígenes en noches despejadas de novilunio, por cuanto no existía la actual contaminación lumínica artificial ni atmosférica que, en la escala de Bortle sería de 1 (cielo oscuro excelente) y en la actualidad, en esa zona arqueológica, es de 6 (cielo preurbano brillante). Este espectáculo nocturno, por demás extraordinario, debió marcar profundamente la perspectiva psíquica interior de estos pueblos originarios moviéndolos, probablemente, a un deseo de perpetuar memoria sobre la piedra.
La gran roca
La roca, de forma irregular, presenta una cara frontal donde se encuentran las figuras grabadas, y tiene una altura de 4,55 m por 4,47 m de ancho. Su profundidad, al medir su cara norte es de 5,72 m. La superficie con los grabados (cara noroeste) presenta una inclinación o pendiente cercana a los 65° (aproximadamente). Un hecho que nos sigue planteando una interrogante sin resolver: ¿Cómo pudieron tallar los glifos sobre la roca con esa pendiente? Si aun en nuestros tiempos resulta casi imposible acceder y mantenerse sobre esa cara, sin ayuda de lazos o escaleras.
Sobre la traza de los grabados, nos encontramos que la misma es de tendencia predominantemente geométrica. La distribución de los grabados resulta asimétrica y espaciada (separación entre las figuras). De un total de veintisiete grabados, once se pueden identificar como formas humanas, seis formas ofídicas y las demás, con gráficos y trazados geométricos, sin descartar que alguno de ellos simbolicen efectos apotropaicos.
A varias de estas figuras, por asociación esquemática, le hemos asignado nombres como el Trisquel, el Gigante, el Hombre de maíz, el Hechicero o los Brazos de la creación.
Esta última, al relacionarse, por similitud, con un canto folklórico -de la tradición oral- de una de las aldeas del Municipio Lobatera (aldea La Montaña, al suroeste del sitio arqueológico), bien puede resultar un vestigio -representativo- del relato mítico o cosmogonía de nuestros antepasados, los primeros pobladores, quienes, sobre mortecinas ascuas de una fogata, en noches de novilunio, contemplaban las estrellas, mientras los ancianos recitaban a los jóvenes, en lánguidos cánticos o endechas, las historias de sus mayores. Una vez finalizados esos encuentros, solo el chirrido de los grillos y el croar de las ranas rompían el sosesago silencio de las noches aborígenes de Lobatera.
Continuando el proceso descriptivo de la Piedra del Indio, sobre la parte superior del petroglifo, se encuentran varios cuencos (denominadas "piletas", en Lobatera), difícil de precisar si son pilancones (oquedades naturales surgidas por la erosión de la roca en sus partes débiles) o tallados con un percutor por los aborígenes, cuya utilización -interpretada desde el campo de la arqueoastronomía- bien pudo ser de carácter culinario (morteros para triturar granos), ritual (mágico-religioso) o astronómico al servir de espejos de agua para observar los cielos nocturnos, conocer los astros y determinar el tiempo propicio para la siembra y la cosecha.
Sobre la traza de los grabados, nos encontramos que la misma es de tendencia predominantemente geométrica. La distribución de los grabados resulta asimétrica y espaciada (separación entre las figuras). De un total de veintisiete grabados, once se pueden identificar como formas humanas, seis formas ofídicas y las demás, con gráficos y trazados geométricos, sin descartar que alguno de ellos simbolicen efectos apotropaicos.
A varias de estas figuras, por asociación esquemática, le hemos asignado nombres como el Trisquel, el Gigante, el Hombre de maíz, el Hechicero o los Brazos de la creación.
Esta última, al relacionarse, por similitud, con un canto folklórico -de la tradición oral- de una de las aldeas del Municipio Lobatera (aldea La Montaña, al suroeste del sitio arqueológico), bien puede resultar un vestigio -representativo- del relato mítico o cosmogonía de nuestros antepasados, los primeros pobladores, quienes, sobre mortecinas ascuas de una fogata, en noches de novilunio, contemplaban las estrellas, mientras los ancianos recitaban a los jóvenes, en lánguidos cánticos o endechas, las historias de sus mayores. Una vez finalizados esos encuentros, solo el chirrido de los grillos y el croar de las ranas rompían el sosesago silencio de las noches aborígenes de Lobatera.
Continuando el proceso descriptivo de la Piedra del Indio, sobre la parte superior del petroglifo, se encuentran varios cuencos (denominadas "piletas", en Lobatera), difícil de precisar si son pilancones (oquedades naturales surgidas por la erosión de la roca en sus partes débiles) o tallados con un percutor por los aborígenes, cuya utilización -interpretada desde el campo de la arqueoastronomía- bien pudo ser de carácter culinario (morteros para triturar granos), ritual (mágico-religioso) o astronómico al servir de espejos de agua para observar los cielos nocturnos, conocer los astros y determinar el tiempo propicio para la siembra y la cosecha.
Desde el ámbito de la etnografía aborigen americana, por analogías o costumbres comunes, estas oquedades (pequeñas o grandes) se podrían asociar más con morteros y majas (o trituradores). La maja era una piedra suelta, alargada y de fácil agarre con la mano que servía para triturar y moler dentro del mortero (oquedad). Así, el uso combinado de estos dos instrumentos líticos, por lo general, permitía preparar comidas como moler los granos de maíz. El mortero y las majas, por igual, podían ser empleadas en la preparación de pócimas para medicamentos o rituales mágicos, así como en la fabricación de pinturas corporales.
En el petroglifo de "La piedra del Indio" las figuras que representan a humanos bien pueden representar, por igual, a dioses o a deidades naturales. Son de trazo simple y están desprovistas de adornos como tocados de plumas o revestimientos chamánicos presentes en otros petroglifos de la región, lo cual podría constituirse en indicios de una antigüedad más remota.
3. El sueño del Hechicero
Del análisis de las figuras realizado por el Prof. Samir A. Sánchez, director-editor de Proyecto Experiencia Arte - Proyecto ExpArt, en un primer trabajo de campo realizado en 1988, se tiene -con respecto a las representaciones con características humanas- que las mismas no responden a un mismo patrón de dibujo, si bien todas responden a contexto de arte esquemático figurativo.
Cuatro -en la sección superior- están alineadas, muy esquematizadas y sólo una -en la sección inferior- destaca por su precisión gráfica en una definida posición de cuclillas y con los brazos alzados.
Posición ésta que identificaría o permitiría asociar la figura con el mohán o faraute (palabras que en lengua chibcha significa «el inspirado»), el chamán o hechicero, o «el sabio de la aldea» descrito en las crónicas españolas del siglo XVI.
Así, el cuerpo doblado, de suerte que las asentaderas se acerquen al suelo o descansen en los calcañares y las manos levantadas, resulta concordante con la más primitiva representación -sobre el plano bidimensional de las rocas o piedras- del estado de trance inducido en el cual un médium -el mohan o faraute (chamán o hechicero) manifiesta observar fenómenos paranormales o sobrenaturales con el objetivo de curar enfermedades espirituales y del cuerpo, predecir el futuro o predecir el estado del tiempo para las siembras y cosechas.
A partir del descifrado de una de de estas formas o glifos y su ubicación espacial con respecto a las demás figuras, así como partiendo de la imposibilidad de conocer los motivos que tuvo el autor o autores en cuanto si las formas en el petroglifo debían responder a un cometido ritual, conmemorativo, indicativo o si el mismo petroglifo tenía un carácter totémico, se puede conjeturar o plantear una hipótesis especulativa o una explicación lógicamente posible. La misma se daría a partir de una interpretación del significado de todas las figuras en conjunto. Esto es, los esquemas geométrico, círculos y espirales, pueden ser representación de serpientes, soles o estrellas y los figurativos de representaciones humanas. De allí que la posición que ocupan todas estas formas y figuras en torno o con respecto al glifo del mohán o sabio de la aldea (chamán o hechicero), se interpreta en Historia del arte como: el programa iconológico o narrativa visual, ideado por el autor de una obra.
La ubicación de esta figura y formas -y de todos los glifos que la rodean- pudieron estar organizados a su vez en un programa iconográfico mayor o intencionalidad imaginativa-gráfica dada por su autor, en cuanto representar el sueño o estado de trance del mohán o hechicero y las visiones que le rondaban en ese momento: espectrales formas humanas de alargada figura (de torso desproporcionado), con probabilidad relacionadas con sus antepasados; espíritus superiores en formas humanas estilizadas que compartían igual poder; espíritus de la naturaleza (como la representación de la lluvia); animales fantásticos y fenómenos celestes representados a través de espirales concéntricas o como representación de serpientes enrolladas.
Por ello, al conjunto de figuras y formas presentes en el petroglifo conocido como la Piedra del Indio, dada la complejidad abstracta y simbólica de ese mundo aborigen de ensueños, se le puede identificar o denominar partiendo de lo que -hipotéticamente- quiso transmitir, en una forma didáctico-ritual- como: el sueño del Hechicero.
Un breve audivisual sobre el trabajo de campo realizado en 2015, se puede ver en: "El sueño del Hechicero (2017)"
4. Etno-botánica: antiguas plantas alucinógenas en Lobatera
En cuanto a lo relacionado con las plantas alucinógenas empleadas en el sistema de creencias de los aborígenes Lobateras, para inducir -con sus derivados naturales bioquímicos- el trance en los mohanes o farautes (chamanes/hechiceros) en los antiguos rituales de entrada en su mundo sobrenatural, no se cuenta con documentación o referencias.
Sólo se puede conjeturar sobre las mismas, a partir de los datos aportados en el Herbolario del Distrito Lobatera, publicado por el médico rural Dr. Clemente E. Acosta Sierra, en 1954 (Distrito Lobatera, estudio geográfico-social de la zona, Imprenta del Estado, San Cristóbal, 1954, pp. 104-110).
Allí, clasifica como plantas propias de Lobatera, con propiedades alucinógenas la hierba mora, la lechuga silvestre, el díctamo real y la artemisa (estas dos últimas propias de las regiones altas del municipio o páramos). Asimismo, la tradición de los campesinos de la región reconoce iguales propiedades, con carácter medicinal, en plantas como el árbol de Campanita o Borrachero (Brugmansia candida) y la Hierba Pajarito (Psittacanthus coriaceum), específicamente cuando esta planta parasitaria se adhiere a un árbol de Granado (Punica granatum), reconocido desde antiguo como uno de los más emblemáticos del municipio.
Se debe resaltar que, partiendo de estudios antropológicos culturales, en los pueblos originarios americanos, incluyendo a los lobateras, dos eran las funciones principales del mohán o chamán al conectarse con el mundo sobrenatural, por medio de alucinógenos. La primera para entablar un diálogo con los espíritus de las plantas, pues ellos concebían que a cada planta la cuidaba un espíritu específico, y así, en ese diálogo, el espíritu le permitiría saber o conocer cual era el poder curativo de cada planta, para así recetarla o aplicarla a los enfermos de la tribu. La segunda era conocer todo lo que estuviera relacionado con la siembra o la caza, pues de ello dependería la abundante o escasa alimentación de su tribu.
4. Etno-botánica: antiguas plantas alucinógenas en Lobatera
En cuanto a lo relacionado con las plantas alucinógenas empleadas en el sistema de creencias de los aborígenes Lobateras, para inducir -con sus derivados naturales bioquímicos- el trance en los mohanes o farautes (chamanes/hechiceros) en los antiguos rituales de entrada en su mundo sobrenatural, no se cuenta con documentación o referencias.
Sólo se puede conjeturar sobre las mismas, a partir de los datos aportados en el Herbolario del Distrito Lobatera, publicado por el médico rural Dr. Clemente E. Acosta Sierra, en 1954 (Distrito Lobatera, estudio geográfico-social de la zona, Imprenta del Estado, San Cristóbal, 1954, pp. 104-110).
Allí, clasifica como plantas propias de Lobatera, con propiedades alucinógenas la hierba mora, la lechuga silvestre, el díctamo real y la artemisa (estas dos últimas propias de las regiones altas del municipio o páramos). Asimismo, la tradición de los campesinos de la región reconoce iguales propiedades, con carácter medicinal, en plantas como el árbol de Campanita o Borrachero (Brugmansia candida) y la Hierba Pajarito (Psittacanthus coriaceum), específicamente cuando esta planta parasitaria se adhiere a un árbol de Granado (Punica granatum), reconocido desde antiguo como uno de los más emblemáticos del municipio.
Se debe resaltar que, partiendo de estudios antropológicos culturales, en los pueblos originarios americanos, incluyendo a los lobateras, dos eran las funciones principales del mohán o chamán al conectarse con el mundo sobrenatural, por medio de alucinógenos. La primera para entablar un diálogo con los espíritus de las plantas, pues ellos concebían que a cada planta la cuidaba un espíritu específico, y así, en ese diálogo, el espíritu le permitiría saber o conocer cual era el poder curativo de cada planta, para así recetarla o aplicarla a los enfermos de la tribu. La segunda era conocer todo lo que estuviera relacionado con la siembra o la caza, pues de ello dependería la abundante o escasa alimentación de su tribu.
No obstante es de destacar que el conocimiento que tenían estas personas sobre su ambiente, y sociedad provenía principalmente de un legado oral enseñado generación tras generación, como método ancestral, que les permitía observar la naturaleza y leer en ella sus "signos", esto es, identificar el rumbo y forma de las nubes y de los vientos, la humedad o secaldad de las piedras y de los peñascos áridos, el vuelo de las aves o los caminos que marcan los animales. Un todo de datos ininteligibles para la mayoría de los miembros de la tribu y para nosotros en la actualidad, pero que eran convertidos en información por los mohanes y les permitía "ver" o "conocer" lo que estaba a punto de pasar.
5. Figuras geométricas y clasificación de la cultura Lobatera.
Sobre las demás formas, los rostros de las figuras superiores resultan más estilizados, casi cuadrangulares, y con cierta evocación a la forma utilizada por la cultura Maya para representar el rostro. Las demás figuras antropomorfas son similares a la del arte rupestre Arawak-caribe que tuvo sus inicios en las islas de las Antillas y que son símbolos universales de un pasado común de la primitiva humanidad. Las formas circulares concéntricas -como probable representación de la serpiente- se repiten seis veces, la mayor parte en la forma de espiral y una sola en forma de trisquel.
5. Figuras geométricas y clasificación de la cultura Lobatera.
Sobre las demás formas, los rostros de las figuras superiores resultan más estilizados, casi cuadrangulares, y con cierta evocación a la forma utilizada por la cultura Maya para representar el rostro. Las demás figuras antropomorfas son similares a la del arte rupestre Arawak-caribe que tuvo sus inicios en las islas de las Antillas y que son símbolos universales de un pasado común de la primitiva humanidad. Las formas circulares concéntricas -como probable representación de la serpiente- se repiten seis veces, la mayor parte en la forma de espiral y una sola en forma de trisquel.
Así, estos símbolos tienen similitud formal con los restantes petroglifos de la región y con los de las culturas agrícolas del continente americano [desde el suroeste de los Estados Unidos, como es el caso del yacimiento arqueológico de Mesa Verde, entre otros, hasta la Patagonia] y de las Antillas, que expresaron, tal vez, un pensamiento, con probabilidad, mágico-religioso proveniente de una mitología o una cosmogonía común.
Aún en el extremo oriental del océano Pacífico, las figuras presentes en la Piedra del Indio, encuentran una correspondencia figurativa con el arte rupestre desarrollado por los aborígenes de las planicies centrales y del norte de Australia.
Allí, en ese territorio austral, sus glifos contaban la leyenda del Tjukurpa que, en una traducción aproximada al castellano significaría la historia del señor de los sueños, nombre que -según algunos investigadores y especialistas australianos en la materia- refleja el punto de vista aborigen en cuanto consideraban que el conocimiento era obtenido de un estado de trance o de sueño, así como el principio en cuanto a que lo sagrado, la tierra o el paisaje y el hombre formaban una unidad, eran uno. El Tjukurpa hablaba de la creación de la tierra, de los seres ancestrales y de su vida en sociedades.
Por ello, las obras que quedaron talladas o plasmadas con pigmentos (Australian Aboriginal Stencil Art) sobre las rocas, fueron conocidas por las generaciones posteriores como las obras del soñador (Isaacs, Jennifer, Australia's Living Heritage, Arts of Dreaming, New Holland, 2002, p. 131).
Aún en el extremo oriental del océano Pacífico, las figuras presentes en la Piedra del Indio, encuentran una correspondencia figurativa con el arte rupestre desarrollado por los aborígenes de las planicies centrales y del norte de Australia.
Allí, en ese territorio austral, sus glifos contaban la leyenda del Tjukurpa que, en una traducción aproximada al castellano significaría la historia del señor de los sueños, nombre que -según algunos investigadores y especialistas australianos en la materia- refleja el punto de vista aborigen en cuanto consideraban que el conocimiento era obtenido de un estado de trance o de sueño, así como el principio en cuanto a que lo sagrado, la tierra o el paisaje y el hombre formaban una unidad, eran uno. El Tjukurpa hablaba de la creación de la tierra, de los seres ancestrales y de su vida en sociedades.
Por ello, las obras que quedaron talladas o plasmadas con pigmentos (Australian Aboriginal Stencil Art) sobre las rocas, fueron conocidas por las generaciones posteriores como las obras del soñador (Isaacs, Jennifer, Australia's Living Heritage, Arts of Dreaming, New Holland, 2002, p. 131).
En cuanto al nivel de clasificación de la cultura que realizó los grabados en la Piedra del Indio, viene dado por la técnica y el estilo de los mismos. Desde un enfoque teórico, en el arte rupestre de las culturas americanas medias o formativas, los trazos sobre la piedra son generalmente más firmes, más hondo y ancho y, por ende, el dibujo más perfecto que en las culturas inferiores. Por ello, los aborígenes Lobateras, según la clasificación anterior, en términos antropológicos se les puede denominar como de cultura media. Al analizar el arte en el trazado de figuras petroglíficas que utilizaron, este resulta firme, llegando a alcanzar hasta los 5 cm de ancho.
Por la ubicación del petroglifo, el sitio pudo ser un escenario de rituales, una piedra para las ofrendas y sacrificios (si se daban en la tribu) o para la observación y seguimiento del curso de los planetas y astros en el cielo nocturno, por ser esta es la impresión que se recibe al observar la cara superior de la roca, la cual es completamente plana con presencia de cuencos, uno mayor y otro menor.
Por la ubicación del petroglifo, el sitio pudo ser un escenario de rituales, una piedra para las ofrendas y sacrificios (si se daban en la tribu) o para la observación y seguimiento del curso de los planetas y astros en el cielo nocturno, por ser esta es la impresión que se recibe al observar la cara superior de la roca, la cual es completamente plana con presencia de cuencos, uno mayor y otro menor.
Fig. 2. Petroglifo La Piedra del Indio, Lobatera, Estado Táchira, Venezuela (Foto: Estudiante UNET, 2005) |
En atención a esta forma, el glifo o forma ha sido identificada como «el Trisquel», y está ubicada en la cima o extremo más alto de la "Piedra del Indio". De forma coincidente, y desde el campo de la arqueoastronomía, es de resaltar que la ubicación del glifo está en una posición que se puede considerar alineada -en el
horizonte astronómico- con el punto donde son visibles las
estrellas Acrux, Mimosa, Gracrux y δCru de la constelación Crux (conocida como la Cruz del Sur o la pata de Ñandú en las culturas precolombinas australes de la América del Sur). Las tres primeras son las de mayor visibilidad en el espacio celeste por su brillo. Otra probable explicación al sentido de esta figura, con base en la cosmovisión de los pueblos aborígenes americanos, está asociada con el sentido azteca y maya de la interrelación de los tres niveles de sus realidades vitales: el inframundo (mundo de los muertos), el mundo real (su presente) y el mundo superior (de los dioses y espíritus).
Por la ubicación de esta figura en el extremo más elevado o alto de la roca, no es descartable que, por igual, tenga alguna relación con una representación idealizada de las tres míticas estrellas del cinturón de Orión (constelación que en los meses de octubre a marzo-abril, se observa al amanecer, exactamente, sobre el cénit en Lobatera) y la estrella Sirio (Sirius, del griego que significa 'ardiente'), también conocida como El talón de Orión por su proximidad a esta constelación. Sirio es la estrella más brillante en la noche, observable desde el planeta Tierra, y por ello asociada con diferentes deidades y mitos tanto en los pueblos originarios americanos como en los pueblos de la antigüedad de Europa, África, Asia y Oceanía.
Asimismo, la prolongación imaginaria de una línea en vertical, desde Acrux (la más brillante de todas y en el pie de la cruz) hasta el horizonte terrestre, marca la dirección del sur geográfico, en el centro del horizonte del firmamento nocturno tachirense, donde aparece a fines del mes de diciembre y desaparece a fines del mes de junio, en los 8° de latitud norte.
En este mismo orden de hipótesis, proyectando una línea imaginaria en sentido opuesto, estos glifos resultan con una orientación que coincide con el horizonte terrestre, en el lugar de 'aparición' más septentrional o al norte, de la luminaria más brillante del cielo luego del sol y la luna, el planeta Venus; conocido desde antiguo como la estrella de la mañana y estrella del atardecer. Sus fases y posiciones astronómicas se repiten sobre el horizonte terrestre cada 1,6 años.
Asimismo, la prolongación imaginaria de una línea en vertical, desde Acrux (la más brillante de todas y en el pie de la cruz) hasta el horizonte terrestre, marca la dirección del sur geográfico, en el centro del horizonte del firmamento nocturno tachirense, donde aparece a fines del mes de diciembre y desaparece a fines del mes de junio, en los 8° de latitud norte.
En este mismo orden de hipótesis, proyectando una línea imaginaria en sentido opuesto, estos glifos resultan con una orientación que coincide con el horizonte terrestre, en el lugar de 'aparición' más septentrional o al norte, de la luminaria más brillante del cielo luego del sol y la luna, el planeta Venus; conocido desde antiguo como la estrella de la mañana y estrella del atardecer. Sus fases y posiciones astronómicas se repiten sobre el horizonte terrestre cada 1,6 años.
Dada la naturaleza humana, que no cambia, desde los más remotos tiempos -y aún más en los tiempos cuando la luz eléctrica no las ocultaba- el hombre ha sentido fascinación y respeto por las estrellas. Sólo basta leer las reflexiones de un hombre del siglo XIX, Van Gogh, cuando afirmó: "Mirar a las estrellas siempre me pone a soñar. ¿Por qué, me pregunto, no deberían los puntos brillantes del cielo ser tan accesibles como los puntos negros del mapa de Francia? Así como tomamos el tren para llegar a Tarascon o Rouen, tomamos la muerte para llegar a una estrella". Foto: Samir Sánchez, 2015.
Fig. 4 Estado actual del petroglifo La Piedra del Indio, Lobatera, Estado Táchira, Venezuela (Foto: Samir Sánchez, 2014). |
Fig. 5. Detalle del estado actual de la superficie con los glifos. La Piedra del Indio, Lobatera, Estado Táchira, Venezuela (Foto: Samir Sánchez, 2014). |
Fig. 8.1. Acercamiento de imagen al glifo denominado «Brazos de la creación» (Lobatera, Piedra del Indio). Junto a éste, se encuentran dos glifos idénticos que representan probables figuras humanas, esquemáticas y talladas a modo de siluetas. Foto: Samir Sánchez, 2015.
Fig. 8.2 Acercamiento de imagen al glifo que representa una probable figura humana, esquemática y tallada a modo de silueta. Foto: Samir Sánchez, 2015 |
Fig. 8.3 El Prof. Samir A. Sánchez, Director-Editor de Proyecto Experiencia-Arte, en el proceso de diagnóstico de superficie y evaluación de la alineación de la roca. Foto: Darío Hurtado, 2015. |
A poca distancia de la ubicación de la Piedra del Indio, y en línea recta y dentro del área arqueológica, en la aldea Zaragoza, se encuentra otros petroglifos:
El primero, la Piedra del Coconito. Allí, talladas y esquemáticas figuras sobre su superficie, representan la probable escena de un parto de cabeza, aborigen. Las mismas fueron realizadas en la superficie de la punta de una roca, cuyo mayor volumen se encuentra soterrado o bajo tierra.
De ser así, éste sería el registro -gráfico- más antiguo que se conserva del nacimiento de un habitante de Lobatera.
El segundo, la Piedra del Cometa, roca grabada con un único glifo que se asocia con la forma o figura de un cometa, un fenómeno astronómico no común, evidencia que nuestros primeros antepasados miraban asombrados hacia las estrellas. La coma y la corona de hidrógeno fueron representadas en antropoforma. La piedra fue tallada con probabilidad por los ancianos o sabios de la aldea -o bien por otros, siguiendo sus indicaciones- quienes tenían por oficio «saber de las cosas nocturnas», según lo registraron las crónicas españolas del siglo XVI y lo interpreta la disciplina científica de la arqueoastronomía, de la época actual.
La asociación con un fenómeno celeste como lo son los cometas, se plantea a partir del hecho de resultar coincidente la posición del glifo (≈8° de inclinación con respecto a la horizontal de la roca) con el inicio o el fin del perihelio de los cometas: su aparición y avizoramiento o desaparición en el horizonte astronómico. Por igual, esta figura se nos presenta como uno de los más antiguos esbozos de una cosmografía, con identidad tachirense.
El tercero, la Piedra del Observatorio, roca con diversas oquedades o cuencos, o "piletas", muy próxima a la Piedra del Cometa, por lo cual se asocia, en principio, con un primitivo observatorio astronómico. En las culturas prehispánicas, este tipo de oquedad [pilancones, si son un producto natural: debido a la erosión -por agua- de la superficie de la roca] se llenaban con agua de lluvia y se transformaban en un espejo de agua que permitía observar los cielos nocturnos y seguir el curso de los astros. Así podían determinar las estaciones o períodos agrícolas propicios para la siembra y la cosecha. Otra hipótesis plausible es el uso que le darían las mujeres aborígenes de la aldea como morteros para triturar el grano o alimento para sus familias y a su vez ser un lugar de encuentro y socialización de la tribu o parcialidad.
El cuarto, se corresponde con la Piedra de los Sacrificios, la cual recibe este nombre por su forma y punteado antropomorfo con desagüe, la cual permite colocar a una persona de espaldas sobre ella. Asimismo, por su asociación con un antiguo altar ceremonial de sacrificios, de las culturas mayores prehispánicas (ej. el Téchcatl prismático, entre los aztecas o la piedra de sacrificios en la ciudad maya de Palenque).
Se encuentra en la orilla y junto a un curso de agua, conocido como quebrada La Cangreja, a media distancia entre la Piedra del Indio y la del Coconito. Destaca este petroglifo, de la Piedra de los Sacrificios, por la presencia de una figura tallada en dos círculos (uno de ellos fraccionado ya) conectados por una franja en sentido longitudinal, de considerable grosor. Junto a uno de los círculos, se encuentra una alargada hendidura cóncava, pulida, que evoca una especie de canal de drenaje.
La silueta evoca por igual la huella o marca que dejaría o marcaría una figura antropomorfa en posición decúbito supino o dorsal. En sus extremos se encuentran cuatro formas cóncavas.
Por observación simple de las cicatrices o huellas dejadas en el trazado o contorno, se induce que esa figura fue realizada por medio de la técnica lítica de percusión indirecta con pieza intermedia (puntero a manera de punzón, de boca recta y gruesa), similar al trabajo que realiza un cantero con su maza y su cincel. Las mismas cicatrices, al no haberse pulido su superficie, denotan con probabilidad, que cada marca o hendidura fue producto de un único golpe, muy fuerte, sobre la roca.
Este singular petroglifo fue cubierto por capas de sedimentos, producto de una vaguada que afectó el valle de Zaragoza en 1991, y se encuentra en espera de ser ubicada y descubierta nuevamente por algún grupo de arqueólogos, antropólogos o investigadores interesados en profundizar en su estudio y preservación.
Otros vestigios arqueológicos se han encontrado recientemente, tanto en las inmediaciones de la Piedra del Coconito y del Cometa. Uno se corresponde con una roca tallada identificada como una piedra de moler/mortero o metate (palabra con origen en las culturas precolombinas mexicanas) e indicio de un asentamiento humano que practicaba la agricultura, probablemente con sembradíos de gramíneas, como el maíz.
Otro, es el sitio arqueológico de La ciudadela, a orillas de la quebrada Cangreja, y descubierto en el presente trabajo de campo-estudio. Se le asignó ese nombre por el hecho de ser un vestigio pétreo del último lugar de refugio -conocido hasta el presente- de los aborígenes Lobateras, la presencia del terraplén con una muralla de contención, es signo inequívoco de un asentamiento humano. Sólo se conserva de este lugar, que espera por las debidas prospecciones arqueológicas, una muralla de contención de terraza, anclada sobre tres grandes rocas que le sirven de esquinero, y ya colapsada en parte.
Piedra del Coconito
Fig. 10 Piedra del Coconito, Lobatera, Estado Táchira, Venezuela (Foto: Carlos Alviárez Sarmiento, 2000) |
Piedra del Cometa
Fig. 12. Piedra del Cometa (Lobatera, petroglifos, aldea Zaragoza). Foto: Samir Sánchez, 2015. |
Fig. 12.1. Detalle del glifo con la representación estilizada de un cometa. La coma y la corona de hidrógeno se representaron de forma antropomorfa. Piedra del Cometa. Foto: Darío Hurtado, 2015. |
Piedra del Observatorio
Fig. 14. La Piedra del Observatorio (Lobatera, petroglifos, aldea Zaragoza). Foto: Samir Sánchez, 2015 |
Piedra del Sacrificio
Fig. 16. Sección superior de la Piedra de los Sacrificios (Lobatera, petroglifos, aldea Zaragoza). Foto: Cristian Sánchez, 1984-1990, reproducción con fines didácticos. |
Fig. 17. Piedra de los Sacrificios (Lobatera, petroglifos, aldea Zaragoza). Foto: Cristian Sánchez, 1984-1990, reproducción con fines didácticos. |
El Metate
Primer calco (aproximado) de la Piedra del Indio
7. Patrimonio cultural del Municipio Lobatera y Bien de interés cultural de Venezuela
Parte de estos petroglifos fueron declarados Patrimonio Cultural del Municipio Lobatera, por decreto N° 01-06 de la alcaldesa Natalia Chacón Padrón, publicado en la Gaceta Municipal, N° 141 de fecha 3 de marzo de 2006.
Asimismo, fueron declarados como Bien de Interés Cultural de la Nación al ser incorporados al Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2010 TA 17-18, p. 35, en concordancia con lo dispuesto en la Declaratoria Nº 003-2005, del Ministerio de la Cultura, Consejo Nacional de la Cultura, Instituto del Patrimonio Cultural, de fecha 20 de febrero de 2005, publicada en la Gaceta Oficial Nº 38.234, de fecha 22 de febrero de 2005.
8. Huellas de una oralidad perdida
Localización del monumento estudiado
8. Huellas de una oralidad perdida
Mito y leyenda de la Reina Hechicera de los Lobateras
Fundada por los españoles la Villa de San Cristóbal, los conquistadores iniciaron una marcha hacia los territorios del noroeste del Táchira. Allí se encontraba el valle donde moraba la tribu de los Lobateras.Luego de una obstinada resistencia, liderizada por una mítica reina indígena cuyo nombre se perdió en la noche de los tiempos, los Lobateras abandonaron sus tierras y hogares y se retiraron a las selvas y ríos que se encontraban entre los cerros de Mucujún y el Morrachón, entre el río Lobaterita y el río Guaramito.Es fama entre los campesinos de la región que esta mítica reina todavía habita esas selvas, convertida en poderosa hechicera que desata formidables tempestades cuando alguno o algunos cazadores invaden sus dominios en persecución de jaguares, pumas y osos que polulan en esas selvas.Esa es tierra sin caminos, sólo los transitados por las fieras, es comarca desconocida que la fantástica reina y hechicera indígena, domina y defiende desde tiempos inmemoriales entre truenos y relámpagos.Versión recogida por J. B. Calderón, Ex cónsul ad-honorem de la República de Colombia en San Juan de Colón, en marzo de 1927. Estuvo radicado en esa ciudad desde 1888.
Localización del monumento estudiado
Fuente: Sigrid Márquez, 2013 |
Bibliografía
Dirección Nacional de Cartografía, Plano topográfico 5739-Táchira, Caracas, 1977; DELGADO, Lelia, "Arte rupestre, apuntes de una oralidad perdida" en Revista Bigott, Nº 23, julio-agosto-septiembre de 1992, Caracas, 1992, pp. 29-37; SÁNCHEZ E., Samir, Lobatera, tiempos históricos de una tierra de pioneros, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, No. 108, Caracas, 1993; SUJO VOLSKY, Jeannine. "El Estudio Del Arte Rupestre en Venezuela" en Revista Montalbán. Nº 4. UCAB. Caracas, 1975, p. 252.
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