Texto: Samir A. Sábchez
Fotografía: José Ramón Chacón Duque (2025).
Tesoros ocultos del Táchira Eterno
En nuestro permanente interés, desde Proyecto Experiencia Arte (2012) y su versión en inglés, Táchira Heritage (2024), por dar a conocer la herencia cultural del Táchira, en alto riesgo de desaparecer, a menudo, en los rincones más recónditos y serenos de la geografía andina tachirense, como lo es la Casa Cural de Laguna de García en el Municipio Uribante, vemos que se ocultan tesoros de incalculable valor artístico cuya maestría y expresividad rivalizan con las piezas custodiadas en los grandes museos del mundo. Es el caso de una pintura al óleo que no es solo una imagen de fe, sino una revelación del arte académico de finales del siglo XIX, un destello de técnica y devoción que se alza como patrimonio pictórico irrepetible y orgullo del Estado Táchira.
La obra, de autor anónimo, y quien siguió los aspectos dogmáticos definidos en el credo niceo-constantinopolitano (concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla) de los años 325 y 381 de nuestra era, nos sumerge en una escena de profunda majestad, ejecutada con un naturalismo virtuoso que da vida a lo divino. Sobre un trono escaño con escabel de noble sencillez, se asienta la Santísima Trinidad. Dios Padre y el Hijo se revelan en formas antropomorfas, mientras que el Espíritu Santo, una paloma natural y haz de luz, corona la celestial asamblea. La composición se envuelve en una mandorla de gloria, un círculo de nubes etéreas y serafines que vibran con el fulgor de lo eterno, elevando al observador, en lo espiritual, a posicionarse ante una escena y una esfera de esplendor místico.
La iconografía se carga de una intimidad conmovedora: Padre e Hijo se encuentran unidos por la diestra del Padre, un gesto que simboliza, en la religiosidad católica, no solo su unidad de esencia sino también un pacto de amor y gobierno universal. Sus vestiduras reflejan su autoridad compartida: una estola de oro cruzada al pecho, emblema de la soberanía del Padre y del sacerdocio eterno del Hijo, quien, además, sostiene una férula ceremonial, cetro de su realeza cristológica. La calidad en el tratamiento de los ropajes y las facciones, reflejo de la técnica académica, convierte cada pliegue y cada mirada en un acto de devoción visual.
Un llamado a la custodia del legado
El valor artístico de este óleo trasciende lo estético o plástico. Es la memoria histórica y la expresión de fe de una comunidad que atribuyó, su origen, por tradición,a un presente de Monseñor Jesús Manuel Jáuregui Moreno, a la antigua capilla de Laguna de Garcia de fines del siglo XIX. Por ello, su conservación no es una opción, sino un imperativo cultural. Cualquier intervención en esta obra, sea para limpieza o restauración, debe ser confiada exclusivamente a manos de personal especializado. La delicadeza del soporte, la antigüedad de los pigmentos y la especificidad de la técnica del siglo XIX requieren un conocimiento experto, pues una acción no cualificada podría dañar irreversiblemente esta joya. Proteger y restaurar este lienzo, además de conocerlo y valorarlo, es salvaguardar una porción del alma cultural del Táchira.
En nuestro permanente interés, desde Proyecto Experiencia Arte (2012) y su versión en inglés, Táchira Heritage (2024), por dar a conocer la herencia cultural del Táchira, en alto riesgo de desaparecer, a menudo, en los rincones más recónditos y serenos de la geografía andina tachirense, como lo es la Casa Cural de Laguna de García en el Municipio Uribante, vemos que se ocultan tesoros de incalculable valor artístico cuya maestría y expresividad rivalizan con las piezas custodiadas en los grandes museos del mundo. Es el caso de una pintura al óleo que no es solo una imagen de fe, sino una revelación del arte académico de finales del siglo XIX, un destello de técnica y devoción que se alza como patrimonio pictórico irrepetible y orgullo del Estado Táchira.
La obra, de autor anónimo, y quien siguió los aspectos dogmáticos definidos en el credo niceo-constantinopolitano (concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla) de los años 325 y 381 de nuestra era, nos sumerge en una escena de profunda majestad, ejecutada con un naturalismo virtuoso que da vida a lo divino. Sobre un trono escaño con escabel de noble sencillez, se asienta la Santísima Trinidad. Dios Padre y el Hijo se revelan en formas antropomorfas, mientras que el Espíritu Santo, una paloma natural y haz de luz, corona la celestial asamblea. La composición se envuelve en una mandorla de gloria, un círculo de nubes etéreas y serafines que vibran con el fulgor de lo eterno, elevando al observador, en lo espiritual, a posicionarse ante una escena y una esfera de esplendor místico.
La iconografía se carga de una intimidad conmovedora: Padre e Hijo se encuentran unidos por la diestra del Padre, un gesto que simboliza, en la religiosidad católica, no solo su unidad de esencia sino también un pacto de amor y gobierno universal. Sus vestiduras reflejan su autoridad compartida: una estola de oro cruzada al pecho, emblema de la soberanía del Padre y del sacerdocio eterno del Hijo, quien, además, sostiene una férula ceremonial, cetro de su realeza cristológica. La calidad en el tratamiento de los ropajes y las facciones, reflejo de la técnica académica, convierte cada pliegue y cada mirada en un acto de devoción visual.
Un llamado a la custodia del legado
El valor artístico de este óleo trasciende lo estético o plástico. Es la memoria histórica y la expresión de fe de una comunidad que atribuyó, su origen, por tradición,a un presente de Monseñor Jesús Manuel Jáuregui Moreno, a la antigua capilla de Laguna de Garcia de fines del siglo XIX. Por ello, su conservación no es una opción, sino un imperativo cultural. Cualquier intervención en esta obra, sea para limpieza o restauración, debe ser confiada exclusivamente a manos de personal especializado. La delicadeza del soporte, la antigüedad de los pigmentos y la especificidad de la técnica del siglo XIX requieren un conocimiento experto, pues una acción no cualificada podría dañar irreversiblemente esta joya. Proteger y restaurar este lienzo, además de conocerlo y valorarlo, es salvaguardar una porción del alma cultural del Táchira.