In Memoriam de Manuel Acosta. Andinista, integrante e impulsor del Grupo de Excursionismo UCAT (GEUCAT), y quien se nos adelantó, prematuramente, en 2013.
Entre esos mitos, y de los más antiguos en la memoria tachirense, estaba el de las lagunas misteriosas o encantadas de los altos páramos y montañas de nuestra cordillera. Allí las figuras de las lagunas aparecen como criaturas míticas con vida propia, según las leyendas se los pueblos originarias, transmitidas a través de la tradición oral.
Por ello, el valor patrimonial natural y geológico del paisaje que rodea al pico El Púlpito -la máxima altura de la geografía estadal, en el techo del Táchira- con sus lagunas de Hoyada Grande o Las Verdes y de todas las lagunas de origen glacial de los páramos de Batallón y de la Cimarronera, se incrementa a su vez con el valor patrimonial cultural que ellas encierran.
Este espacio, en épocas pretéritas, fue entendido como un lugar propiedad de las divinidades y como sitio para su culto y reverencia por los pueblos originarios tachirenses. Sirvió por igual para observar las estrellas y planetas e identificar los momentos de lluvias, de siembra y de sequía. Pudiéndose afirmar que la primera ciencia que practicaron los primigenios tachirenses, fue la astronomía.
De esta forma, desde la antropología cultural y las tradiciones orales colectivas de los habitantes de las aldeas más inmediatas, estas lagunas glaciares tenían un sentido mítico vivo y sagrado desde los más lejanos tiempos prehispánicos. Sagrado, porque el paisaje de entorno y de las lagunas eran para ellos paisajes vivos.
Allí los espíritus y la tierra eran uno, moraban en una unidad. Si se molestaban o atacaban con piedra las aguas de las lagunas -consideradas el tálamo nupcial donde el cielo se unía con la tierra durante la noche- esos dioses y espíritus de la montaña que allí habitaban, en lo más alto de sus páramos y cumbres, acudirían en su ayuda desatando fenómenos naturales y mágicos de improviso como tempestades, borrascas, mantos de niebla o neblina y ruidos extraños. Así las ocultaban a los ojos del intruso que infringiere las leyes y el orden de esos espacios, castigando al profanador con severidad o desapareciéndolo, bajo las profundidades cenagosas de lass orillas de esas lagunas, de la faz de la tierra.
Para una mejor intelección de lo anteriormente descrito, recurrimos al testimonio del primer geógrafo del Táchira, el franciscano y cronista mayor de las Indias, Fray Pedro de Aguado, OFM (Valdemoro de Madrid, 1513 – Santafé de Bogotá, c. 1582), quien en 1569, al describir las costumbres de los pueblos originarios del valle de Santiago, lugar de emplazamiento de la actual ciudad de San Cristóbal, y de otros pueblos de la cordillera andina tachirense, en un lenguaje que fue propio del choque mental y cultural entre lo conocido y desconocido; desde su óptica y visión propia de lo que él era, un europeo del siglo XVI, y empleando términos de un castellano renacentista, intentó entender, interpretar y dejar por escrito lo que hacían nuestros ancestros en las lagunas:
“Los mohanes o farautes [sabios ancianos de las aldeas] (...) para dar a entender que consiguen y alcanzan enteramente del demonio lo que los otros indios les ruegan, se van a los montes y arcabucos y a partes lagunosas y cenagosas, y allí invocan al demonio en su lenguaje y dan muchos golpes con varas en los árboles y en el suelo y en las aguas de las lagunas, dando a entender que por aquellos medios alcanzan lo que piden, que la más de las veces suelen ser aguas para las sementeras y espéranlo a hacer en sazón que ven el tiempo revuelto y turbio y propincuo para llover, y como luego después de haber hecho estas sus supersticiosas ceremonias acierta el tiempo a hacer su natural curso y a llover, dicen estos mohanes a los demás indios que mediante su buena diligencia y aun su querer ha llovido, y los indios creenselo muy de plano, y así no les falta más de adorarles por dioses” [Aguado, Fray Pedro de. Recopilación Historial de Venezuela. Nº 63, Tomo II, Caracas, 1963, p. 463].
De todo lo anterior, sólo una lección nos debe quedar fija e indeleble: que toda visita que se haga a estos lugares y parajes patrimoniales, bien sea por senderistas, andinistas, escaladores, espeleólogos y geólogos o cualquier persona, debe ser con la máxima responsabilidad y respeto por ese paisaje natural y por lo que significó a nuestros ancestros, evitando cualquier contaminación, alteración o impacto ambiental negativo que lo pueda degradar o destruir.
Fotos: Yosel Molina (Reproducción con fines didácticos).
Colección fotográfica del excursionista profesional Yoser Linares (2017) en las cumbres y lagunas tachirenses del Parque Nacional de los páramos de Batallón y La Negra
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