El «Gran Ferrocarril del Táchira» (GFT) fue una empresa regional (con domicilio legal en la ciudad de Maracaibo) y una línea férrea del siglo XIX que -entre 1895 y 1955- puso en contacto expedito al 'Das Tachiranisch Land' o «País tachirense» con el lago y la ciudad de Maracaibo, el Golfo de Venezuela, las Antillas Holandesas (Curazao), el resto de la nación, y el exterior.
En cuanto a los primeros proyectos de una vía férrea para la región, ya el 11 de diciembre de 1876, la Asamblea Legislativa del Estado Táchira había dispuesto en los presupuestos generales del Estado, la asignación de 500 venezolanos (denominación de la moneda nacional de la época) para «pagar un comisionado a Caracas con el fin de solicitar del Gobierno nacional la autorización para el establecimiento de un camino de hierro».
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Este camino de hierro, de vía sencilla o única en gran parte de su trayecto y doble en específicos, construido mayoritariamente con capital local, tuvo sus estaciones de término e inicio en Estación Táchira o Km 120 (actual población de San Félix, Municipio Ayacucho del Estado Táchira) y en la población y puerto fluvial de Encontrados o Km 0 (Municipio Catatumbo, en el Estado Zulia), respectivamente.
Por un extremo se internaba, desde las planicies del sur del Lago de Maracaibo, en el piedemonte de la cordillera de Los Andes y por otro extremo se dirigía hacia la frontera, en Boca de Grita donde los pasajeros hacían transferencia con el tren de Cúcuta. Un puente, denominado "Unión", sobre el río Grita, inaugurado el 24 de julio de 1926 permitía el cruce ferroviario de la frontera.
Daguerrotipo de la salida inaugural, de la estación de Encontrados (Estado Zulia), Km 0, hacia Uracá (Estado Táchira), del Gran Ferrocarril del Táchira publicada por la revista caraqueña "El Cojo Ilustrado", año IV, edición N° 77 del 1 de marzo de 1895, p. 138. Se observa que aún no habían llegado los vagones importados y se improvisaron tres plataformas de carga, parapeteadas con lona y madera, y adornadas con banderas nacionales, para no retrasar más la puesta en funcionamiento de la vía ferroviaria.
A cien años -1916/2016- de la inauguración de la última estación del ferrocarril, Estación Táchira (San Félix), es oportuno retrotraer la memoria a esos orígenes y esos tiempos, a través de una detallada relectura de la bitácora -apuntada en poética y perspicaz redacción- del Dr. Juvenal Anzola Cazorla (1862-1940), escrita en periplos, género literario clásico de un diario de a bordo . En octubre de 1912 y en su condición de Inspector General de Carreteras Nacionales, el Dr. Anzola emprendió un viaje desde Caracas al Táchira por la antigua ruta del ferrocarril.
Todas, proyectadas como visiones detenidas en el tiempo de una época y de una dilatada ruta de transporte de pasajeros y de mercancías -aquellas que producían los campos, ciudades y pueblos tachirenses como el café, cacao, cueros, sal y diversos artículos-. Era el conocido como 'Camino del Norte': la vía más inmediata de su tiempo y el principal eje comunicacional de la región con el resto del país y con el exterior, desde mediados del siglo XVIII (como lo confirma el los vestigios de la única construcción militar española en el Estado Táchira, edificada a la entrada de Lobatera, en el espacio que ocupa el actual cementerio municipal: un torreón con batería de cañones para la defensa del camino, y pintado en un plano de 1837-) hasta 1925, cuando es inaugurada la Carretera Trasandina.
Itinerario de 1912, en resumen, de las Memorias del viajero Dr. Juvenal Anzola
14 de octubre de 1912 (Caracas ● La Guaira)
Es la mañana de un día claro y de sol cuando, abandonando los largos andenes de la Estación de Caño Amarillo del Ferrocarril Caracas-La Guaira y el frescor de árboles y arbustos que la rodean, ingreso al tren, para iniciar una travesía de dos horas. Bajamos la vertiente norte del Ávila, deteniéndonos con brevedad en las estaciones y andenes de Cantinas, Peña de Mora, Peñas de Boquerón, El Zig-zag, Curucutí, El Rincón y Maiquetía, hasta llegar a La Guaira, al puerto. Luego del almuerzo en el Hotel «Neptuno», abordamos el Vapor «Venezuela», a las 2:30 pm, con destino a la isla de Curazao.
15 de octubre de 1912 (Willemstad, Curazao ● Golfo de Venezuela)
Día soleado con mar benigno. Llegada con la luz del amanecer al puerto de Willemstad (Curazao – Antillas Holandesas). Salida de Curazao a las 2:00 pm en el mismo vapor «Venezuela» con destino a Maracaibo. Dejamos atrás el puerto y sobre la mar calma se divisaba a lo lejos las costas de la isla de Aruba y en lado opuesto, las costas del Cabo San Román. Eran las 9:00 pm cuando el vapor traspasó el cabo y entró al Saco de Maracaibo (Golfo de Venezuela).
16 de octubre de 1912. (Fortaleza de San Carlos ● Maracaibo)
Día nublado y con fuerte brisa, mediodía, cruzamos la Barra frente a la fortaleza de San Carlos y una hora más tarde desembarcamos en el puerto de Maracaibo, donde pernoctamos hasta esperar la salida del próximo barco para Encontrados, de la empresa nacional «Vapores del Lago de Maracaibo».
18 de octubre de 1912 (Maracaibo ● Lago de Maracaibo)
A las 7:00 pm abordamos el vapor «Maracaibo» (barco adquirido por fletamento en 1878 y comprado por el gobierno nacional en 1880) con destino a Encontrados. Noche serena, despejada y con un lago en mansedumbre.
19 de octubre de 1912. (Sur del Lago de Maracaibo ● Ensenada de Aguas Muertas)
Hacia las primeras horas de la madrugada, centelleantes descargas eléctricas del «Faro del Catatumbo», el retumbar de truenos y los golpes secos del barco contra las embravecidas aguas del lago, me despiertan. La tempestad amainó al amanecer y nos encontramos frente a las bocas del río Catatumbo, en la pequeña ensenada de Aguas Muertas. El vapor ancló en un pequeño recodo de la costa, junto a una casa sobre estacones, y desembarcamos dado que el tamaño del vapor no permite que éste continúe su navegación por una ruta fluvial. Todo el día se estuvo haciendo el transbordo de mercancías del vapor «Maracaibo» a la lancha «Villamizar» y sólo la ocurrencia de un jovencito, como de diecinueve años, de Lobatera, llamado Pedro Francisco Segnini [conocido en su pueblo como Checo], quien nos dijo: «Si por cabeza contribuyen a un real, tocaré todas las piezas de mi fonógrafo, que son muy buenas». Inmediatamente se le dijo que sí, con exclusión de las damas, pues es de cortesía que ellas no paguen. Al momento de encender su fonógrafo, no encontraba el manubrio y exclamó: «¡qué calamidad!, voy a perder tres fuertes», pero hallado el manubrio, se presentó sonriente, alegre y manifestó que la contribución la recogía antes de la música. La función fue de lo más divertida. Si todos gozábamos y nos divertíamos, él gozó más y vio entreabiertas las puertas de un cielo de esperanzas: ya le parecía estar en la calle real de Lobatera, al frente de su negocio, oyendo resonar su encantado aparato. Finalizada tan alegre jornada, los pasajeros abordamos la lancha «Villamizar», bajo una temperatura sofocante, poco antes de las 7:00 pm y continuamos el viaje.
El Titanic tachirense en las aguas del Lago de Maracaibo
El vapor “Sucre” era un barco de motor para pasajeros que pertenecía a la Compañía Anónima Venezolana de Navegación y tenía un itinerario fijo y regular, o de frecuencia, entre los puertos de Boca del Catatumbo, luego del embarcadero de Encontrados (donde finalizaba el Gran Ferrocarril del Táchira), Santa Bárbara del Zulia, en el río Escalante y Maracaibo. Probablemente fue adquirido e incorporado a la ruta del sur del Lago de Maracaibo con posterioridad a 1889, pues no se menciona en la lista de vapores de la compañía descritos en la revista "El Zulia Ilustrado" (Maracaibo, 30 de abril de 1889, tomo I, Nº 5). este vapor se hundió al sur del Lago de Maracaibo, la noche del 12 de marzo de 1925. Todas las personas que fallecieron ahogadas, catorce, eran de Lobatera, Michelena y San Juan de Colón, y todas estaban emparentadas.
En Lobatera, el sepelio se realizó al toque de plegaria de duelo, todo el día desde el campanario de la iglesia [esto es cuando el sacristán hacía el repique lento y pausado de la campana llamada campanilla (la más pequeña), seguido, cada cinco minutos, del sonoro sonido del doble dado con fuerza, a la vez, con las campanas mediana y mayor, seguido de forma consecutiva por un solo toque de la mayor, la mediana y la pequeña y la campanilla, la cual continuaba repicando sola y de forma espaciada por cinco minutos o más hasta el próximo doble]. Se elaboraron catorce cruces de madera con los nombres de todos los fallecidos, las cuales luego se repartieron entre las familias del poblado.
Las causas del naufragio se atribuyeron, en parte, a un error humano: la imprudencia del capitán del vapor quien permitió que el barco se cargara con un exceso -muy considerable- de cargas de café, haciendo que la línea de flotación estuviera por debajo de su nivel normal.
Mientras duró la travesía por la salida del río Catatumbo no se presentaron problemas, al entrar al Lago de Maracaibo aguas adentro, coincidió con una tormenta que generó tres grandes olas. Al choque de la primera con el lado de babor del vapor, la mayoría de las personas que viajaban se refugiaron hacia el lado de estribor para evitar la borrasca, hecho que, sumado a el choque de dos olas más y el probable sobrepeso del barco, hizo que se volteara la embarcación, salvándose sólo cinco personas que sabían nadar, cuatro tripulantes y un pasajero.
Por una foto de la época, se conoce el túmulo memorativo, con catorce cruces y una barca simbólica, que se levantó en la antigua iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en Lobatera, el 21 de marzo de 1925 con motivo del último día del novenario por las víctimas de la tragedia del Vapor "Sucre".
Testigos de la época recuerdan:
“Este era un barco que transportaba pasajeros desde la ensenada de Aguas Muertas, donde hizo el rutinario transbordo de personas y mercancías provenientes del puerto fluvial de Encontrados (primera estación del Gran Ferrocaril del Táchira) hasta el puerto de Santa Bárbara del Zulia y la la ciudad de Maracaibo.
El 12 de marzo de 1925, el Vapor 'Sucre' zarpó de la ensenada donde desemboca el río Catatumbo en el Lago de Maracaiboa las 10:00 p. m. en medio de una fuerte tormenta lacustre. Al poco tiempo de haber partido, la embarcación zozobró por la fuerza de los vientos y el oleaje provocado por la tormenta y se comentaba, por igual, que sucedió por haber sido sobrecargado el vapor con sacos de café. En esta tragedia murieron catorce pasajeros de Lobatera, Michelena y Colón, entre familias, funcionarios públicos y comerciantes.
Cada una de las cruces que se prepararon para su tumba [túmulo funerario memorativo] en la Iglesia [parroquial de Lobatera], tenía, en forma abreviada, el nombre de una de las personas que murieron, ej. R.V.P. Román Vivas Pérez o A.d.S. Agustina Colmenares de Sánchez [pariente político de quien esto relata, nacida en Michelena, el 4 de noviembre de 1861 y bautizada como Agustina Berlamina de la Paz Colmenares Hernández. Casada con Pedro Bonifacio Sánchez Rosales, de Lobatera, el 26 de abril de 1876, estableciendo su hogar en esta última población]. Al finalizar los días del novenario, las cruces fueron repartidas por el Padre Pedro María Morales entre las familias del pueblo, en especial entre aquellas que habían perdido un ser querido en la tragedia de las aguas del Lago de Maracaibo" (Relato copiado en entrevista a Doña Maximiana Sandoval vda. de Sánchez y de la Srta. Rosario Borrero, Lobatera, 1985).
Otra versión, ya documental y más detallada, se encuentra en la obra Naufragio misterioso de Juan Apolinar Uzcátegui, publicada en Maracaibo, en la Imprenta “El Propio Esfuerzo”, en 1927. Allí se narra que los pasajeros partieron de Estación Táchira hasta Encontrados el 11 de marzo de 1925 a las 7:00 am, llegando a la estación fin del trayecto ferroviario a las 5:00 p.m. Habían embarcado en el lanchón “Villamizar” comandado por el capitán Carlos Boscán, en el puerto fluvial de Encontrados, el 12 de marzo a las 7:00 p.m. con destino a la boca del río Catatumbo en el Lago de Maracaibo, donde harían el transbordo al vapor “Sucre”.
Estos pasajeros eran: el Coronel Marco Tulio Olivares Mora, funcionario de alto rango, iba en compañía de su esposa, la señora María Jesús Villalobos de Olivares, de su suegra, la señora Amanda de Villalobos, de la señora Doña Agustina Colmenares de Sánchez, de la señora Elba Sánchez de Vivas (esposa del Coronel Román Vivas Pérez), del señor Pedro Sánchez Colmenares, de la señorita Ana Rosa Mora, de la niña Carmen Rosa Vivas Sánchez (hija del Coronel Román Vivas Pérez y Elba Sánchez de Vivas), del señor Ciro Morales, del señor Fidencio Morales, de las personas de servicio Trina de Ramírez, María Luisa Arellano, Francisca de Ramírez, y del niño Manuel Vivas. En el embarcadero de la boca del río Catatumbo se les unió el Coronel Román Vivas Pérez.
El vapor “Sucre”, comandado por el capitán Helímeneas González, se adentró hacia la ensenada de Aguas Muertas con destino a Santa Bárbara del Zulia. De allí muchos seguirían a Mérida a través del ferrocarril Santa Bárbara-El Vigía. A las 10:02 p.m. ocurriría la tragedia. Era la hora, detenida en el tiempo, que marcaba el reloj de pulsera que portaba el pasajero Coronel Román Vivas Pérez cuando se rescató su cadáver […].
Sólo cinco personas salvaron sus vidas, cuatro tripulantes y un pasajero: Carlos Boscán, Helímeneas González, Augusto Molero, José María Hernández y Ciro Morales. Sobrevivieron por saber nadar y por mantenerse agarrados a una toldilla [cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de popa] del barco que flotó.
El mismo oleaje del lago los empujó hasta una playa a donde llegaron a las 4:00 am aproximadamente, refugiándose sobre las gruesas ramas de la vegetación que sobresalía de las aguas.
A las 9 am, los encontró y auxilió un pescador que pasaba por allí y los trasladó al embarcadero de la Boca del Catatumbo, donde dieron la noticia de lo ocurrido, saliendo de inmediato el remolcador “Táchira” que se encontraba en ese momento en el embarcadero de la boca, hacia el sitio del naufragio, a buscar y recoger los cadáveres de los fallecidos, pero estos sólo comenzaron a flotar sobre el lago a partir del día 14 de marzo […].
En los días posteriores el Vapor “Sucre”, hundido a 4 metros bajo el nivel del lago, fue sacado a flote y en vano se buscó rescatar la cantidad de 16.000 bolívares de la época que se decía iban en el vapor. Luego, reconstruido, siguió prestando sus servicios a la línea si bien no se pudo desprender de su hado y el 1º de febrero de 1927, a las 11:00 pm, mientras navegaba hacia el Lago de Maracaibo desde la boca del río Escalante, se desató en su compartimento de máquinas un voraz incendio que acabó para siempre con aquella estructura la cual arrastraba, cual antiguo impenitente barco de las leyendas de los marinos medievales, una carga invisible de tragedia, dolor y amargura.
Datos tomados de: Apolinar Uzcátegui, Juan. Naufragio Misterioso, Imprenta El Propio Esfuerzo, Maracaibo, 1927, pp. 9-26. Este libro fue facilitado por el Abogado Wilmer Antonio Rey Lozada, sobrino nieto de Doña María Lozada de Mora (Borotá, 1892 – Lobatera, 1993) quien lo conservaba por haber pertenecido a su esposo el Coronel Juan Antonio Mora. El Coronel Mora se desempeñaba como Jefe de talleres y patios del Gran Ferrocarril del Táchira para la época y, encontrándose en Santa Bárbara del Zulia, fue una de las primeras personas que llegó al sitio de la tragedia, por cuando se impacientó al ver que el barco, con sus familiares, no llegaban a la hora pautada por el itinerario de la empresa de vapores del Lago.
Foto: Túmulo memorativo con catorce cruces y una barca simbólica, en la antigua iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en Lobatera, levantado el 21 de marzo de 1925 con motivo del último día del novenario por las víctimas de la tragedia del Vapor "Sucre". Texto: Samir A. Sánchez, 2010; Foto propiedad de Carlos Alviárez Sarmiento / Digitalizada y restaurada por Darío Hurtado, 2018).
20 de octubre de 1912 (Río Catatumbo ● Encontrados)
Pasada la medianoche, se desata una nueva tormenta y la ligera lancha parecía zozobrar en las aguas tumultuosas del impresionante río, transformado en violento látigo. Al amanecer ya disipada la tormenta, nos encontrábamos frente a la playa de Tres Ceibas. Pasado el mediodía, a la 1:30 pm, llegamos a la población de Encontrados, lugar donde desembarcamos y pasamos el resto de la tarde y noche. En Encontrados, a diez metros de altura sobre el nivel del mar, la aduana dista a su vez diez metros de la orilla del río, y como estaba crecido, el nivel de sus aguas era superior al umbral de la puerta de la aduana: el agua no invadía el edificio y poblado por el camellón o borde de tierra colocado entre el río y la población. Luego de pasar la aduana, inicié mi recorrido por el sitio, donde el pueblo comienza a desarrollarse en serio y a tener elementos de bienestar: hay casas de comercio bien surtidas, un botiquín con frescos y cerveza helados, una buena capilla, y tres calles con otras transversales.
Estación porticada y aduana del puerto fluvial de Encontrados (Estado Zulia), Gran Ferrocarril del Táchira, c. 1905 (Foto: Jesús E. Delgado, 2018) |
En espacio ganado con dificultad a la selva, conocí los talleres del Gran Ferrocarril del Táchira donde se atienden las mejoras del mismo y se reparan totalmente los lujosos vagones y fuertes carros de pasajeros, construidos allí mismo. Este ferrocarril ha tenido por ingenieros a los señores Miguel Giacovice, M. Centeno Grau, Alberto Roncajolo, Víctor Brigé y el actual Enrique Loinaz Sucre.
Horarios del Gran Ferrocarril del Táchira, para 1929. Foto: BENET, F., Guía General de Venezuela de 1929, p. 727. Reproducción con fines educativos/Image for educational purposes |
21 de octubre de 1912. (Encontrados ● El Guayabo ● La Fría● Uracá)
A las 7:00 am, con el silbido de la locomotora principal, tomamos el tren del Gran Ferrocarril del Táchira que, a través de 114 km, nos conducirá hasta la estación de Uracá en el Estado Táchira. Al mediodía llegamos al Kilómetro 57, donde está la Estación de El Guayabo, mitad de camino, y debíamos almorzar. Mientras servían el almuerzo, recorrí el caserío cerca de cuarenta casas, visité un negocio mixto de comercio, el edificio de la Estación, y partiendo de ella llegué por un entablado angosto o largo muelle a la orilla del río Zulia que dista de la estación, apenas cuarenta metros: el río es imponente, caudaloso, tenía de 66 a 70 metros de anchura y sus dormidas aguas estaban turbias. El puerto fue abierto en 1905, cuando sólo había un rancho en El Guayabo. Una vez llegado a la estación de El Guayabo el tren proveniente de Uracá, el nuestro partió en esa dirección. Continuamos la ruta férrea, y contemplando en la distancia una continua arboleda de yagrumos u orumos y extensos platanales una ráfaga de caluroso viento y el agudo zumbido de una locomotora en sentido contrario, a la altura del kilómetro 70, marcó el punto donde nuestro tren de pasajeros se cruzó rápidamente con otro de carga que –en dirección contraria- llevaba diez plataformas saturadas de balasto, grava extraída de una mina cercana.
Seguimos hasta el kilómetro 87 por sobre un elevado puente de hierro donde la vía férrea cruza el Caño Orope, aquí el conductor en la cabina de mando, nos informó que ya estábamos entrando en la jurisdicción del Estado Táchira. Al caer la tarde, el tren se detuvo en el kilómetro 105, en la estación La Fría, frente a la cual se alzan montañas aisladas como brotes gigantescos de la tierra, y una de ellas se ve como si un sacudimiento hubiera limpiado un gran trecho y hecho rodar la corteza, y el fenómeno que no me explicaba, resultó ser una mina de balasto. Luego de dejar y recoger pasajeros y mercancías, continuó su marcha hasta alcanzar un extenso y magnífico puente, de triple construcción y resistentes materiales que vibraban con grave sonido al paso del tren.
22 de octubre de 1912. (Uracá ● Colón)
Salimos al amanecer de Uracá, con despejado cielo y a lomo de bestia cruzamos el pedregoso Lobaterita e iniciamos el camino de ascenso de la cordillera. Pasados 6 kilómetros llegamos a la mesa de Cara de Perro a 370 metros de altura sobre el nivel del mar (antigua Estación Táchira, cuyos planos y trazados urbanizados se presentaron el 28 de febrero de 1915, al Gobierno Nacional, e inaugurada en 1916. La estación se corresponde con la actual población de San Félix, Municipio Ayacucho, desde donde pude observar y evaluar las obras de la Carretera Central del Táchira, por primera vez. Esta carretera constará al terminarse de cinco puentes entre Cara de Perro o Estación Táchira y Colón y de veintidós de Colón a San Cristóbal, fuera de pontones y alcantarillas. Continuamos nuestra marcha a lomo de caballo, pasando por Paragüito, Mesa del Suspiro y la mesa de Caliche.
Bajamos por las obras de la carretera y llegamos a las moles rocosas que protegen a la quebrada La Blanca, las cuales estaban dinamitando y cuyos estallidos en eco, semejaban el continuo fuego cruzado de una descarga de artillería. Cruzado el puente, iniciamos nuestro lento ascenso hasta encontrarme –de repente- frente a un inmenso busto en bronce de El Libertador, colocado mirando al norte. Me desmonté, lo admiré y conversé con los los porteadores quienes descansaban, de tan pesada carga, en esa vuelta del camino.
Me informaron que el mismo lo cargarían hasta la ciudad de San Cristóbal, donde sería colocado en la Plaza Bolívar [ese mismo bronce del Bolívar Cívico, se encuentra actualmente en la Plaza del Rectorado de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, en San Cristóbal. El busto de tamaño heroico, siguiendo órdenes del Presidente de la República, el General Juan Vicente Gómez, fue encargado en Caracas, con un costo de 8.000 Bs. de la época, por el ingeniero tachirense Román Cárdenas Silva, Ministro de Obras Pública y quien a su vez coordinaba las obras de remodelación de la nueva Plaza Bolívar de San Cristóbal, con motivo de las celebraciones del Año Centenario de la Independencia. El busto, de tamaño heroico, se instaló y develó el 19 de diciembre de 1912]. Reverente, con el sombrero en una mano y de diestro mi mula, desfilé con paso tímido ante aquella apoteosis de bronce. Al atardecer llegamos a Colón.
Pasadas varias quebradas, entramos a la mesa de Colón, planicie hermosísima de más de una legua, toda de gran fertilidad. Luego, por amplia calle, avanzamos algunas cuadras, y junto a la iglesia doblamos al Este, caminamos cuatro cuadras más y llegamos al hotel.
En Colón tuve el grato placer de visitar y reencontrarme con dos viejos amigos: el Dr. Roso Chacón y el Ing. Enrique Loinaz Sucre, a quienes visité en sus casas.
En un recorrido por las calles de la ciudad, me comentó el Dr. Roso Chacón:
-Esta ciudad antes municipio, hoy capital de distrito se ha llamado San Juan de Lobatera, los Llanos de San Juan, San Juan de Colón, y por último sencillamente Colón: dista de la capital del Estado siete leguas, de La Grita diez, de la frontera con Colombia por Ureña siete y seis al cerro El Fraile por donde pasa la línea imaginaria del Laudo: es la primera población del Táchira que encuentra el viajero que viene de la Capital o del exterior: todo lo que usted ve es nuevo, el terremoto de 1875 echó por tierra la antigua población, y se delineó otra de calles hermosas, rectas, como las ve usted: aquí la gente es buena y trabajadora.
Agradable rato pasé con mi buen amigo, y agradecido y bien provisto de noticias de la localidad, me despedí y tomé rumbo a la casa del Ingeniero Loinaz Sucre, donde su estimable esposa y los niños me recibieron con el aprecio de la vieja amistad. En nuestra amena conversación pude ver los planos y estudios que está realizando el ilustrado ingeniero Loinaz Sucre, con todos los datos necesarios, para prolongar la vía férrea desde Uracá hasta la mesa de Cara de Perro, donde comienza la cordillera.
23 de octubre de 1912. (Colón ● Lobatera ● Mochileros ● Palmira ● Táriba ● San Cristóbal)
Al toque del alba, a las 5:00 am, salimos del hotel y de la próspera ciudad de Colón de las Palmeras, pasando por El Topón y de allí bajar a la Sanjuana, para nuevamente ascender y descender a través del camino de recuas y del carretero que recién se abría, teniendo a nuestra derecha una panorámica de la pequeña población de San Pedro del Río. En la bajada, me acerqué a un hombre que iba en un burro bien enjalmado y entablé conversación con él. En un momento de la conversación me agregó:
-Doctor, qué parada tan gorda tiró Don Juan Vicente con esta carretera.
Después de reflexionar un instante, lo interpelé así:
-¿Y por qué considera usted esta carretera una parada gorda?
-Se lo voy a explicar, doctor: más adelante va a ver como trescientos hombres trabajando en una montaña de piedra que es una pared: allí los hombres ganan 8 reales y en otros puntos 7, y todo el que llega encuentra trabajo: sin esta carretera tendría usted dos mil hombres de brazos cruzados, y las descargas que usted va a oír, serían otras: el que tiene familia y gana para llevarle a sus hijos no piensa sino en trabajar y Don Juan Vicente nos da trabajo.
Al llegar al vado de la angostura del Lobaterita, donde se dinamitaban por igual las laderas de piedra, nos despedimos, dejamos al occidente las obras de la carretera central y seguimos hacia el sur por el viejo camino real, vadeando infinidad de veces el curso alto del río Lobaterita, veíamos en el alto de las montañas, cual desfiladero, vetas de carbón de piedra y el mineral desprendido había rodado hasta aparecer diseminado en trechos del angosto camino. Al avanzar el valle se hacía más amplio, cultivos de caña dulce surgían en mayor escala, las casas abundaban, los corrales de chivos se destacan en algunas colinas y los voraces animales corrían por los cerros o debajo de algún árbol. Pasado el Rubicón de la jornada de ese día, tomamos el flanco del valle, el camino bueno, casi plano, y llegamos a una quebrada de abundante agua y muy pedregosa, seguimos costeando el Lobaterita, lo atravesamos, subimos una cuesta de un kilómetro, y llegamos a una planicie, vimos un cementerio, y a pocas cuadras más allá, la hondonada de una pequeña quebrada y destacándose en la ribera opuesta en una planicie, a Lobatera con su hermosa iglesia de artística fachada, con dos torres altas y blancas coronadas de elegantes cúpulas.
Era la hora del mediodía. El cuadro, a pesar del cementerio que íbamos pasando, era halagador pues nos anunciaba horas de descanso. Yo iba recordando la célebre obra del muy sabio abate Piogger, titulada "La vida después de la muerte", cuando a la izquierda siento un ruido y veo que dos hombres traían un cadáver en dirección a nosotros, de este modo: sobre los hombros los extremos de dos palos colocados paralelamente con diez y seis pulgadas de distancia, tres atravesaños de dieciocho pulgadas, y sobre los tres atravesaños, el cadáver de un hombre joven, calzado de alpargatas, amortajado con una varas de género blanco, la cabeza forrada de la misma tela, el rostro al aire libre, las manos cruzadas sobre el pecho, y asegurado en las piernas, caja del cuerpo y la cabeza, con repetidas ligaduras de delgado mecate. Los dos hombres pasaron con su carga, acaso era el hermano, el sobrino o el amigo; no sé lo que el extinto fuera de ellos, pero sí me dijeron sus rostros aporreados por el dolor y sus ojos apagados y tristes que aquel que les había precedido en el ignoto viaje, vivió con ellos en la hermandad de los afectos. Nos descubrimos todos con profundo respeto ante aquella dolorosa aparición y reinaron minutos de silencio. Seguimos, pasamos las tumultuosas aguas que interrumpían el camino y estuvimos en Lobatera.
Imagen tomada de la revista El Heraldo Americano, Caracas, Diciembre de 1930, p. 86 (Foto: Bernardo Zinguer, 2019). |
Luego de almorzar en casa del ilustre Don Trino Mora cuya residencia es el hogar de la diosa Minerva, allí todo respira sabiduría, y bajo un sol tórrido, salimos de Lobatera tomando el camino de La Cuchilla. En terreno limpio y escarpado, el camino semeja una serie de letras eses enlazadas las unas con las otras, con las curvas de los extremos más abiertas y largas. Marchábamos en grupos separados y precavidos para evitar un choque con las arrias de mulas que a menudo encontrábamos.
Ya sofocados por el reverberar del sol, entramos a la posada donde un hombre pequeño, gordo, bien trajeado y de lujosa manta, activo, mirar inquieto y hablar suave, nos brindó una cerveza que resultó tan buena y agradable como si fuera fresca y saliera de un refrigerador: estaba sumamente fría. Cambiamos de mulas y continuamos el ascenso hasta la borrascosa cumbre de Mochileros, a 1.662 m, desde la cual, al traspasar la vertiente de esa cordillera, pude divisar a lo lejos y por vez primera, el valle de Santiago y la espléndida ciudad de San Cristóbal. Al llegar a la primera casa y posada de Mochileros, nos detuvimos, descansamos unos minutos y se trocaron las respectivas monturas.
Mientras estos se hacía, apeado de mi mula y de pie sosteniendo el sombrero para que no lo arrastrara el viento, pensaba que desde este lugar bien se podrían repetir los recuerdos que hicieron derramar lágrimas a Boabdil, cuando desde similar altura y vuelta la mirada, clavaba amorosos ojos sobre la belleza de la ciudad de Granada, que abandonaba, dejando nombre al lugar desde donde la vió: el suspiro del Moro. Continuamos, ahora en resbaladizo y gredoso descenso que en más de una oportunidad hizo deslizar a las mulas.
Ya el sol, al término del día, comenzaba a ocultarse en el poniente, cuando pasamos por la población de Palmira y de Táriba, esta última de empedradas y límpidas calles, donde un colega de camino me hizo conocer de la Virgen de Consolación de Táriba, que como el Santo Cristo de La Grita, se venera por modo excepcional por los tachirenses. Con el brillar de los primeros luceros de la noche, luego de recorrer en lenta marcha sobre las ya cansadas mulas, la Machirí, subir una cuesta hasta la meseta de Sabana Larga desde donde divisamos, frente a nosotros, las primeras luces de la ciudad. Pasamos por sólidos puentes de piedra: tan solide comme le Pont-Neuf, dirían los parisinos, las quebradas de La Vichuta y La Parada, las cuales corrían transformadas en tumultuosas y fieras aguas.
Soberbio Puente colgante "Libertador" (172,70 m) sobre el río Torbes. Obra planificada y ejecutada por el Ministerio de Obras Públicas siendo Presidente de los Estados Unidos de Venezuela el General Juan Vicente Gómez. El diseño del puente y la elaboración de sus partes en hierro y acero se hizo en Francia, por la compañía fundidora de Georges Arnodin & Gaston Leinekugel-Le-Cocq y sucesores. Fue inaugurado el 19 de diciembre de 1930 en el marco de los actos conmemorativos del primer centenario del fallecimiento del Libertador Simón Bolívar y de la Causa de la Rehabilitación Nacional (lema del régimen gomecista desde su instauración con el golpe de Estado de diciembre de 1908). Este primer puente colapsó parcialmente el 3 de junio de 1943 por una vaguada estacionaria que generó una lava torrencial la cual desvío o cambió el curso del río (desde donde se observa en la foto) hacía los pilotes de sustentación sur, impactando, socavando y haciendo desaparecer la pequeña colina sobre la cual se levantaban dichos pilotes (observable en el plano de fondo de la imagen). Fue reconstruido posteriormente, manteniendo el diseño original de 1930, con las nuevas partes metálicas hechas por la misma compañía francesa. Este puente redujo la distancia carretera entre la población de Táriba y la ciudad de San Cristóbal, y de esta última con todo el norte tachirense, incluyendo Estación Táchira y el Gran Ferrocarril del Táchira (Foto del momento de los arreglos para el día de la inauguración, publicada en "Modern Venezuelan Vignettes", National Geographic Magazine, Volume LXXV, Number One, January 1939, p.129).
Ingresamos a la ciudad por la Puerta del Sol y a mi derecha vi un hermoso parque más largo que ancho, lujosamente cercado con alta verja de hierro, con una amplia avenida en el centro y en la parte oeste una pared blanca, un gran portón y sobre el dintel, un poderoso foco de luz eléctrica; grave, solemne el aspecto del parque, y pregunté su nombre, y el Doctor Ciro Vásquez me contestó:
-Ese parque, es como el atrio del cementerio de esta capital: detrás de esa blanca pared, no hay sino tumbas y sarcófagos.
Una vez alejados de la alameda del Cementerio, ascendimos leve pendiente y entramos a las amplias calles de la ciudad de San Cristóbal. Allí, la alegría del final del largo recorrido se mezcló con el de la despedida dado que cada uno de mis agotados acompañantes –con quienes habían salido de Caracas- debía tomar rumbos diferentes.
Nos despedimos y me dirigí al Hotel Central, cerca de la Plaza Páez [en coincidencia con la visita del Dr. Anzola, el 25 de octubre de 1912 el Concejo Municipal de San Cristóbal decretaba el cambio de nombre de Plaza Páez a Parque Bolívar, donde se instalaría el bronce de El Libertador en el mes de diciembre].
Ya en el sosiego de la amplia y fresca casona del hotel, donde sólo el murmullo del agua que brotaba de una pétrea pila central, sobre espejo de agua que, en estilo andaluz, marcaba el paso de las horas, envié el telegrama de rigor al Presidente de la República, anunciándole mi llegada a su tierra. Ahora, es tiempo para el descanso.
General en Jefe Juan Vicente Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela para 1912 (Foto: Tochadas.net.ve, 2017). |