Llegaron ya los venturosos días/de espléndidas noches estrelladas;/alegres y risueñas madrugadas, nos vienen anunciado la llegada del Mesías
(antiguo villancico tradicional tachirense, s. XIX. Recopilación de cantos de molienda, de la tierra, de faenas y de la religiosidad popular. Srta. Delfina Sandoval, maestra, Lobatera 1920)
Proyecto Experiencia Arte quiere expresar sus especiales palabras de gratitud al Pbro. Oscar Fuenmayor, al equipo de pastoral de la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Lobatera (Estado Táchira - Venezuela) y a Cosme Darío Hurtado Cárdenas, por el trabajo creativo del pesebre de Lobatera (2014) así como las imágenes fotográficas que acompañan los textos seleccionados.
Pesebre tradicional de las navidades tachirenses. Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Lobatera. Diciembre de 1974. La imágenes del pesebre fueron encargadas y traídas desde Italia por el Pbro. Bachiller Pedro María Morales en 1906 (Foto: Cristian Sánchez, 1974/Restauración cromática: Darío Hurtado, 2020).
Talla en madera de la Sagrada Familia obra del escultor catalán Francisco Vila (Barcelona, España), donada a la Capilla de Santa Leocadia, de la Parroquial de Lobatera, por el Dr. Ezequiel Vivas Sánchez (1864-1919) en septiembre de 1916. Aún cuando ha sido repintada en varias ocasiones, perdiendo su color y textura original hecho con las técnicas del estofado en los vestidos y acabado a pulimento en las encarnaciones o piel de los personajes, mantiene la impronta de los grandes tallistas de arte sacro del siglo XIX (Foto: Darío Hurtado, 2022).
Ad praesepe... El Pesebre a dos mil años de luz
«Un niño nos ha nacido, un niño se nos ha dado, que vendrá con mucho poder. De él se dirá: Este es el consejero admirable, el héroe divino, el padre que no muere, el príncipe de la paz».
En las horas más sombrías para el pueblo de Israel —a 700 y tantos años de la era cristiana—, lanza Isaías esta profecía. El reino de David está en conflicto con sus vecinos poderosos, y el niño —Emmanuel— debe nacer en Belén en tiempo de paz: «Como gobernante, le pondré la Paz, y en vez de opresión, la Justicia», recalca el profeta de la antigüedad.
Por el mismo tiempo, allá en la llanura volcánica de Lacio, se funda el imperio que pondrá en paz toda la tierra por el derecho y la justicia.
En la hora apoteósica de la Roma Imperial, César Augusto, dueño del mundo, sube al Capitolio para preguntar a los dioses quién empuñaría el cetro después de su muerte: «Por disposición divina —le responde la sibila— descenderá del cielo de los beatos un niño que pondrá su trono en este templo. Será inmaculado y enemigo de nuestros altares».
Para perpetuar el Oráculo, aquel Emperador y Pontífice máximo hizo construir un altar en lo alto de la Colina Capitolina, con esta inscripción: «Haec ara Filii Dei est» —Este altar es del Hijo de Dios.
La Sagrada Familia de Nazaret («Santa Famiglia di Gesù, Maria e Giuseppe»). Artística litografía sobre cartón piedra (cromolitografía de 1,50 cm x 0,50 cm) sobre papel avitelado, anterior a 1944. Copia de una pintura (firmada en su extremo inferior izquierdo, del observador, por Giovanni) la cual pertenece a la escuela del romanticismo italiano -o el arte del sentimiento, como fue definido por varios historiadores de arte, de fines del siglo XIX. Este cuadro es un regalo del Presidente del Concejo Municipal del Distrito Lobatera, Don Jesús María Ramírez, a los esposos Don Macario Sandoval Mora y Doña Juana de Dios Zambrano de Sandoval, en sus bodas de oro matrimoniales (Lobatera, 18 de abril de 1894 - Lobatera, 18 de abril de 1944). Foto: Familia Sandoval Zambrano, Lobatera, Estado Táchira, 2017.
Y fue el propio César Augusto el providencial instrumento que pondrá en la historia la profecía y el mismo oráculo sibilino. A los cuarenta y dos años de su reinado —733 de la fundación de Roma—, viéndose dueño del mundo, ordenó un censo para conocer a todos sus súbditos, próximos y lejanos. Promulgado según la tradición en Tarragona, no se realizó en seguida por razones de estado. Augusto quería hacer el empadronamiento en tiempo de paz, y cerrar, como símbolo, el templo de Jano.
Dominados los cántabros, astures, germanos y galos, hizo efectivo al orbe el decreto desde Roma, a los 749 años de su fundación. Las puertas del templo se cerraron. El mundo estaba listo para el gran acontecimiento que va a dividir la historia en dos mitades.
La profecía se hace historia. El oráculo, realidad. El Verbo se hace carne y se injerta en el tronco viejo de la humanidad.
A dos mil años de luz, los ángeles siguen cantando: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, gracia a los hombres y paz».
A dos mil años de sombra, los hijos de la tiniebla siguen haciendo guerras, en la guerra y en la paz...
Un surco tan grande en la historia, no podía escapar a los espíritus sensibles que traducen la verdad en belleza y la belleza en vida y bondad. Con la primera sangre cristiana surgen los pintores ingenuos de las catacumbas. La fe perseguida se manifiesta en símbolos místicos: panes, peces, pelícanos, flores... adornan, afrescados, sepulcros de los cuerpos desgarrados.
Pero los símbolos no bastan y se buscan las figuras. Y en pleno siglo segundo se pinta la Natividad y la Epifanía. La Virgen, el Niño y la Estrella, hacen su entrada en las catacumbas de Priscila. Luego en los templos, claustros y conventos. En el siglo VII, en Santa María la Mayor, un pequeño oratorio recuerda a los fieles de Roma la cueva del Señor.
La Nochebuena se vuelve eterno día, y los protagonistas del Pesebre encuentran posada en relieves de alabastro, en tablillas de marfil, en litúrgicos vitrales, en pórticos y retablos, en códices y pergaminos, en las cortes, en el pueblo, en el teatro medioeval... La historia nos habla de los «Autos del Nacimiento», del «Oficio de la Estrella», del «Canto de la Sibila/Cant de la Sibil-la (en mallorquín)», que todavía hoy anuncia en Mallorca la llegada del Mesías. La vida de Cristo, de místicos autores, inspira a poetas, artistas y escritores, y se extiende por Europa durante el siglo XII. La Natividad del Señor se traduce con el arte en formas y color.
Francisco de Asís convertirá el Misterio en vida y dará al Pesebre un gran sentido humano: «Quisiera hacer una especie de representación viviente del nacimiento de Jesús en Belén», dice a su amigo Juan Vellita, próxima la Navidad de 1223.
Bajo la bóveda celeste, Francisco prepara el pesebre, y sobré el pesebre un altar. Las campanas de Greccio llaman a Nochebuena. Pastores y campesinos, con antorchas y rebaños, plena alegres aquella tierna escena de la Navidad.
Con este episodio, Francisco de Asís populariza el Pesebre. Pero sólo a mediados del siglo XV, se designará con tal palabra latina —«praesepe»— la escena del nacimiento de Jesús en Belén de Judá.
Y si por pesebre entendemos, no la mera representación, sino el conjunto decorativo que se arma por Navidad y luego se desmonta, hay que esperar hasta 1562 para encontrar en la Iglesia de los jesuitas, en Praga, el primer Belén que registra la historia. Cinco años después, aparece el primero de carácter familiar, de la duquesa Constanza d'Aragona.
En alas del arte y de la fe, pronto se extiende y populariza la costumbre por Europa. De su raigambre popular nos hablan las calles y hosterías del Tirol dedicadas al Belén, la «Vía dei Figurari» en Nápoles, la del «Bambinai» en Palermo...
Y llega la edad de oro del Pesebre, en el siglo XVIII, bajo el impulso de un monarca —Carlos III—, mecenas y pesebrista, quien regirá por años los destinos de Nápoles y luego los de España. En 1739 construye la fábrica de porcelanas Capodimonte y propaga por la Campania las figuras y pesebres que modela con su esposa María Amalia.
El ejemplo del munífico señor cala en la aristocracia y en el pueblo, admirados del trabajo de sus manos, y se forma la rica escuela del «Presepio Napolitano». Arte, colorido, tipismos, religiosidad, se funden con la cerámica y la «terracotta», en una versión napolitana del Evangelio, que dibuja lo humano y divino de la Navidad.
Con alguna influencia de aquella escuela y del monarca, florece el arte pesebrístico por Austria, Alemania, Portugal y España, si bien antes, en el siglo XVII, Lope de Vega monta su Belén con figuras de cera.
Pero tuvo que llegar el barroco para que el pesebre español alcanzara su madurez —sólo superada por el catalán Amadeu—, no sin antes haber conquistado el corazón de la América hispana y morena, donde se desarrolla una pluriforme escuela: Quito, Lima, México, Bogotá, Mérida, Trujillo... Cada pueblo traduce el Nacimiento de Jesús a su arte y manera.
A dos mil años de luz, la humanidad espera... Espera el eterno mensaje de amor y de paz que el dios de la técnica no ha podido dar. Violencia, injusticias, drogas, crueldad... oprimen al hombre. No hay tregua en el mal.
A dos mil años de luz, el eterno pesebre de la Navidad recuerda el camino de humildes pastores y el eco repite: Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis/Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, gracia a los hombres y paz.
Texto del P. Juan Vives Suriá (Barcelona/España, 1924 - Caracas, 2004) en "El Nacimiento", publicación dirigida por Aquiles Nazoa y editada por la Compañía Anónima Teléfonos de Venezuela (CANTV, Caracas, 1971).
La Navidad tachirense de tiempos ya olvidados
Con noviembre se despedía el mes de los muertos, las noches de los rezos para pedir por el eterno descanso de padres y familiares fallecidos y los muertos que no tenían deudos en el mundo.
Al entrar diciembre, el cielo de San Cristóbal y de los demás pueblos y aldeas tachirenses, parecía más azul, más alto, más cielo. Un aire alegre hacía cosquillas, envolvía a los hombres trasnochados y a las mujeres madrugadoras que se encontraban en las desiertas calles cuando regresaban los unos de la simple bohemia pueblerina y encaminaban las otras sus pasos a la iglesia donde la pólvora con el tronar de morteros y voladores (cohetes) así como la música del órgano y el coro de pastorcitos y sus villancicos, acompasaban la palabra del predicador que hablaba ahora de la alegría de la Natividad y del misterio de Belén, en las madrugadoras misas de Aguinaldos (vieja castellanización de la medieval expresión francesa "au gui l'anne neuf" que describía el Muérdago de Navidad y Año Nuevo).
Un día, muy de mañana, los corredores y las salas de las casas veían el constante ir y venir de sus moradores en la búsqueda y preparación del eterno plato de la Navidad venezolana: las hallacas. Los hombres, trabajando en el retocar y pintar de la casa o «componiendo» (descomponer) el cochino (cerdo) que se serviría en la mesa familiar. El suave olor de ponche (licor dulce tachirense) junto al del brandy, indicaban que ya todo estaba listo.
Por igual al romper el hervor del dulce de lechosa (papaya), su aroma impregnaba de exquisita alegría los días de Navidad. Las casas quedaban invadidas por todos estos aromas, sumados al perfume del gusanillo (florecilla silvestre), manojos de viravira (florecillas blancas de los páramos) y guinchos (bromelias) que habían traído de las montañas vecinas para el pesebre.
Eran las vísperas de la Nochebuena. Con el gusanillo, llegaban también cargas de musgo o de lama, como se decía en el lenguaje tachirense. Desde los primeros días de noviembre, las mujeres de la casa empezaban a sembrar, en vasijas, los granos de maíz para que otro verde formara parte del paisaje vegetal de pesebre, mientras que las más jóvenes de la casa buscaban, en los plantíos que rodeaban a la ciudad y a los pueblos, las espigas de la caña brava y las hojas secas para construir la choza del Niño Dios.
Otras mujeres, elaboraban con artístico trabajo rebaños de ovejas de anime con piel de algodón, sus paticas de palos de fósforo (cerillas) suizo y orejitas de cartón. Las más diestras en manualidades, confeccionaban las figuras más populares que se recreaban en el viejo pesebre tachirense: la figura del cotudo (quien padece de bocio) del pueblo, la pareja campesina con sus ruanas y sombreros, la lavandera de las quebradas, el zapatero, el cura y el jefe civil.
Competían estas artísticas figuras de anime, nacidas en el corazón de la ciudad de La Grita, con las diminutas figuras de los alfareros de Lomas Altas y Lomas Bajas de Capacho. Las figuras de barro de Capacho constituían las más depuradas, rica y expresiva manifestación del arte campesino, en donde un grupo de artistas de la arcilla creaban personajes y escenas que reflejaban en forma crítica y original el universo que les rodeaba.
En la noche del 24, la Nochebuena, después de la misa de Medianoche y antes de la cena que congregaba a toda la familia al calor del hogar materno, las manos de la nona o el nono (los abuelos) o del más pequeño o pequeña de la casa, colocaba en la cuna del pesebre la imagen del Niño Jesús, a la hora que se repite de año en año a través de los siglos cuando el coro de los ángeles proclamaba el Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Pesebre de la Iglesia Parroquial de Lobatera (Estado Táchira - Venezuela). Foto: Cosme Darío Hurtado Cárdenas, 2014. |
Así, al recapitular nuestras Navidades, las Navidades de tiempos ya olvidados, nos encontramos ante un hecho social que no exige mayor cuestionamiento: la devoción popular tachirense del pesebre reflejaba un clima social y un tiempo de sencillas alegrías y modesto vivir que congregó durante centurias, a las comunidades andinas.
El pesebre era el altar -así lo indicaba aquella lámpara de aceite (de tártago o ricino) que nunca faltaba junto al nacimiento- pero también la oportunidad de hacer presentes las obras del arte popular y de convertir al pueblo en una sola y única gran morada con todas las puertas abiertas para reunir a parroquianos que iban de casa en casa, bajo el mandato cristiano de paz y buena voluntad.