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viernes, 9 de febrero de 2024

Leyenda de la voz de los espíritus de las campanas de Lobatera (Mitos y leyendas del Táchira del siglo XIX) | The Voice of the Bronze Spirits in the Bells of Lobatera (Old Tachiran Tale from XIXth Century)







Samir A. Sánchez, Proyecto Experiencia Arte, 2013



«Si en este pueblo no suena la campana mayor/La Chiquinquirá se pondrá triste porque le falta lo mejor».

Versos tradicionales del siglo XIX, compilados por la maestra Srta. Delfina Sandoval (1901-1992) y referidos por ancianos en las tertulias que se daban bajo el viejo y ya desaparecido samán, en la plaza mayor (actual plaza Bolívar de Lobatera) en 1921.






Al trazar la historia de las antiguas campanas de Lobatera, los senderos del mito y del trabajo con rigor científico, convergen por vez primera en un juego de luces y de sombras sobre las más recónditas reminiscencias de nuestra memoria.


Viene el recuerdo, evocador de tiempos pasados y con él los últimos matices del atardecer en un espacio que, si bien está ahora contenido en el vacío, fue una vez la casona grande de mis abuelos. Y con ese recuerdo, vienen por igual las palabras del inmortal Lorca, para describir ese entrañable lugar: "... castos rincones que guardan un viejo rumor de nostalgias y sueños".


Allí, sobre ese espacio, reedifico una vez más mis juegos infantiles en torno al zaguán, patio, jardines, columnas y corredores que se levantaron sobre gastados enlosados de ladrillos viejos.


El aire, que pasa sin obstáculos por las ventanas y se adentra en la casa, trae el sosegado tono de la voz de la nona, quien en la espaciosa sala conversa con Don Florentino, sobre ya olvidadas faenas de la zafra y la molienda.


De repente, un doble de campanas silencia la conversa. Le sigue el constante repicar de una campanilla de plegaria que languidece.

– «Requiem aeternam dona eis, Domine», rezó la nona.

- «Et lux perpetua luceat eis», contestó Don Florentino.


Luego, como repitiendo las palabras de Hemingway, preguntó ella:


- «Por quién doblan las campanas».

- «Puede ser por Severiana la mujer de José Labrador, me contaron que se puso mala después de la dieta», respondió Don Florentino.


Y así, en un ir y venir de nombres y detalles, la conversación se encausó hacia las viejas campanas.

- «¡Qué sonoras y vibrantes son las campanas de Lobatera!», manifestó la nona.


De inmediato Don Florentino, de pie, algo encorvado por los años pero pleno de aquella sabiduría que da la experiencia, y luego de sumirse en una silensiosa reflexión, mirando hacia la torre por entre los herrajes de la alargada ventana que daba a la plaza, le contestó:

- «¡En el corazón de bronce de esas campanas, vive perenne el espíritu de nuestra tierra!».


La nona, si bien quedó un poco intrigada por tan enigmática respuesta, dejó que Don Florentino hablara:

-«Recordaban los nonos, en aquellas noches a la luz de la luna llena, que contaba la leyenda y las viejas del lugar que, las campanas de Lobatera, fueron hechas en una fragua próxima al camino del cementerio. Cada vez que encendían la misma para vaciar el bronce, poderosos vientos que bajaban de Monte Grande y Potrero de las Casas apagaban el fuego. Una y otra vez lo intentaron, una y otra vez se apagaba.


Un anciano arriero que a diario transitaba por el camino entre La Cabrera y el pueblo, se detuvo y les dijo: ‘¡Conjuro y exorcismo! ¡Conjuro y exorcismo con eso!’. Asombrados quienes fundían, por tan raras palabras, se acercaron y le preguntaron qué significaban.


Él les contestó: ‘El espíritu de las montañas que ha vivido y susurrado aquí por siempre, no descansará tranquilo hasta que su voz se funda y se libere en metal sonoro’. Luego, les explicó qué debían hacer: triturar una hoja de díctamo real sobre el cobre derretido, lo conjurará; la plegaria de un sacerdote anciano sobre el bronce ya batido, lo exorcizará’.


Así lo hicieron y los carbones avivaron la llama templando el bronce de tal manera que, al martillar el metal caliente sobre la piedra, repicaron con fuerza en prolongado, sonoro y susurrante sonido que cubrió todos los valles, quebradas, montes, ríos y peñascos de Lobatera».


Versión libre del mito o la leyenda de 'Los espiritus de la campana de Lobatera', reconstruida sobre la tradición oral transmitida por: Doña Maximiana Sandoval vda. de Sánchez, Lobatera (21 de febrero de 1908 - 6 de octubre de 2004) y Don Luis Florentino Zambrano Suárez, aldea Volador (11 de octubre de 1902 - 21 de julio de 1994).

Vocabulario

Ponerse malo: antigua expresión del lenguaje coloquial 
tachirense, empleada en siglo XIX y primera mitad del siglo XX, que significaba: enfermarse, caer enfermo.

Dieta: servía para identificar el puerperio.

Díctamo real: antigua yerba fragante que crecía al abrigo de los peñascos en las alturas de los páramos andinos tachirenses. Sus hojas y flores secas eran utilizadas por  aborígenes y criollos con propósitos mágicos o curativos.

Nonos: En el Táchira servía para identificar a los abuelos. Se desconoce su origen o probable vinculación con el término italiano nonno o nonna o el judío sefardí nono o nona (abuelo o abuela).





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Fotos: Darío Hurtado (2015). Óleo sobre lienzo de la Virgen de Chiquinquirá de Lobatera que se venera en el pueblo desde 1621. Campana mayor o "Chiquinquirá III" (de 1894) y antiguas campanas de 1839 (La central "Chiquinquirá II) que, con probabilidad, tal vez fueron las que sirvieron de urdimbre a la leyenda. Estas tres fueron robadas por los mercenarios del comercio ilícito del bronce en la madrugada del 13 de noviembre de 2018, y con ellas desapareció parte importante de la memoria y del patrimonio tachirense, cercenado en estos tiempos de oscurantismo.



© Proyecto Experiencia Arte│Experience Art Project 2012-2024. Algunos derechos reservados. Los derechos de autor de las fotografías pertenecen a cada fotógrafo, grupo o institución mencionada.


sábado, 4 de abril de 2020

Cuentos viejos de los nonos: "Don Roso y la parihuela" │Tachiran Tales from the Past: "Don Roso and the 'Parihuela' (Spanish for stretcher)"




Bernardo Zinguer (2020)



¡Miserere Señor, miserere!


En los tiempos de los nonos había un mal de la asadura que nosotros los gochos le teníamos miedo, se llamaba “el cólico miserere” y es que viendo la pelona cerca uno se agarraba al salterio y repetía el salmo Miserere, o sea pidiendo ¡misericordia!

Eso mismito fue lo que le pasó a Don Roso Sandoval Mora.

Don Roso fue muy querido por estas tierras de Lobatera y además era hermano de aquel padre que fue Monseñor José Teodosio Sandoval Mora, cura párroco de los Ángeles en La Grita, emparentado también con las Sandoval muy recordadas en Lobatera, y de paso con Don José Trinidad Mora que era más preparado que un almuerzo de Jueves Santo.

A don Trinidad se le podía preguntar de todo que de todo sabía, y les decía a los niños:

― La fe y la ciencia son la base de la razón.

Hasta un periódico sacó en Lobatera.

Pero no es eso lo que les vengo a contar. El cuento que les quiero echar es de cuando a Don Roso le dio el cólico miserere.

Tampoco es tan viejo, déjeme echar moya pa´ ver si me acuerdo, ahhhh ¡ya! eso fue en 1953 porque ese mismo año mi mamá se despachó de mi hermano Ezequiel y ese muérgano cumplió 67 hará uno días, yo era un sute treque pero muy entendido.
Nosotros éramos vecinos de los Sandoval Mora, que vivían pa´ ese entonces en La Molina, es que me recuerdo ole como si fuera ayer.

Un día la hermana de Don Roso empiezó a dar unos gritos al cielo diciendo que se le muere el hermano, todos salimos corriendo a ver qué pasaba.

Don Roso se agarraba el estógamo y estaba tumbao, y aunque se veía jipato, doña María decía que tenía calentura. Mano Hilario, el vecino de la toma de más allá, dijo que tal vez tenía un empacho y al ensuciar se le quitaba. Eso calmó los ánimos. 

Pero mano Saturnino que era más conocedor dijo con voz juerte:

― Esa vaina es el cólico miserere.

Todo el mundo se calló. Y ahí sí que las ayes de la doña fueron pior. Cuando recuperaron el aliento, Wenceslao dijo:

― Yo si paso a creer que lo de Roso es un miserere, y si no lo sacamos va a estirar la pata antes de lo que cante un gallo porque al miserere hay que andarle rápido. Mientras hacemos La Parihuela pa´ cargarlo, háganle leer el salmo.

Corriendito la doña le trae el salterio y empieza Roso a mascullar:

“Misericordia, Señor, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa".

Lista la parihuela, Don Anselmo grita:

― Muevan el julepe que Roso está pa´ despegarse.

Los hombres empiezan a cargarlo, Silvino comenta:

― Güenos mal que está la nueva medicatura y el médico Sierra, que todo el mundo le tiene fe porque es muy güeno, y aférrese Usté Rosito a Nuestro Señor, rece con fe el miserere que eso es milagroso pa´ ver si entre los dos lo sacan de esta.

A cada tramo un palo e´ miche blanco se pegaban los miembros de la procesión mientras van bajando al trote, camino a Lobatera con Roso a las costillas. Después de tanto caminar llegaron con el quejoso, la hermana de Roso se adelanta y le cuenta al doctor Sierra la novedad.

El doctor cuando nos ve venir con la parihuela sale corriendo pal carro de él y apela por una cámara fotográfica y le pide a la gente que esperen un tantico pa´ tomarle una foto cargando la parihuela, luego nos explicó que estaba haciendo un libro, muy letrado es ese doctor.

Como los hombres ya están pintones de tanto tomar miche claro, no se les da nada, al único que se escucha rezongar es al Abilio Morales que hablando pasito dice:

-Y que pa´ un libro que está haciendo, medio loco el doctorsito, que le va a servir esa joda pa´un libro.

Pero rapidito lo atiende y dice que tiene que operarlo es una “obstrucción”.

― ¿Y qué es esa joda doctor? Le pregunta mano Saturnino. 

― Pues eso es lo que ustedes llaman el “Cólico miserere”, respondió el doctor.

El toche de Saturnino mira a todo mundo como queriéndosela tirar de médico porque la pegó con el mal, ¡ja! pero nadie le paró bolas, ni que juera él que le va a echar cuchillo al pobre de Rosito.

No hubo tiempo de sacarlo al hospital de Colón ahí mismo en la Medicatura, el doctorcito con la ayuda de la enfermera le echó cuchillo, le quitó un pedazo de tripa picha y más de buenas el Roso, que de tanto rezar el miserere y ponerse en las manos del doctor Sierra vivió hasta los 82 años, pues había nacido aquí en Lobatera en 1905 y murió en el año 87. ¡Aquí mismo, ahí está! En el barrio donde el que entra acostado no vuelve a salir, al pasar la quebrada.

Los hombres contentos y pintones por haber salvado la vida de don Roso se regresaron hablando y riendo, pero de vez en cuando se quedaban callados, cada uno de recordaba estas palabras: "¡Miserere Señor, miserere!"


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Narración elaborada por Bernardo Zinguer, abogado, académico e investigador, a partir de una anécdota que le relató el Dr. Samir A. Sánchez, Cronista Emérito de Lobatera. Este narración fue publicada originalmente por el autor en su página del grupo de Facebook "Retazos históricos del Táchira" en abril de 2020. 




Don Roso Sandoval Mora (Lobatera, 1905 - San Cristóbal, 1987) en diciembre de 1924 luego de la ordenación sacerdotal de su hermano Mons. José Teodosio Sandoval Mora, en la Catedral de San Cristóbal (Estado Táchira). Foto que se conserva en el archivo fotográfico familiar de la familia Sandoval Zambrano.






Don Roso Sandoval Mora a su llegada a la Medicatura de Lobatera en una parihuela, un instrumento de transporte de enfermos en los Andes tachirenses desde la época colonial española hasta mediados del siglo XX. La foto la tomó el Dr. Clemente E. Acosta Sierra para ilustrar su libro "Distrito Lobatera. Estudio geográfico, económico y social de la zona", publicado en 1953 (Foto cortesía de Bernardo Zinguer, Retazos Históricos del Táchira, 2020).





Libro del Salterio, también conocido como Libro de los Salmos o Laudes. Forma parte de los libros canónicos de las Sagradas Escrituras. Un ejemplar como este, en edición de fines del siglo XIX, se encontraba en la casa de la familia Sandoval Mora en La Molina (Lobatera, Estado Táchira, Venezuela). Foto: © Google Book 2020. Edición e impresión de 1850.




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lunes, 2 de mayo de 2016

«El Buitre», el último bandolero de la frontera tachirense | ‘El Buitre’ (The Vulture), The Last Tachiran Frontier Bandit







«Diligencia de Carmona,/la que por la vega pasas/caminito de Sevilla,/con siete mulas castañas:/cruza pronto los palmares,/no hagas alto en las posadas;/mira que las huellas huellan/siete ladrones de fama./Diligencia de Carmona/la de las mulas castañas» (Fernando Villalón, poeta español, 1881-1930, Romances del ochocientos).

 



Difuminado entre la historia y la leyenda

Ignorado durante años y difuminado entre la historia y la leyenda; entre lo imaginado y lo acontecido, nos encontramos ante un cuento de camino cuya trama y urdimbre se formó a la sombra de la figura de «El Buitre», el último bandolero de la frontera tachirense del siglo XIX.

Taimado posadero de la Venta de El Salto, sus historias se sumaba a los tenebrosos mitos que envolvían las peñascosas y septentrionales alturas de la sierra de Cazadero, cruzada por el viejo camino real entre la Villa de San Cristóbal, el pueblo de San Antonio y las riberas fronterizas del río Táchira. Sus semiáridas cumbres y gargantas de quebradas, eran merodeadas por asaltantes, desertores, forajidos y bandoleros, desde el siglo XVIII. 



 

Panorámica de San Antonio del Táchira y del valle del río Táchira, desde el cerrito del Indio (Foto: Facebook, 2010, reproducción con fines didácticos).



Panorámica de San Antonio del Táchira, desde el cerrito del Indio, en 1929. Poco ha cambiado el paisaje natural, el urbano en demasía. Es el mismo paisaje del siglo XIX, cuando aún desde esta altura, se podía divisar, en la lejanía, cual trazo blanco, las aguas fronteras del río Táchira (Foto: Fuenmayor, en Álbum del Táchira, 1930, de Humberto Díaz Brantes s/p).


Reconstruir -para la memoria y para la aprehensión de la leyenda- este camino frontero y la importancia que tuvo como vía de comunicación y tránsito de mercancías –si bien siempre permaneció como un camino de recuas, por cuanto nunca tuvo holgura para carruajes- requiere el revolver viejos manuscritos.
 
Uno de ellos, es el informe topográfico elaborado por el Capitán Diego Fragoso, oficial del Estado Mayor del Ejército Español de Tierra y comandante de la V División del Ejército Expedicionario de Costa Firme, comandado en su totalidad por el Capitán General Don Pablo Morillo.
 
La V División permaneció acantonada en el actual territorio del Estado Táchira, durante la Guerra de Independencia, entre 1814 y 1820. En uno de los informes enviados a Morillo, con copia al Despacho Universal de Guerra y Marina en Madrid, en 1816, Fragoso escribió:
 
«5. Desde Quebrada Vichuta a la villa de Cúcuta/Desde Vichuta a la Ermita y villa de San Cristóbal, un cuarto de hora de camino bueno y llano, con casas a los lados del camino. Esta villa tiene 700 vecinos, con iglesia parroquial […]. La inclinación de los habitantes consiste en el comercio de carnes y mulas con los Llanos de la Provincia de Barinas; con Maracaibo en el de ropas, vinos y aguardientes. Y en estos mismos géneros introduciéndolos al Reino de Santa Fe, también de acero y hierro, con cuenta para las muchas haciendas que hay en aquellos valles.
 

Desde San Cristóbal se va a Zorca, que dista una hora de camino bueno, aunque de subida algo pendiente, con casas a derecha e izquierda. A la Quebrada o vados de Zorca hay una hora de buen camino, algo de subida suave y luego una pequeña bajada. La Ranchería dista una hora de subida suave, con piso de cascajo.
 

Desde aquí, al pueblo de Capacho hay una hora de camino bueno, malo y llano. Es pueblo de indios tributarios y tiene entre campo y pueblo 400 vecinos […].
 

A la Quebrada de Muares, un cuarto de camino, de bajada muy gredosa, penosísima en invierno. A la cuesta de Muares hay tres cuartos de igual camino. Aquí hay una quebrada llamada de Las Lomas, que se pasa dieciséis veces y es muy peligrosa en invierno. Desde la Quebrada de La Ovejera se va a la Cuesta del Rico, que dista ocho minutos, de subida y bajada muy pedregosa y expuesta en tiempo de lluvias. Al pie de la bajada hay tres casitas de palma y una de tejas, donde se hace tránsito generalmente. Desde aquí se va al Corral de Piedras, con alguna piedra y cascajo.
 

La huerta de Santiago Azpeitia está muy inmediata por camino llano, pero de piedra. Aquí se pasan cuatro vados de la Quebrada de La Loma ya dicha, hasta el Llano de la Marcela. Desde aquí comienza a subirse media hora de camino muy agrio, pendiente y gredoso, por una cuesta llamada de los Veros. 

Continúa subiendo otra media hora de camino tan agrio y pendiente como el anterior hasta llegar al riachuelo o la Quebrada del Salto. Síguese otra media hora de subida agria, aún más que las anteriores y de mayor resbaladero en tiempo de lluvias. Desde esta altura se descubren todos los valles de Cúcuta. Síguese el Alineadero, donde las mulas, arrieros y marchantes tienen que andar uno detrás de otro por lo escabroso del terreno, en un cuarto de hora del mismo camino, con muchísimo fango.

En este sitio, que es una meseta, es donde todos los pasajeros tienen que componer las cargas o sillas, porque en las penosas anteriores en ésta se descomponen. Desde aquí se desciende por una cuesta más larga que las anteriores, tres horas. Desde el Alinadero se viene al Cacahuital, que está media hora de camino muy pendiente y gredoso; luego se viene al Fical, bajando media hora tan pendiente como la anterior. Desde aquí al alto de las Cruces hay tres cuartos de hora de bajada, pero aún peor, hay aquí unas piedras llamadas lajas -como la suara de España- por encima de las que tienen que pisar las caballerías con mucha exposición de caerse.
 

A la Quebrada Seca hay media hora de camino suave, y bajada. De aquí, a tres cuartos de legua está el Cerrito del Indio, y Llano de San Antonio, de camino llano y buen piso. La parroquia de San Antonio de Táchira está un cuarto de legua: este es el último pueblo de la Provincia de Maracaibo, fronterizo del Reino de Santa Fe, que lo divide el río de Táchira que, aunque no es profundo, en invierno no se puede pasar en seis o más días: no tiene puente ni cuerda; sus corrientes son rápidas, las muchas piedras que arrastra y lo mucho que se extiende no lo permiten. Tiene una iglesia parroquial, un párroco y algunas capillas en diferentes sitios del pueblo y algo fuera de él. Tiene 800 vecinos. Sus producciones consisten en abundancia de cacao, reguladas en más de mil cargas, algún café, caña, maíz, trigo, legumbres, cría de ganados vacuno, lanar y cabrío y cerdos. Tiene comercio con Maracaibo de las producciones de él, por ropa, vinos, hierro y acero; también con la Provincia de Barinas, en ganados; con el Reino de Santa Fe en lienzos y mantas. La inclinación de los habitantes es a la agricultura […].
 

Los insurgentes vivieron en él un año, desde donde salían a oprimir los pueblos de la provincia de Maracaibo. La posición del pueblo es un ameno llano, pero por el Oriente tiene grandes alturas, aunque fuera del tiro de cañón. Sin embargo las tropas que mandaba un tal Yepes, en número de 2.000 insurgentes, se atrincheraron en 1812 en el Cerro de los Naranjos, de donde arrojó el Sr. Gobernador de Maracaibo Coronel Don Ramón Correa, con 600 realistas. También se atrincheraron en dicha altura, en frente de la de los Naranjos, dejando el Camino Real en medio de las dos trincheras. El párroco D. Bernardino Uzcátegui fue el que más se distinguió en la insurrección en este pueblo.
 
Desde el pueblo de las Dantas hay ocho minutos de camino llano y piedra. En invierno detiene los pasajeros. Al río que divide la Provincia de Maracaibo y Reino de Santa Fe hay ocho minutos de igual camino» (Relaciones Topográficas de Venezuela 1815 – 1819, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Centro de Estudios Históricos, Departamento de Historia de América, colección Tierra Nueva e Cielo Nuevo, volumen 31, Sevilla, 1991, pp. 295-299: Archivo General de Indias. Cuba, 898 A. Copia en Servicio General del Ejército. Caja 7. II, documento número 77. Sobre Santiago Azpeitia, referido en la relación, se conoce que en 1816 era el mayordomo de fábrica de la iglesia parroquial de San Pedro de Capacho, y su nombre completo era Lucas Santiago de Azpeitia (Archivo Arquidiocesano de Mérida, Visitas Pastorales, caja 5ta, "Actas de la primera visita al pueblo de Capacho, por su Señoría Ilustrísima Rafael Lasso de la Vega, 1816"). 




En indicador rojo, en las inmediaciones de la confluencia de la quebrada El Salto con la quebrada La Capacha, señala el espacio donde -con probabilidad- estuvo ubicada la posada o venta del Salto, en el trayecto más alto del camino real entre San Antonio del Táchira y la Villa de San Cristóbal, en los siglos XVIII y XIX (Foto: Imagen satelital en ortofotografía, Google Maps, 2016, reproducción con fines didácticos).






Mapa de la jurisdicción de Maracaibo, Año 1790. Detalle del espacio territorial correspondiente al occidente del actual Estado Táchira. En este trayecto, la línea fronteriza que separaba las jurisdicciones de la Capitanía General de Venezuela y el Nuevo Reino de Granada o Virreinato de la Nueva Granada, corría por los ríos Táchira, Pamplona y Zulia. Los centros y lugares poblados, representados en el mapa, en jurisdicción de la provincia de Maracaibo o de Mérida de Maracaibo, son: San Antonio, Capacho, Mulata, San FaustinoSan Cristóbal, Táriba, Guásimos y Lobatera. Asimismo, la cadena montañosa que atravesaba este territorio se consideraba como el inicio de las Sierras Nevadas, actualmente denominada Sierra de Mérida.  El original del mapa, elaborado por topógrafos militares, de fines del siglo XVIII, se encuentra en el Servicio Cartográfico del Ejército Español, Centro Geográfico del Ejército. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos, Cartoteca Histórica. Madrid, 1997 (reproducción con fines didácticos).


Ahora, sobre este contexto geográfico, dejemos correr la narrativa de 1930:
 
«Por los años de 1840 y 1850 emergió como planta tóxica, entre los pavorosos y estériles peñascos de El Salto, siete kilómetros de San Antonio por la vía de recuas que conduce a San Cristóbal, el célebre bandido Mejía, cual el forajido Erazo de Berruecos, o mejor, la pantera cebada y feroz de aquella comarca, apodado el Buitre! 

Bajo los caracteres de la más tremenda alevosía, fueron muertos por aquel facineroso malhechor, sinnúmero de viajeros que desgraciadamente se hospedaron en la casa-guarida que, en calidad de posada obligada, tenía tan sanguinario posadero, taimado y ladino, quien como buitre rapaz y al amparo de las sombras de la noche, apagaba su sed de sangre y oro en los infelices transeúntes que caían en sus feroces garras, degollándolos cuando dormían y arrojando incontinenti los cadáveres a un sótano o cueva horadada ad hoc a inmediaciones del precipicio que allí existe.
 
Entre las víctimas notables hechas por el bandido Mejía, cuéntase un sacerdote que viajaba de Mérida a Pamplona, y dos ricos comerciantes de La Grita y Trujillo, quienes provistos de fuertes sumas de dinero, se dirigían a algunos pueblos de Colombia en viaje de negocios.

Hasta el año de 1856 fue teatro ‘El Salto’ de las lúgubres tragedias del malhechor Mejía. Todo tiene su fin. Para dicho año el valiente capitán Manuel Jacinto Martell, quien viajaba de Caracas por esa vía para Colombia, habiéndose hospedado en la casa del bandido pudo milagrosamente salvarse y descubrir el misterio que hacía tantos años velaba una incógnita. Dando Martell al siguiente día noticias a las autoridades de San Antonio, de lo ocurrido a él y a su asistente en la noche anterior en el punto de ‘El Salto’, aquella fiera humana fue aprehendida, e instruido el sumario, fue remitido a la Penitenciaría de Mérida donde debía purgar sus atroces delitos; pero en el viaje, no lejos de La Grita, en la cuesta de Aguadía, pretendiendo romper las ligaduras que lo asían con el fin de fugarse, uno de los soldados de la escolta que lo conducía, disparó sobre él, cayendo exánime para jamás levantar. Así quedó exterminada aquella hiena del seno de la humanidad; habiendo quedado su cuerpo tendido allí, insepulto, el cual sirvió de lúbrico festín a los rapaces cuervos!».

¿Cómo se conservó este relato? Entre 1928 y 1929, un avezado periodista chileno, Humberto Díaz Brantes, recorrió el Estado Táchira, en compañía del fotógrafo tachirense Rafael Vicente Dulcey, captando imágenes y escritos para su obra «El Estado Táchira, Álbum Gráfico, 1930», impreso en los talleres de la tipografía Americana, de P. Valery Risquez, en Caracas.

En colaboración para este trabajo, Díaz Brantes obtuvo un amplio informe histórico, físico y cultural del Distrito Bolívar –actual Municipio Bolívar- y su capital San Antonio del Táchira, redactado por un olvidado historiador y escritor sanantoniense, Don Manuel S. Albornoz. Allí quedó, minuciosamente relatada la leyenda de «El Buitre de El Salto».




Don Manuel S. Albornoz, historiador sanantoniense quien recopiló la leyenda de El Buitre de El Salto, en 1929. Para ese fecha ejercía el cargo de Secretario del Concejo Municipal de la ciudad de San Cristóbal (Foto: Fuenmayor, Álbum del Táchira, 1930, reproducción con fines didácticos).


 

Circunstancias y paisajes

Las circunstancias y paisajes que la envolvieron y enriquecieron, son reales y aún permanecen.

El capitán Manuel Jacinto Martell existió. Probablemente zuliano, estuvo casado con Manuela Balante y fue padre de Manuel Jacinto Martell Balante, fallecido en 1902. El capitán Martell había nacido a fines del siglo XVIII y debió fallecer antes de 1860. Se conoce que, como Teniente Coronel, fue secretario privado de El Libertador en 1821 (Tomás Cipriano de Mosquera, Memoria sobre la vida del General Simón Bolívar, Consorcio Editorial, 1940, Bogotá, p. 694) y miembro de una junta militar, presidida por el General Rafael Urdaneta (Historia del Estado Zulia, volumen 2, ediciones del Banco Hipotecario del Zulia, Maracaibo, 1973, p. 75).

Por igual, en 1880 –luego del devastador terremoto de 1875 que inutilizó una considerable parte de los recodos de la vía, se lograron esquivar los bicentenarios peligros de ese camino y sus leyendas. Por iniciativa privada de comerciantes y hacendados de la región, el abrupto trayecto del alto de El Salto (a 1.200 m.s.n.m), dejó de transitarse.

De Capacho, se desvió el camino  al abrirse uno nuevo hacia la frontera tachirense, que seguía una de las orillas de la quebrada Capacha hasta su encuentro con las aguas de la quebrada del Hato -en el actual sitio poblado de Hato de la Virgen- la cual seguía para continuar luego por un único ascenso hasta la cumbre del cerro Las Pilas (a 940 m.s.n.m), en la fila montañosa del Verde. De allí, descender, con mayor facilidad, hasta los valles de Ureña y San Antonio del Táchira, pasando por los sitios más seguros y poblados, de La Aguada y Las Tienditas. 


Aún, para 1890, la ruta del camino de El Salto se continuaba utilizando con alguna frecuencia -entre peligros y riesgos-, tal como se evidencia de las memorias del comerciante alemán Heinrich Rode: 


«Cada dos semanas cabalgaba yo de Cúcuta a San Cristóbal para visitar a Alice- Salía los sábados por la tarde entre las 4 y las 5, cuando tenía felizmente tras de mí el día más pesado de la semana: el día de mercado. Pernoctaba en San Antonio (allí empieza la montaña) la primera noche, después de dos horas de camino, y seguía rápidamente en la madrugada hacia San Cristóbal; o aprovechaba las noches de luna llena para llegar a Las Lomas, Capacho o hasta el propio San Cristóbal. Pasaba el domingo con Alice y regresaba por la tarde, ya que los lunes temprano era necesaria mi presencia en Cúcuta para el despacho del correo. Viajaba entonces entre 16 y 18 horas, durante el tiempo comprendido entre la tarde del sábado y la madrugada del domingo. /Algunas veces la lluvia dejaba los caminos de montaña en tan malas condiciones y las noches eran tan oscuras, que el caballo no quería seguir; simplemente se quedaba parado y yo colgaba de la silla dormido y con la mano sobre el revólver. En una ocasión, de regreso a Cúcuta, tuve que pasar la noche en un tugurio de El Salto, peligroso y notorio paso de montaña. Dormí en el suelo con la silla como almohada, y casi me dio un tiro un borracho que regresaba a casa, creyendo en su ebriedad que yo era amante de su esposa» (RODE, Heinrich, Los alemanes en el Táchira, siglos XIX y XX, Memorias de Heinrich Rode, 1854-1918, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, Nº 106, título original “Lebenserinnerunggen, aufgezeichnet von Heinrich C. L. Rode, Hamburg, 1917-1918”, reeditado por la Fundación Editorial Simón Rodríguez de la Gobernación del Estado Táchira, San Cristóbal, 2009, pp. 91-92.

Los dos antiguos caminos, el real del siglo XVI y el nacional de 1880, desaparecieron como rutas de comunicación regulares, luego de la apertura de la carretera Trasandina, en 1925, que desviaba toda la comunicación de la capital del Estado con la frontera, a través del caserío El Recreo y Las Dantas, hasta San Antonio del Táchira.

No obstante, el paisaje del primer camino real de la frontera, permanece impertérrito ante la acción de los nuevos bandoleros, los del siglo XXI, especie de 'terrófagos', devoradores de la naturaleza y de sus aguas. Sólo los ancianos del lugar, dubitativos, alcanzan a identificar las ruinas de la venta con el paradójico nombre de altos de Casa Nueva, pero por igual recuerdan, respetan y señalan el camino.

Aislado, ya olvidado y no transitado, ha sido cubierto por la hierba y en sus alturas permanecen en pie los cimientos de la posada junto a una parte de sus rústicos muros de piedra, sólo conmovidos por el hálito fantasmal de quienes allí murieron.

En cuanto a la quebrada de El Salto, la misma continúa su multimilenario caer desde lo alto de los peñascos del Alineadero, en admirable y musical cascada, sobre un suelo cubierto de hierba y algunas flores silvestres, golpeadas con vehemencia por el deshojador viento del poniente.

Aún, entre estos solitarios parajes, intemporales a escala geológica, todo aventurero tiene la oportunidad de poder reencontrarse con el viejo espíritu del Táchira, el de sus mitos y leyendas. 



  

Panorámica de San Antonio del Táchira y el valle del río Táchira, para 1980. A la izquierda del observador, las primeras estribaciones o piedemonte de la Sierra de Cazaderos; en el plano de fondo, hacia el sur geográfico, el inicio de las elevaciones cordilleranas que finalizan en la serranía y macizo del Tamá (Foto: Cortesía del Ing. Beat Meier, Olten, Schweiz, 2016 [http://www.panoramio.com/user/2661203?with_photo_id=126793543]).





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