Sumario: 1. Estudio histórico-artístico; 2. Orígenes, donantes y teología; 3. Descripción física y dimensiones o La bellezza è nei dettagli (La belleza en los detalles); 4. Materiales y técnicas; 5. Epílogo.
1. Estudio histórico-artístico
La conmemoración del cincuentenario de la
coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba,
ha supuesto el reencuentro con una de las realizaciones artísticas más valiosas
de la historia tachirense, de extraordinaria riqueza: la corona votiva de
Nuestra Señora de la Consolación de Táriba. La misma resulta una obra maestra del arte universal, de
inefable belleza, producida por la alta orfebrería venezolana de mediados del
siglo XX.
Por primera vez ha podido ser examinada
y documentada para su valoración artística, por un equipo interdisciplinario conformado
por el Pbro. Pedro Fortoul, vicario-cooperador en la Basílica Menor de Táriba; Samuel
Carrillo Clavijo y Samuel Carrillo hijo, especialistas en restauración de arte sacro;
Samuel Trevisi, fotógrafo profesional y gemólogo, y Samir A. Sánchez, historiador
de arte de la Universidad Católica del Táchira.
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
2. Salve corona gloriae... Orígenes,
donantes y teología
De la información obtenida y calificada, se puede
precisar que esta obra fue realizada en la ciudad de Caracas por un maestro
joyero-orfebre, en 1966 y su elaboración como joya simbólica, respondió al
cumplimiento de una promesa episcopal de Mons. Dr. Alejandro Fernández Feo Tinoco
(1908-1987), tercer obispo de la Diócesis de San Cristóbal, quien manifestó:
«dedicar sus mejores esfuerzos de Pastor Diocesano a la promoción del culto y honor de la devoción de María Santísima en esta Diócesis, si el favor y la misericordia de la Madre celestial ponían su mano intercesora en los proyectos y las obras de un nuevo Seminario […] Apareció en la colina de Toico casi como una dádiva selecta y llena de gracia de la bondad de María Santísima, y sobre ella florecieron las estructuras de edificaciones funcionales y amplias donde han de plasmarse con el tiempo sacerdotes no sólo para el Táchira sino también para toda Venezuela» (Homilía del Sr. Obispo en la Basílica de Ntra. Sra. de la Consolación de Táriba, el 15 de agosto de 1965).
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
Así, y como ofrenda a la magnificencia divina para
quien la belleza es, en cierto sentido, expresión visible de todo bien, la áurea
corona fue colocada sobre la antiquísima imagen en retablo de Nuestra Señora de
la Consolación de Táriba, una vez recibido el mandato pontificio contenido en el
Breve «Alacres Dei» de Su Santidad Juan XXIII, fechado el 9 de noviembre de
1959 [Acta Apostolicae Sedis, 52,
1960, pp. 336-337 (Ecclesia
B. Mariai V., vulgo Nuestra Señora de la Consolación, appellatae, in urbe Táriba,
Dioecesis S. Christophori in Venetiola, privilegiis Basilicae Minoris Honestatur, Datum Roma die XX in mensis Octobris, MDCCCCLIX)]. La ceremonia tuvo lugar en el atrio de la Basílica Menor,
en Táriba, en la tarde-noche del domingo 12 de marzo de 1967, de manos del Legado Pontificio
S.E.R Mons. Dr. José Humberto Quintero (1902-1984), Arzobispo de Caracas y
Cardenal Primado de Venezuela.
La elaboración de esta corona se pudo ejecutar
gracias a las donaciones y exvotos en metal noble, perlas y piedras preciosas y
semipreciosas, del pueblo católico tachirense. Todo un testimonio de devoción cuya
memoria quedó registrada en el «Libro de Donaciones para la Corona de Nuestra
Señora de la Consolación de Táriba» (Archivo Parroquial de la
Parroquia-Basílica Menor de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba), iniciado
el 2 de octubre de 1959 con la primera donación presentada por Mons. Dr.
Alejandro Fernández Feo Tinoco y cerrado el 14 de marzo de 1967 con la última,
realizada por el Prof. Simón Candiales, del Liceo Simón Bolívar de San
Cristóbal, recordado afectuosamente por la generación liceísta de la época,
como «El Teacher Candiales».
Este sentimiento de veneración y fervor religioso,
que ha movido por generaciones el corazón del pueblo tachirense católico desde
hace más de cuatrocientos años, halla sus raíces fundamentales en las Escrituras:
«El Señor habló a Moisés diciendo: Di a los israelitas que reserven ofrendas para mí. Me reservarán la ofrenda de todo aquel a quien su corazón mueva. De ellos reservarás lo siguiente: oro, plata y bronce; púrpura violeta y escarlata, carmesí, lino fino, pieles de carnero teñidas de rojo, cueros finos, aceite para el alumbrado, aromas para el óleo de la unción y para el incienso aromático, maderas de acacia, piedras de ónice y piedras de engaste [...] Que vengan los artífices hábiles de entre ustedes [...] Porque yo el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Éxodo, 20: 1-2; 25:1-9 y 35:4-10).
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
Ησυχία... el silencio sonoro de los misterios de Dios (San Ignacio de Antioquía)
Sin soslayar esa
tradición veterotestamentaria, la primitiva iglesia cristiana –desde las cartas
de San Ignacio de Antioquía (c. 35-107. Carta a los efesios [Ad Eph] 19, 1-2) hasta el Concilio de Nicea, en el 325
d.C.-, al establecer que en Cristo la naturaleza divina como humana coexisten
inseparablemente en su persona o, en otras palabras, el Hijo es consustancial
con el Padre, definía uno de los dogmas de fe cristológicos fundamentales de la
cristiandad y de su arte:
En consecuencia, tanto en las elaboraciones artísticas de la Iglesia latina como en la bizantina o griega, se realzó la divinidad y la realeza de Cristo, representándolo en las pinturas y mosaicos bizantinos como pantocrátor o emperador-gobernador universal u omnipotente, y en las imágenes latinas como rey-juez supremo y universal.
«Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum et ex Patre natum ante omnia saecula, Deum de Deo, Lumen de Lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem omnia facta sun: / Creo en un solo Señor, Jesucristo. Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho […]» Symbolum Nicaeno Constantinopolitanum.
En consecuencia, tanto en las elaboraciones artísticas de la Iglesia latina como en la bizantina o griega, se realzó la divinidad y la realeza de Cristo, representándolo en las pinturas y mosaicos bizantinos como pantocrátor o emperador-gobernador universal u omnipotente, y en las imágenes latinas como rey-juez supremo y universal.
Derivado de la anterior cristología,
se dio un proceso de hermenéutica en la época de la Patrística o el tiempo de
los Santos Padres, pensadores y autores cristianos anteriores al siglo VIII,
entre los cuales destacó San Agustín. En sus exégesis, se interpretaba que la condición
regia de Cristo sólo se podía comprender a partir de la Epifanía, entendida como
una verdadera teofanía, esto es, la revelación de Jesús Cristo-Dios a los
gentiles como el Salvador del mundo y como manifestación de su realeza divina.
De allí, en una
correspondencia conforme a la razón, quedó interpretado que «María Theotokos» -palabra
griega para expresar la idea de Madre de Dios-, dogma establecido en el
Concilio de Éfeso (431 d.C), era copartícipe de la condición regia de Cristo y
su obra de salvación. Por esta interpretación, ella comenzó a ser considerada
como una figura capaz de interceder por la humanidad como lo había hecho en las
bodas de Caná («Al quedarse sin vino, por haberse acabado el de la boda, le dijo a Jesús su madre: "No tienen vino"», (Jn. 2, 1-5) y, por hiperdulía, digna de ser coronada como reina
y madre.
La fundamentación neotestamentaria
de esa relación, quedó fijada en la exégesis y hermenéutica del pasaje de la Anunciación cuando el ángel llama a María, directamente, no por su nombre sino por las palabras "Llena de gracia" ["Dios te salve, oh llena de gracia (en griego, Kejaritomene), el Señor es contigo (Lc 1, 28)] y del pasaje de la
Epifanía, en San Mateo, (2, 10-11):
«Al ver la estrella se alegraron mucho, y, habiendo entrado en la casa, hallaron al niño que estaba con María, su madre. Se postraron para adorarlo y abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
3. Descripción física y dimensiones o La bellezza è nei
dettagli (La belleza en los detalles)
En principio, se debe señalar que el autor estableció como leitmotiv o patrón en el diseño de toda la obra a la figura heráldica de la flor de lis (el lirio o azucena), en múltiples formas. Así, la corona votiva de Nuestra Señora de la
Consolación de Táriba se corresponde con una corona real, cerrada, de tamaño
natural y estilo historicista por cuanto reproduce –en una combinación original
y armónica, haciendo más delicados y finos los rasgos- las características
formales presentes en las coronas reales europeas continentales occidentales y
en las coronas reales inglesas de los siglos XVII y XIX, en específico las
denominadas «de San Eduardo» (St. Edward's Crown) e «Imperial» (Imperial State
Crown), que se exponen en la Torre de Londres. Es una obra singular por presentar seis semiaros imperiales a diferencia de las coronas británicas, que tienen cuatro y las europeas continentales que tienen ocho. En el trazado del diseño de las partes que la conforman encontramos también notables similitudes con la histórica corona del arte colonial del sur del Nuevo Reino de Granada (actual Colombia), la denominada "Corona de los Andes" (elaborada en 1599 para el retablo de Nuestra Señora de la Asunción, en Popayán), que se encuentra en la actualidad en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
En términos generales, su estado de conservación es
óptimo si bien su primer avatar dejó tres micro fisuras y una leve inclinación
de la cruz, producto de la brusca caída sufrida el mismo día de la coronación
canónica, a consecuencia de un manejo inadecuado de la misma.
Estos daños fueron corregidos por medio de la
técnica de fijación y unión imperceptible, seguida por los antiguos orfebres -para
no afectar la estructura original- en el primer proceso especializado de conservación
al cual fue sometida, realizado entre el 20 de enero y el 10 de febrero de 2017,
por los restauradores tachirenses de arte sacro Sr. Samuel Carrillo Clavijo y Samuel Carrillo hijo, con ocasión de los preparativos para la celebración del
cincuentenario de la coronación.
La obra no presentó ningún signo inciso o marca
personal (firma) del autor, según era la tradición de los maestros plateros y
orfebres.
Está articulada siguiendo las tradicionales partes de
las coronas regias, en aro, florones, diademas, orbe, cruz y bonete (sin borde de armiño). Sus dimensiones quedan
comprendidas en 18,2 cm de diámetro; 38 cm de altura; 58 cm de circunferencia
inferior o menor; y 90 cm de circunferencia mayor o superior, con un peso total
de 1.600 kilogramos.
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
4. Materiales
y técnicas o La
più grande bellezza del giglio (La gran belleza de la flor del lirio, de lis o de la fleur-de-lys)
Realizada en hilos de oro unidos, sin esmaltes, de
diferente grosor en un remarcado diseño simbólico que parte de la constante presencia en toda la obra de la silueta, contorno y/o forma de la medieval, mariana y heráldica flor de lis. Esta representación iconográfica tiene su origen más remoto en un texto del Cantar de los Cantares (2:1-2) cuya simbología mariana resaltaba el privilegio de María entre las mujeres de Israel y el abandono a la voluntad de Dios. En la Edad Media fue relacionada con la Inmaculada Concepción, al representar el color blanco del lirio la pureza de María y los tres pétalos superiores la jaculatoria devocional: «María es Virgen antes del parto, en el parto y después del parto».
Así, toda la corona fue ordenada en un trabajo de ensamblaje de formas flordelisadas, en metal noble cerrado y calado según la
antigua técnica de la filigrana. Presenta 168 engastes en perlas y piedras
preciosas distribuidas en esmeraldas, aguamarinas, brillantes, zafiros, rubíes,
topacios y amatistas, debidamente seleccionadas, talladas y pulidas con maestral
pericia.
Al ser expuestas al contraste de un foco de luz
directa o de luz cenital, todas exhiben, sobre el marco de oro, una gama de
colores prismáticos que se esparcen en un intenso y centelleante brillo de
imponente majestuosidad.
En lo que respecta a los métodos de ensamblaje de
las partes, éstos se lograron a través del uso de soldadura en oro
imperceptible y de micro tornillos, por igual áureos y arandelados.
La primera parte o sección base, el aro, con un
diámetro de 18,2 cm, altura de 4 cm y circunferencia de 58 cm, está estructurado
en tres series de eslabones superpuestos y calados, el inferior y superior con una serie de flores de liz diagonalizadas y estilizadas, y rematado el último con
un engaste con veinticuatro perlas. El aro central está conformado por una cadena de
flores de lis heráldicas en posición perpendicular, destacando –en su sección frontal y rodeada por un
marco de doce brillantes en óvalo- la «Amatista Alejandro», gema que recibe
esta denominación por haber sido presentada como principal exvoto por Mons. Dr.
Alejandro Fernández Feo Tinoco. La misma, originalmente, formaba parte del anillo
episcopal –el annulum, fidei scilicet
signaculum- que le fue impuesto el día de su consagración episcopal, el 24
de agosto de 1952. Asimismo, es importante acotar que, en el presente trabajo, se entiende como gema todo mineral, cristal, roca o producto orgánico [perlas] que luego de cortado, tallado y pulido presenta una singular belleza y color.
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
Sobre el aro, y con una máxima altura de 4 cm,
fueron colocados y ordenados doce florones, alternados en seis grandes con figuras
florales flordelisadas - y ya explicado previamente, es el símbolo teológico de la pureza e inmaculada concepción
de María- y seis pequeños en forma de estrella mariana de seis puntas [símbolo que procede de una de las invocaciones a Nuestra Señora -como mediadora- de las Letanias lauretanas de 1587 aprobadas por Sixto V, Ave Maria, Stella matutina/Dios te salve María, estrella de la mañana], radiadas
y centradas en torno a una gema engastada.
De los florones principales parten tres grandes
diademas que forman arcos imperiales deprimidos, característicos de las coronas para uso
de reinas por cuanto marcaban la impronta femenina de la obra. Estos arcos
forman a su vez seis semicírculos con una altura máxima de 17,5 cm, y
separados, cada uno, por un espacio de 13,5 cm.
Sus formas son sinuosas a partir de las figuras de roleos
vegetales barrocos que se erigen alargados, calados y torneados, semejando una especie
de amplio astil moldurado por gollete y nudo, todo engastado en piedras
preciosas. Sobresale entre estas piedras, en la sección superior de la diadema
frontal, un diamante de considerable tamaño y altísima pureza.
Las tres diademas, encorvadas hacia sus centros o
extremos superiores, convergen bajo una esfera formada por aros armilares que representa el orbe. Este posee una altura de 3,6
cm de altura, en oro calado y con engaste de piedras preciosas en su hemisferio
superior; gemas azules y verdes que evocan la Escritura: «Y llamó Dios a lo seco "tierra", y al conjunto de las aguas lo llamó "mares"; y vio Dios que estaba bien» (Génesis 1:10). Destaca en el ecuador de la sección frontal del orbe, una gema esmeralda
de pureza excepcional.
Foto: Samuel Trevisi (2017)
Sobre el orbe, el artífice colocó –como remate
solemne - una cruz latina perfecta, calada, de 8,9 cm de altura y 5,6 cm de
largor entre los extremos de sus brazos horizontales. Del encuadre salen cuatro
haces de oro de tres rayos rectos alternados, que finalizan en diamantes. La
cruz está engastada, en un armónico espaciado, con siete corindones sintéticos Verneuil o zafiros sintéticos rosados (fabricados por la alta joyería francesa desde 1902),
de un ligero color rosa luminoso, y conocidos como «Rosa de Francia» por su color que es similar a la flor denominada "Rose de Damas" o "Rosa de Damasco", por los franceses.
Resulta importante acotar que la figura de la cruz,
como símbolo regio, representaba desde la época carolingia, el antiguo ideal de
imperio de la fe en Cristo, descrito y cantado en los primeros versos del himno
romano Laudes Regiae, que data del siglo VII, el Christus vincit!
Christus regnat! Christus imperat!
La cruz, al presidir la corona, pasó a simbolizar
por igual, que esta fe debía ser protegida y defendida por los monarcas,
aspecto que derivó -en parte- como sustentación teórica para la doctrina
medieval del derecho divino de los reyes, práctica que permaneció hasta los
inicios del siglo XVIII.
En cuanto al estilo seguido por el artífice para la
elaboración de la cruz, el maestro joyero-orfebre optó por el historicista, al reproducir
el modelo de los antiguos pectorales episcopales tridentinos barrocos, según se
describían en el libro del Cæremoniale Episcoporum (que data de una disposición de Clemente VIII, de fecha 14 de julio de 1600).
La corona, a su vez, está montada sobre un
bonete regio, conformado por una tela noble, en terciopelo azur o azul
rey.
Como joya del arte sacro y del patrimonio cultural artístico
eclesiástico tachirense, tanto para su conservación como seguridad, la corona
permanece resguardada en bóvedas bancarias, siendo únicamente expuesta -sobre
el relicario y la imagen sacra- en todas las celebraciones marianas solemnes
que lo requieran.
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
5. Epílogo
Una vez reunida la documentación e información –recopilada
hasta la fecha- sobre la corona real votiva de Nuestra Señora de la Consolación
de Táriba, Proyecto Experiencia Arte
incorpora a la Historia del Arte, en síntesis sucinta, este patrimonio
universal invaluable de la antigua tradición de la orfebrería y joyería. Lo
intrincado del trabajo artesanal en metal noble y gemas, deja
al descubierto aquel aspecto que denominaron los historiadores de arte
italianos: «la bellezza dei dettagli» (La belleza de los detalles).
La factura singular y única de esta corona votiva, así
como su valor espiritual, la convierten en uno de los más valiosos legados
culturales del Estado Táchira.
Manifestación de arte y de fe que recoge en su
esencia las convicciones religiosas de una época, esta obra ha de continuar simbolizando
-como referente- los valores originarios de la vida espiritual del pueblo
católico tachirense.
Foto: Samuel Trevisi (2017) |
Como obra de arte, la corona votiva de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, es Bien de Interés Cultural de la Nación incorporado al Catálogo del Patrimonio Cultural de Venezuela 2004-2008/TA 05-10/pp. 17 y 51, según Resolución N° 003-2005, del Instituto del Patrimonio Cultural, publicado en la Gaceta Oficial N° 38.234 de fecha 20 de febrero de 2005.
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