Quien cruza las fronteras del Estado Táchira y se
adentra –expectante- en su diversidad geográfica y cultural, encontrará que la
tierra se eriza en encumbradas cimas, abiertos y pendientes valles, secas
depresiones, planicies lacustres y fluviales, y en montañas de frontera.
Así, emulado al escritor británico John Ronald
Reuel Tolkien, el visitante puede identificar tres paisajes: las tierras altas,
las tierras medias y las tierras bajas. Nombres que poco ilustran la
singular belleza de cada uno de estos paisajes, si no se conoce su pasado y
tradición.
El apelativo del Estado se remonta a más de 3.000
años de antigüedad y se pierde en la neblina de los tiempos, cuando los
ancestros de los aborígenes Táchiras se establecieron a las riberas de un río
al cual dieron nombre. Luego, los años a partir de 1547 se superpusieron en
forma visible sobre los vestigios de aquel pasado aborigen, marcando y dejando
el legado colonial español hasta 1810, cuando brotan los primeros atisbos de la
vida republicana.
San Cristóbal, el Espíritu Santo de La Grita,
Lobatera y San Antonio del Táchira –desde una plaza, aquel lugar amplio y abierto de encuentro, donde se forjó nuestra cultura popular desde una reserva soterrada y sutil hacia
todo aquello que le era impuesto o dominante; desde una iglesia donde elevar las plegarias
al cielo y desde un cementerio donde recordar lo finito o efímero de nuestra
existencia- fueron las primeras urbes que
consolidaron nuestra esencia en sus entramadas dimensiones de trabajo, oración
y eternidad. Sólo en este contexto se puede entender el arraigo y sentido de
las fiestas patronales tachirenses, producto de la acrisolada espiritualidad de
un pueblo y de sus fiestas, originadas como un breve receso o descanso en aquel
continuo y arduo trabajo de cada año, de tiempos ya idos.
Por ello, en este marco antiguo de mil historias, el
lector descubrirá en la secuencia del hecho popular de la celebración de las
ferias y fiestas del Estado Táchira, una manera de ser, diferente y peculiar.
Resultado del sincretismo de la fe católica traída por los conquistadores con
el espíritu de alegre celebración comunitaria de nuestros aborígenes y con el ritmo
de aquellos hombres y mujeres llegados forzosamente de África, nuestras ferias
y fiestas aún permanecen orientadas por la agenda de la tradición, y se resisten
a desaparecer.
Los tres paisajes de la geografía tachirense, de
las tierras altas, medias y bajas, da lugar a tres tipos de cultura tradicional
para la celebración de esas ferias y fiestas. No obstante todas se encuentran articuladas
en torno a la conmemoración religiosa del santo patrón o patrona del lugar,
conmemoración unida, en la mayoría de los casos, a los pueblos y ciudades desde
sus respectivos orígenes históricos, en el siglo XVI.
Así, en las tierras altas y medias (o de la
Depresión del Táchira) encontraremos las festividades metropolitanas y de la
montaña que, en el caso de la ciudad de San Cristóbal y en menor medida en la
ciudad de Táriba, están condicionadas en la actualidad por la masificación y el
predominio de lo económico y de eventos de esparcimiento cultural, deportivos
y/o taurinos, sobre la antigua celebración religiosa y popular en honor a sus
patronos: el mártir San Sebastián y Nuestra Señora de la Consolación de Táriba,
Patrona del Táchira.
En las demás poblaciones y aldeas, el hecho
religioso continúa destacando y conserva en gran medida ese sentido de
identidad originaria y la fiesta incluye juegos tradicionales como las carreras
de encostalados o vueltas en trompo. Es el día del santo quien congrega a
propios y foráneos en un reencuentro con sus raíces y en un alegre y espontáneo
compartir entorno a la festividad patronal y sus vísperas, conocidas en el
presente como serenatas. Aún estas poblaciones despiertan con el tronar de
morteros, repique de campanas, recámaras y voladores (cohetes) así como con las
notas de las bandas municipales [dado que en estos pueblos aún el siguiente
refrán es ley: «Un pueblo sin banda es un pueblo sin alma»] o conjuntos de cuerdas que interpretan
melodías de la montaña. Este es el caso de las fiestas de Lobatera, en honor a
Nuestra Señora de las Mercedes (las más antiguas de la entidad, celebradas
desde 1774); las de San Juan Bautista, en Colón; la celebración del Santo
Cristo, Patrono y protector del Táchira, en la ciudad de La Grita; a San Antonio de Padua y Nuestra
Señora del Carmen, en Pregonero; Santa Rosalía de Palermo, en Borotá; Santa
Ana, madre de María y esposa de San Joaquín, en Santa Ana o a San Bartolomé
Apóstol en la población de El Cobre, entre otras.
Por último, en las tierras bajas, el lector encontrará
las fiestas panamericanas y del sur. En las primeras se honra a San Pablo
Apóstol en Coloncito; al Sagrado Corazón de Jesús en La Fría; a San Judas Tadeo
en Umuquena y al Corazón Inmaculado de María, en La Tendida. Allí, a los
eventos tradicionales tachirenses, la vecindad con las tierras del sur del Lago
de Maracaibo, ha ido integrando actividades y géneros musicales provenientes de
esas latitudes. En las celebraciones de las fiestas del sur, se honra a San
Miguel Arcángel en Abejales; a San Rafael Arcángel en El Piñal o a San Joaquín,
padre de María y esposo de Santa Ana, en San Joaquín de Navay. La proximidad de
estas comunidades a las llanuras occidentales venezolanas de Apure y Barinas,
ha integrado a las celebraciones elementos propios de esas latitudes como los
festivales de música llanera o las carreras de coleo. En las fiestas de
frontera, forjadas en una cultura de intercambio que integra lo mejor de las
tradiciones culturales de dos países, la ciudad de San Antonio celebra al santo
de Padua; Ureña a San Juan Bautista y Delicias al Patriarca San José.
Festividades, fe, devoción, minuciosa organización
para festejar la bondad de un santo o convocar a los coterráneos y visitantes a
un reencuentro jubiloso, pueden ser visto por los modernistas como el rezago de
un pasado que se resiste a desaparecer, pero, por igual, deben ser entendido
por todos como la síntesis del espíritu de las tierras del Táchira, de nuestra
idiosincrasia y de nuestros valores culturales y de identidad, los cuales cada
generación de tachirenses está en la obligación de conocer y de reinterpretar.
Samir A. Sánchez, El Remanso de
Santiago, noviembre de 2016.
Este ensayo formó el artículo introductorio
para la edición especial del periódico de circulación regional Diario La Nación (San Cristóbal), edición publicada el domingo, 18
de diciembre de 2016. La misma puede ser consultada en: «Fiestas y devociones del Táchira».
Fotografía: Portada de la edición aniversario del Diario La Nación, con ilustración del artista Néstor Melani Orozco (Reproducción con fines didácticos, 2016).
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