Texto y fotografías, Samir A. Sánchez (2015)
Al caer de la tarde
El habitante de las ciudades turbulentas -quien trajina
su vida entre una amalgama de gente presurosa y ruidos sin sentido, siempre inmersa en cuestiones inmediatas- ya olvidó
el valor del silencio o del percibir el cadente ulular de la brisa
cuando, bifurcada, se prolonga en agudas tonalidades al roce con las hojas de
los árboles.
«El pozo de la Pedriza» |
Un delgado hilo, cual camino de recuas, separa estos
dos mundos. Aislarse por momentos de uno y alcanzar al otro, resulta en un descubrir
y admirar la belleza milenaria de la naturaleza –o el divino pincel del Creador,
para el creyente-. Todo un acto que sólo se revela al andar con fascinación por lo ignoto y espíritu de aventura.
«La muralla de la Hechicera», ya afectada por la ausencia de una cultura de respeto y conservación de los espacios y monumentos naturales. Al encontrarnos frente a esta lamentable situación, vinieron a nuestra mente los versos del dístico latino, encontrado en las ruinas de Pompeya, de burla a la grafomanía mural, que en un castizo castellano, como el del siglo de oro, fue traducido así: 'Admiración causarías,/Oh pared, al más pintado:/de ver que no te caías/con tamañas tonterías/¡de tanto desocupado!' (Admiror, paries, te non cecidisse ruinis que tot scriptorum taedra sustineas).
«Al andar se hace camino» escribió el poeta y al volver
la vista atrás, dejamos la senda del color del Ande doblegado, abriéndose paso
entre serrijones e incógnitos declives y laderas, donde el agua brota y tala su camino en
busca de la mar con la ancestral paciencia del golpe seco y tenaz sobre la roca.
Por momentos, la total ausencia de cualquier signo de presencia del hombre, nos sugirió que aquí gobernaban los elementos y la eternidad, el agua y el cielo, la roca y el viento.
Paisaje geográfico del bolsón semiárido de los desiertos de altura de la Depresión del Táchira, visto desde la 'Garganta del Diablo' en los Pozos Azules. El cerro central, del primer plano, se corresponde con el cerro de la Laguna del Buitrón (1.320 m), frente a la población de Lobatera (968 m), lugar desde el cual, en el siglo XVII la avanzada de vigías y soldados españoles enviados por el Cabildo de la Villa de San Cristóbal, divisaron y documentaron por primera vez el paisaje de los Pozos Azules. La serranía del plano de fondo, se corresponde con la vertiente norte y sotavento de la fila montañosa de Los Letreros, conformada por los montes de Gallineros a 1.983 m (derecha del observador) y Los Letreros a 2.020 m (izquierda del observador), en la tramontana o detrás de la misma en su vertiente sur (barlovento), se encuentra el valle de Santiago, emplazamiento de la ciudad de San Cristóbal (829 m), capital del Estado Táchira.
Así nos resultó Pozos
Azules, en la tramontana occidental de Lobatera (Estado Táchira - Venezuela) -a escasos kilómetros del pueblo, en la aldea La Parada, cerca de la autopista San Cristóbal-La Fría, un remanso de paz sobre un desierto de altura (una depresión central andina, muy seca -con un promedio de precipitación anual de 682 mm, producto del efecto Foehn/Föhn-), moldeado por la naturaleza y la erosión, entre
las sendas andinas.
Al despedirnos, el baquiano de callosas manos nos
dijo: «siempre habrá un ir y venir, sólo el paisaje -que es más antiguo que la
humanidad- queda. Pero no es solo verlo de paso o vivirlo, ¡hay que sentirlo!».
«Pileta grande» |
Magnificente desolación...
El 20 de julio de 1969, el astronauta Buzz Aldrin, al salir de la cápsula "Águila" en la cual alunizaron los primeros hombres que viajaron a la Luna, exclamó: "Magnificent desolation!" al describir, con impresión, el paisaje lunar que veía. Nosotros no podemos exclamar menos al llegar a estos parajes al pie de las cumbres encapotadas del cerro de La Cuja, cuyo
nombre deriva de su similitud –a la distancia- con el anillo o parte de la
silla de montar donde se insertaba la lanza o bandera, cuando marchaba la
caballería, y ubicado a 1.780 metros de altura entre los riscos de la serranía occidental
de Botadero y los Corrales, tiene sus nacientes la quebrada de los Pozos
Azules.
«Los novios de piedra» |
Su curso abarca en sentido oeste-este, desde esta
altura hasta su encuentro con la quebrada La Parada, a 900 metros sobre el
nivel del mar, una amplia garganta y hendidura sobre la superficie de la roca, donde
los rápidos de sus aguas –por la casi verticalidad de su caída- esculpieron
paisajes con caprichosas formas de singular, única y misteriosa belleza.
Parajes como la Garganta
del Diablo, rodeado de misterios y leyendas en las proximidades de la
cumbre de la montaña, el Laberinto del
Minotauro donde, al adentrarnos entre las fragmentadas y desordenadas rocas
y cavernas, se puede entrar y luego no encontrar una salida; el pozo de Los Novios de piedra, donde dos erguidas
e inseparables formas pétreas vigilan sus aguas o La muralla de la Hechicera, sólida pared de mole rocosa, agrietada
y abierta en dos para abrir un paso –según la tradiciones locales- por el conjuro
de una poderosa hechicera aborigen, hacen de este lugar un verdadero patrimonio
natural que nos enlazan con las primeras formaciones de la tierra y con la
historia de culturas precolombinas.
Sus orígenes
La fisiografía de la quebrada Pozos Azules está
conformada a partir de un lecho escalonado, formado por la lenta y continua acción
del horadar del agua, sobre extensas y voluminosas capas de sedimento
continental, formados en lo profundo del antiguo océano del Jurásico que cubría
todo ese territorio, entre 135 y 60 millones de años, y que se consolidaron en el período Paleógeno de la era Cenozoica.
Dos capas sedimentarias aluvionales, convertidas en
dura roca de arenisca, resultan visibles a lo largo del paisaje de la quebrada
Pozos Azules: la roca Carbonera, con
grano arenisco de estructura degradada y áspera, producto de la sedimentación
en el fondo de una llanura deltaica que desembocaba en el antiguo océano prehistórico
y la roca Mirador, de grano arenisco homogéneo,
fino y compacto, formado por un proceso de sedimentación en el lecho de un gran
río de grandes caudales y meandros, por donde discurrían las aguas fluviales continentales, hasta
el océano prehistórico.
Entre estas dos sólidas formaciones, quedaron
atrapados sedimentos no petrificados y abundantes en estratos de lutitas y
mineral carbón, propios de depósitos pantanosos rodeados por bosques
gigantescos que desaparecieron hacia el Terciario Inferior, cuando las fuerzas incontenibles producto del choque entre placas continentales plegaron estas
formaciones sedimentarias, elevando el actual lecho de la quebrada en un monumental
sinclinal que, en sentido decreciente o descendente oeste-este, domina todo el
paisaje geológico, poblado por las actuales aldeas de Boca de Monte, Cazadero,
las Minas Carbón de Lobatera y La Montaña, del Municipio Lobatera, en un relieve
geográfico propio del bolsón semiárido de los desiertos de altura de la
Depresión del Táchira.
La primera referencia documental que el hombre
escribió sobre la quebrada y sus parajes, data de mediados del siglo XVII. En la
Villa de San Cristóbal se había recibido la noticia sobre un posible ataque de
los indios chinatos, recién reducidos a encomienda, entre las riberas de los
ríos Guaramito y Lobaterita, en el norte tachirense. Los alcaldes ordenaron el
envío de un contingente de soldados a Lobatera, para que cumplieran la función
de vigías.
Una parte de ellos, comandados por el Capitán Antonio de los Ríos
Ximeno, subió a la montaña frente a Lobatera y allí refiere:
«topé el rastro de tres o cuatro personas el cual seguí, y antes de bajar, dejamos las cabalgaduras y bajamos a pie hasta la quebrada, en donde hallamos el día antes haber comido, y en las señales que dejaron de las comidas y otras hallamos ser de indios de las encomiendas de la Villa, y que eran cimarrones por coger quebrada arriba a unos desiertos inhabitables y tan fuera de camino […]» (Archivo General de la Nación, Bogotá, sección Empleados Públicos, tomo VII, fs. 261 vto y 262. Año 1659).
El paisaje
Cielo despejado, suave brisa, sol brillante y nubes
blancas o grisáceas en las cimas de sus montañas, sirven de marco a las aguas
de la quebrada Pozos Azules, donde una escasa vegetación es dominada por el
cardón, la tuna de Castilla (higos chumbos), fiques, manglares del desierto, tampacos y
algarrobos.
«El laberinto del Minotauro» |
Desde los tiempos prehistóricos, estas aguas dieron
forma a grandes pozos conocidos como Pozos
Azules, en su trayecto alto; Las
Piletas, en su trayecto medio y Pozo
Bravo, en su trayecto bajo.
Imponentes formaciones verticales de arenisca, de ocres colores y calizas, forman sus escarpadas laderas.
Las aguas de estas formaciones naturales adquieren un
profundo color azul y de allí su nombre. No es un reflejo del cielo, ni el
color de la roca o del fondo de los mismos. Es un color producto del sedimento
de sales de cobre o hierro muy diluidas que son arrastradas por las aguas,
desde finas vetas en estratos, que se encuentra en las cabeceras de la quebrada.
El futuro de los Pozos Azules
Los parajes naturales, a todo lo largo del curso de la
quebrada Pozos Azules, deben ser declarados patrimonio natural y lugares protegidos como una forma
de asegurar la preservar y recuperar este ecosistema tachirense.
Una regulación y ordenación de la actividad turística
y minera, permitirá que viajeros y visitantes contribuyan al mejoramiento de la
economía local, en beneficio de una mejor calidad de vida de sus habitantes.
Al concebirse como un
espacio natural del Municipio Lobatera, con fines educativos, culturales,
científicos y recreativos, como parque natural o parque geológico (Global Geoparks UNESCO) donde 135 millones de años le den la bienvenida al visitante, se convertirá en una reserva de la biósfera, aplicando
los lineamientos internacionales de conservación de la UNESCO (Convención sobre Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, París 1972) sobre el hombre y
la biósfera, y en uno de los mayores atractivos turísticos del Estado Táchira. Así, se detendría la vandalización de esta naturaleza, reflejada en las considerables cantidades de desechos (botellas, cauchos o neumáticos, leña quemada, bolsas plásticas y grafitis sobre las rocas, entre otras) esparcidos por el cauce de la quebrada, abandonados por personas desaprensivas que -en fines de semana especialmente- visitan este parque natural sin ninguna conciencia conservacionista ni de mínimo respeto por la vida natural que allí existe.
El sábado, 3 de octubre de 2015, por iniciativa de la Alcaldesa y el Pbro. Oscar Fuenmayor, párroco de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Lobatera, se realizó un trabajo de campo en la zona de la quebrada de Pozos Azules, con el fin de estudiar la viabilidad de un proyecto de rehabilitación de este antiguo espacio natural. El equipo estuvo conformado por la Alcaldesa Natalia Chacón, el Señor Carlos Alviárez Sarmiento, el antropólogo Anderson Jaimes, el Coordinador de Medios de la Alcaldía Darío Hurtado Cárdenas y quien esto escribe. El equipo fue guiado por el Señor Antonio Ruiz, a quien agradecemos su orientación y la transmisión de la sabiduría popular del lugar. Por su esfuerzo y contando con el apoyo del párroco para la fecha, Mons. Erasmo de la Cruz Chacón, construyó en 2010 el primer oratorio subterráneo tachirense, a 47 metros en una mina de carbón -activa- el cual fue dedicado a Santa Rita de Casia. Desde allí, cada Semana Santa, parte el camino del Vía Crucis hasta la Iglesia de Lobatera.
De regreso, y admirando desde lejos la imponente serranía
–de agreste paisaje y apacible temple- vinieron por símil, a la memoria,
los versos del poeta.
Costas de Venezuela, de Rafael Alberti (1902-1999)
Desde el vapor «Colombie», 1939.
Se ve que estas montañas son los hombros de América.
Aquí sucede algo, nace o se ha muerto algo.
Estas carnes sangrientas, peladas, agrietadas,
estos huesos veloces, hincándose en las olas,
estos precipitados espinazos a los que el viento asesta un golpe
seco y verde a la cintura.
Puede que aquí suceda el silencioso nacimiento o la agonía
de las nubes,
sombríamente espiadas desde lejos por mil picos furiosos de
pájaros piratas,
cayendo de improviso lo mismo que cerrados balazos ya difuntos
sobre el horror velado de los peces que huyen.
Aquí se perdió alguien,
algo que estas costillas,
que estos huesos saben callar o ignoran.
Pero aquí existe un nombre,
una fecha,
un origen.
Se ve que estas montañas son los hombros de América.
En «Antología poética», Editorial Losada s. a., Buenos Aires, 1942.
Como patrimonio natural, es Bien de Interés Cultural de la Nación incorporado al Catálogo del Patrimonio Cultural de Venezuela 2004-2010/TA 17-18/p. 41, según Resolución N° 003-2005, del Instituto del Patrimonio Cultural, publicado en la Gaceta Oficial N° 38.234 de fecha 20 de febrero de 2005.
Sánchez, Samir. Diccionario de Topónimos Históricos del Estado Táchira. Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, Nº 207, San Cristóbal, 2018. [Consulta en línea].
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